Ayer la ciudad entera se dedicó a
“reflexionar” y lo digo por pura corrección política y en
sentido homenaje a las buenas maneras, a la urbanidad y a la
cortesía porque a lo que ayer se dedicó con auténtico afán
toda la ciudadanía fue a disfrutar del primer “auténtico”
día de mayo. ¿Que coincidió con la jornada de reflexión tras
la borágine de la campaña?. Mejor que mejor, será que el
Universo nos envía señales luminosas para que sean
interpretadas por las brujas y los augures de cara a las
urnas mágicas de hoy domingo. ¿Anécdotas y curiosidades del
convulso periodo electoral?. Para escribir una enciclopedia
de modismos en los que se entremezclen buen hacer por una
parte y “mester de mangurrinos” por otra. Pero eso resulta
indiferente para el observador que pudo constatar que, por
vez primera desde el lluvioso mes de enero, los cielos
ceutíes aparecieron huérfanos y despojados de su patrimonio
de idiosincrásicas nubes. Sorprendente que no
¡Espeluznante!. Sobre todo para quienes, desembarcados desde
la Península, aún con el desánimo consustancial a tener que
salir de Europa por un lugar tan deprimente como lo es la
Estación Marítima de Algeciras, topamos con la ciudad que se
extiende bordeando la costa y con unos horizontes lejanos y
cercanos que resultan absolutamente distintos a los
peninsulares. Por las nubes o mejor dicho, por la rara
arquitectura y la movilidad de los nubarrones que acechan
cambiando de matices, en plan exhibición cromática, en plan
desafiante y casi chulesco en su altiva consistencia de
catedrales algodonosas.
Un día, un sábado sin el menor rastro de nubes, ni
aborregadas, ni hechas jirones, ni nubarrones de numen gris
marengo, ni túmulos con los vientres asalmonados por el
crepúsculo. Si yo fuera personalidad relevante en el campo
de la cultura, que no es el caso, ni en ese campo ni en
ningún otro, vale, prescindiendo de detalles que me pueden
incomodar, si tuviera algún tipo de prevalencia en algún
ámbito dictaría algún tipo de ordenanza municipal obligando
a convocar concursos fotográficos de nubes de Ceuta y
concursos de pintura para raptar los nubarrones esponjosos
al cielo. La foto o la pintura más arrebatadoramente
hermosas serían premiadas con “la flor natural” y dos
áccesit de felicitación sin flor, todo ello en un acto
entrañable con degustación de canapés y “copa de vino
español”. Al detalle económico o cuantía de la recompensa
dineraria no se hace alusión porque la cosa está muy mala y
también se supone que los artistas no concurrirían por la
avaricia del dinero sino por pura sensibilidad ante la
belleza. Eso sí, algún poeta local podría componer un poema
en versos alejandrinos o un soneto imprimirlo en octavillas
y regalárselo a los premiados.
Ya saben lo que dice el lema olímpico “lo importante no es
medrar sino participar”. ¿Que ese no es “precisamente” el
lema? Bueno, es el que tengo apuntado en el majín y el que
me parece más adecuado. Pero lo importante es la estética de
las nubes que van del gótico al churrigueresco y que pasman
y encandilan a quienes no estamos acostumbrados a esos
despliegues estéticos tan excesivos. Todo es violento y
barroco en los horizontes encapotados y marineros de la
ciudad donde se alternan vientos de levante y de poniente,
sin ton ni son, aquí te pillo aquí te mato y la mar es
similar a la fantasía de un pintor impresionista, virtuoso
de la espátula y capaz de subyugar a los cielos para
embeberlos en las olas. ¿Testigos imparciales? Las gaviotas
que andan como Pedro por su casa, ventrudas y cebadas de
buenos pescados sin contaminar y también de los cachos de
los bocadillos de los primeros niños que se alargan a las
playas aprovechando el solecito y la bonanza. Porque
históricamente es sabido en zoología que no hay nada que
satisfaga más a las gaviotas que un buen bocadillo de paté
dado a trocitos y de postre medio donuts porque se pirran
por la bollería industrial aunque no sea cardiosaludable. Y
también la gaviotas disfrutaron plenamente de la jornada de
reflexión con su mar añil, que no aturquesado, sus cielos
sin nubes que utilizar como toboganes o para jugar al
escondite aéreo y la chiquillería en las playas generosa con
sus meriendas. Las gaviotas no podrán acercarse a las urnas
en la jornada de hoy porque nadie les ha facilitado un DNI,
pero no por maldad, sino porque como no llevan bolsillos
para guardar la documentación lo normal es que la pierdan o
la traspapelen. Y del cálido día de mayo sin más incidencia
meteorológica que un suave vientecillo igualito a la
romántica brisa que en la literatura del Renacimiento se
conocía como “zéfiro” y que es a la postre vientecillo pero
a lo poético, romántico, bucólico y pastoril, de la jornada
de ayer en la que la luz parecía surgir de la tierra que no
venir de lo alto, gozamos todos.
Aunque supongo que algo más quienes, como servidora,
presentan especial querencia a latinajos y maitines y para
quienes se convierte en imperativo ético el remolonear por
el Santuario de la Virgen de África al atardecer, justo
antes de la hora violeta, para comprobar in situ si se
cumple el requisito espiritual señalado por los arquitectos
místicos de que la nave central de nuestras iglesias siempre
debe correr paralela a la trayectoria del sol y los
tragaluces del ábside mayor han de abrirse al oriente, pues
esa es la región de los milagros y a ella tiene que volver
los ojos el sacerdote mientras oficia. El Santuario cumple
con las premisas esotéricas y sus puertas se abren al sol
poniente, recogiendo en su seno el último resplandor del
día. El templo de la Virgen templaria, de la Magna Mater de
los caballeros está mirando al sur.
No podía ser de otra manera y por ello emociona el doble,
por el enclave, por la ubicación, por el mensaje que
transmite por el respeto a la tradición hermética y porque
tiene a la vera una Plaza de África frondosa de romántico
diseño paisajístico donde parece latir cada segundo de este
día hermoso del mes de mayo. Y hay gorriones en esta Ceuta
que mayea y donde hay gorriones hay fortuna y rondan los
ángeles de Dios para jugar con ellos. Ayer Ceuta mayeó...
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