A medida que voy conociendo los
datos de las elecciones celebradas el domingo pasado, en
Ceuta, más creo en los desastres que puede ocasionar un
gafe. Eso sí, no un gafe cualquiera, sino un gafe de
reconocida categoría; de esos, que si hubiera tabla de
valoraciones al respecto, formaría parte del ‘Top ten’ de
los individuos con más capacidad de atraer la mala suerte.
Gafe por excelencia, vamos, con muchísimos méritos para
estar el primero entre los más celebrados, es, sin duda,
Juan Luis Aróstegui. Su fama de tío con mala suerte,
sobre todo para los demás, viene de lejos. De cuando sus
campañas electorales con el PSPC eran costeadas por el
propietario de un medio local.
Se quejaba el propietario de un medio audiovisual, entonces,
de los muchos dineros que llevaba invertidos en hacerle
campañas propagandísticas a un Fulano, se refería a
Aróstegui, claro es, que no sólo era incapaz de ganarse la
voluntad de los votantes, sino que, además, los ahuyentaba
de las urnas. Cierto es que aquel empresario, con tal de que
el PSPC lograra uno o dos concejales, era consciente de que
podría recuperar el dinero gastado en un candidato con tan
mal bajío. Pues Aróstegui, pese a que era ya cenizo de mucho
fuste, sabía moverse por el sótano de la Casa Grande con una
habilidad pasmosa. La misma que le valía para poder poner
contra la espada y la pared a los que partían el bacalao en
Ciudad Limpia; válgame como ejemplo de aquella época. Y qué
decir de cómo era capaz de mantener el buen (!)
funcionamiento de la entrega de viviendas, conocidas como
VPO.
Y es que conviene aclarar, cuanto antes, que Aróstegui es un
gafe para los demás. Su mala suerte consiste en estropearles
a otros el pasodoble de la felicidad puesta en la
consecución de algún logro (verbigracia: le acaba de buscar
la ruina política a Mohamed Alí, que ha visto, con
enorme pesar, cómo muchos de sus más acérrimos seguidores
decidieron no votarle). El secretario general de CCOO es una
especie de manzanillo. Aunque estoy intentando, antes de
afirmarlo, ponerme en contacto con un profesor afamado en
tal menester.
Y es que Mohamed Alí aspiraba a conseguir seis o siete
escaños, cual mal menor, tras haber hecho, en principio, el
cuento de la lechera. O sea, Alí se dijo para sus adentros:
“Si aliándome con Izquierda Unida, a cuyo frente estaba un
tal Musa de poca monta, conseguí cuatro escaños, con
el Aróstegui, que le tiene sorbida la sesera a una gran
parte de la clase media que no cesa de presumir de
progresismo, por más que sus componentes vivan a lo grande,
lo mío va ser un pelotazo en las urnas”.
Y, puesto ya a pensar, Alí llegó a creerse a pies juntillas
lo que le había dicho su socio: “Mira, Alí, amén de que yo
aporto a la coalición Caballas, como mínimo, una respetable
cantidad de votos en el distrito 1, también te puedo
asegurar que he conseguido poner de nuestra parte a un
periódico añejo, que sumado al medio que yo mantengo con el
dinero que tú ya sabes…, la cosa está hecha. O sea, que
puedes ir contando ya con una victoria sonada”.
Y Alí, apreciado por mí, perdió la orientación. Y, sobre
todo, no se percató de que Aróstegui es gafe prestigioso.
Quizá manzanillo. Porque su mala suerte acarrea las
desgracias ajenas. Menos mal que Alí aún no ha viajado en
helicóptero con Aróstegui.
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