El hombre tiene derecho a la
felicidad. La felicidad se conquista. El tema de la
felicidad ocupó un amplio lugar en la mayoría de los
filósofos del siglo XVIII. Había felicidad del equilibrio en
Montesquieu, del ensueño en Rousseau, de la
acción útil en Voltaire, etc. Pues bien, ahora quedamos
enterados de que Juan Luis Aróstegui ha encontrado,
al fin, su felicidad. Eso sí, su felicidad política; que es
la más importante para él. Felicidad que ha venido
persiguiendo desde que tuvo uso de razón; aun a costa de
desdeñar cualquier otro momento de satisfacción.
Pero ahora, henchido de gozo, no duda en decirnos que se
siente plenamente satisfecho por haber conseguido hacer
realidad todos los sueños de su juventud. Y, por si fuera
poco, nos da una lección de lo que él considera la verdadera
felicidad: “La felicidad es la sensación de saber que te
encuentras en el camino correcto”. Y apostilla: “Ese
sentimiento, se refiere al sentimiento de la felicidad,
provocado por la esperanza del horizonte incierto,
relativiza todos los hechos y circunstancias infundiendo un
estado de serenidad inigualable”.
Más claro agua: Aróstegui nos dice, sin ningún tipo de
tapujos, que hasta ahora había vivido equivocado en relación
con los derechos de los musulmanes. Pero que, tras tener
muchas charlas al respecto con Mohamed Alí, llegó a
la conclusión de que había estado metiendo la pata desde
1983. Y no se explica, todavía, cómo pudo vivir con
semejante ceguera.
Por consiguiente, en estos momentos, reforzado con la enorme
fe de los conversos, Aróstegui se expresa como si fuera el
hombre esperado por los musulmanes para que los saque del
túnel de los oprobios en que los cristianos desean seguir
teniéndolos. Y nos habla, como si fuera un profeta, de
abrazos fraternales entre las dos comunidades, un tipo
convencido de que ha sido elegido por la Divina providencia,
además, para “reeducar a todas las mentalidades oxidadas que
defienden privilegios ancestrales”. O sea, según el hombre
que manda en Caballas, los cristianos son unos trogloditas.
De la misma manera que lo son todos los musulmanes votantes
del PP, del PSOE, de la UDyP y de otros partidos.
Y el profeta, o sea, Aróstegui, después de llamarles víboras
a esos votantes y a quienes no comulgan con sus ideas, tiene
la desfachatez de alardear de su lucha constante para hacer
de Ceuta una ciudad exenta de racismo, justa e igualitaria.
Leyendo lo que ha escrito Aróstegui, uno termina pensando en
que éste, si no ha perdido la chaveta, poco le falta para
que le veamos deambular por las calles, absolutamente
desnortado, aleccionando a musulmanes y cristianos sobre
cómo han de empezar a comportarse a partir de ahora. Para
hacer de “esta hermosa tierra que nos acuna, un hogar cálido
y acogedor para todos”. Y acaba rematando su faena,
convencido de que es un filósofo a la antigua usanza: “Mi
presentida utopía ha sido bendecida por todos mis compañeros
y compañeras de Caballas. Que me han venido expresando su
gratitud. Por el camino que he emprendido”.
Y, tras lo dicho, me han contado que Aróstegui está siendo
objeto de estudio por siquiatras dispuestos a impedir que
este hombre siga disparatando de manera que cause problemas
en una ciudad donde cometer desatinos, de tal índole, es
peligroso. Muy peligroso.
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