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OPINIÓN - JUEVES, 19 DE MAYO DE 2011

 
OPINIÓN / COLABORACION

Cuando el racismo lleva certificado

Por Eduardo J. Montoro


Acusar es peligroso. Hay que tener muy bien cubierto el culo, para poder lanzar un ataque frontal al “enemigo”.

Si la acusación, además, es generalizada, dirigida a un gran colectivo de personas, aún es más preciso tener la espalda bien apoyada sobre una pared indestructible de ética y moral. De lo contrario, el boomerang inculpatorio volverá y se incrustará inevitablemente en la frente del acusador.

Una noche te acuestas eufórico, porque has llamado racistas a todos los que te ha dado la gana y la adrenalina del momento ha alimentado de nuevo tu necesidad de elevación personal… y a la mañana siguiente, te levantas con el recuerdo de tinta de tus propias palabras, clavándose en tu estómago, haciéndote difícil fingir una irónica sonrisa.

En un corrillo de amigos, puedes insultar y/o intentar ridiculizar a todo el que te de la gana, porque todo queda en palabras que se llevará el viento o en argumentos de “correveydiles” que las trasladarán sin credibilidad de un lado a otro de sus tristes vidas. Esa “libertad” no se tiene cuando lo que haces es escribirlas, hacerlas inmortales entre las tapas de un “libro” que, como los demás no son tontos, se encontrará y se utilizará cual raqueta en un partido de tenis que, inevitablemente, siempre acaba perdiendo el peor. Si esto ocurre, es como si colocaras un sello de “certificado” en lo que has dicho, en lo que has argumentado o defendido.

Le das “pedigrí” y eso, trae sus consecuencias. Soy un ciudadano de los que alguien ha llamado “racistas” porque le ha salido de sus benditas narices.Me sentí insultado en su momento, aunque ofende el que puede, no el que

quiere. Por ello, cuando todos los ceutíes hemos podido ver que el acusador ha perdido todos sus argumentos, tras traerse a la actualidad el recuerdo de unos escritos propios de un jefe militar de las Cruzadas, pareciendo querer traer de nuevo el control cristiano a Tierra Santa… no puedo hacer más que reír. Y me río por muchas cosas, pero la que más gracia me hace, es la que todavía no ha pasado, la que va a colocar a cada cual en su sitio y, a más de uno, va volver a enterrarlo en las catacumbas, con una cruz roja pintada en el pecho, el casco ladeado y la espada rota por la fuerza de un pueblo que no ha querido nunca adalides del “caballismo” en sus calles. Amén.
 

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