En este sábado, cuando escribo,
víspera de las elecciones autonómicas, decido volver la
vista atrás y, en menos que canta un gallo, lo primero que
se me viene a la memoria es la primera vez que yo tuve la
posibilidad de votar en mi vida. Pero hay más: después de
los años transcurridos, aún me sé la fecha de aquel
acontecimiento. Por una razón bien sencilla: esa fecha sigue
estando situada en el primer anaquel de la alacena de mi
memoria, por derecho propio.
De lo contrario, sería imposible que yo pudiera citar de
carrerilla que el día 15 de junio, de 1977, festividad de
San Vito, en España se volvían a celebrar unas elecciones
democráticas, que habían estado prohibidas desde 1936.
Mi derecho a votar libremente, me llegó cuando yo estaba a
punto de cumplir 38 años. Es decir, que me había pasado
media vida sin poder ejercer tan importante derecho. Y,
desde entonces (con mayor o menor entusiasmo, o bien
desanimado ante las actuaciones de unos políticos que hacían
realidad eso de que la política no es el arte de lo posible,
sino el de elegir entre lo desastroso y lo insufrible), no
he dejado de acudir a las urnas cuantas veces me han citado
a cumplir con ese compromiso imprescindible que tenemos
todos. Y espero seguir cumpliendo con este deber ciudadano,
hasta que el cuerpo aguante.
La democracia no es, ni mucho menos, un sistema fácil de
ejercer. Por más que a alguien se le ocurriera decir que en
política, lo verdaderamente importante cabe en la punta de
una servilleta. En realidad, los políticos están muy mal
vistos. De hecho, pocos son los que consiguen seguir
despertando fervor allá donde llevan gobernando varios años.
En esta ciudad, sin embargo, se está produciendo un hecho
especial: Juan Vivas lleva ya diez años despertando
el entusiasmo de sus paisanos. Diez años en los que le ha
sido posible conseguir dos mayorías absolutas;
encontrándose, además, a punto de obtener una tercera. Lo
cual no deja de ser un éxito incuestionable de alguien que
ha sabido ganarse la estima y el respeto de la gente.
Y esa estima, como ustedes comprenderán, no se gana por arte
de birlibirloque. Porque sí. Por ser más o menos agradable,
por no desaprovechar la menor ocasión de estrechar la mano
de sus vecinos, o porque haya nacido con una baraca
descomunal. Esa estima se la ha ganado por su forma de
dirigir los destinos de esta ciudad. Y por ser como es:
educado, equilibrado, precavido, prudente, y poco dado a
vender en dos minutos proyectos que él es consciente de que
nunca podrían convertirse en realidad.
Cierto es que diez años gobernando Ceuta es tarea compleja.
Tarea sumamente complicada; porque esta tierra, pequeña en
extensión, tiene problemas de urbe grande. Problemas que
están tan a la vista que no hace falta ni siquiera
mencionarlos.
Pues bien, a pesar de tantas dificultades, si mañana, hoy
para ustedes, la gente acude a las urnas en tropel, Juan
Vivas volverá a convertirse en un alcalde elegido
mayoritariamente. Y es que el control de los gobiernos a
través de las elecciones es un ejercicio esencial para el
buen funcionamiento de las democracias representativas. Lo
cual permite a los ciudadanos influir en las decisiones
gubernamentales. Decepciones, al margen, conviene votar
masivamente.
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