El pasado viernes día 20 de mayo, en el histórico
acuartelamiento de “García Aldave” de nuestra ciudad, donde
se instruyeron los primeros legionarios cuando se creó en
1920 el “Tercio de Extranjeros”, se vivió un emotivo acto
castrense. El general D. Enrique Vidal de Loño se despedía
de las Unidades militares a las que había tenido el honor de
haber mandado durante los cuatro años en que fue su primer
jefe, su Comandante General. Nuestro querido jefe militar
pasaba reglamentariamente al día siguiente a la situación de
“Reserva” después de haber servido fielmente al Ejército y a
España durante 42 años de su vida.
Y califico bien de “emotivo” el acto que se vivió aquella
mañana, en la que el sol pugnaba por abrirse a través de la
niebla que arrastraba el levante, porque se humedecieron
muchas retinas, se erizaron bastantes pieles y se encogieron
algunos corazones. No solo fue un acto de despedida, sino de
reafirmación de su compromiso con la Patria adquirido cuando
lo hizo ante la bandera de España siendo cadete de la
Academia General Militar, allá en el año 1969.
Su alocución fue vibrante, llena de expresiones de
agradecimiento y pensamientos conmovedores dedicados a sus
soldados, su razón de ser como militar, a sus compañeros y
subordinados, con quienes compartió y aprendió, a su
familia, verdadero soporte y apoyo durante su vida y a Dios
por haberle regalado la oportunidad de haber vivido esa gran
experiencia tan gratificante como es la de ser soldado.
Dios, Patria y familia, los tres pilares de su existencia.
Pero, particularmente, no podré olvidar el beso emocionado
que plasmó sobre los pliegues de la bandera de nuestra
Patria representada por la Bandera del 2º Tercio de la
Legión -“la más gloriosa porque está teñida con la sangre de
sus legionarios”- y que duró seis inolvidables segundos. No
fue un beso protocolario de un segundo, ni un beso de
despedida. Fue un beso de amor y admiración a España, como
el que da un buen hijo a su madre.
Durante esos intensos segundos, en los que sus labios no se
despegaron del paño sagrado, recorrieron seguramente sus 42
años de servicio habiendo cumplido fielmente su juramento de
entrega incondicional a España. Ser militar es un estilo de
vida y se convierte en sublime porque es la única profesión
que exige dar la propia vida para ejercerla hasta sus
últimos extremos. Y el general Vidal, con su ejemplo,
abnegación, entusiasmo, disciplina, trabajo, y otras
virtudes que le adornan, ha sabido ser eso que llamamos un
“magnífico jefe y militar”.
Yo incluso diría que fue la misma Bandera de España la que
retuvo el rostro del general unido a sus pliegues durante
esos palpitantes segundos como señal de reconocimiento por
su vida ofrecida a ella. Solamente sabe el general Vidal la
conversación espiritual que mantuvo con la Patria durante
esos segundos de íntima comunión con nuestra enseña
nacional. ¡Que otra manera hay de demostrar tanto amor y
respeto a la Patria!
Tras los seis segundos que yo conté y presencié también
emocionado, un silencio sepultó el patio del “García Aldave”,
el sol venció a las tinieblas y un haz de luz diáfana de
mayo, atravesando un claro celeste, irradió la escena vivida
para hacerla inolvidable. Al menos en la memoria de Enrique
Vidal de Loño durante el resto de sus días. Yo también
recordaré siempre ese beso de seis segundos a la madre
Patria, mi general.
*Teniente Coronel de Caballería
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