Todavía se sigue hablando de los
debates mantenidos por Nixon y Kennedy en
1960. Por cierto, el primero fue dado por ganador del
celebrado en la radio. Ya que su imagen, deteriorada por una
reciente enfermedad, no jugó en su contra, frente a la
apostura del segundo.
Nixon, quizá mal asesorado, creyó que si las encuestas le
habían dado por ganador tras su actuación radiada, le sería
también posible hacerlo en televisión. Y erró. Porque su
rostro demacrado -rehusó el maquillaje-, debido a una
reciente enfermedad y el sudor que se había adueñado de él y
sus ojos saltones y casi enloquecidos, cuando miraba al
moderador, recreados a conciencia por las cámaras, causaron
pésimo efecto entre los televidentes. A pesar de que Nixon
se enfrentaba a un candidato con menos experiencia que él.
Si bien Kennedy jugó la baza de su buena presencia y supo
mantener la calma -aunque la procesión fuera por dentro-.
Así que consiguió lo más importante: cautivar a la cámara. Y
lo hizo mirándola fijamente, durante sus intervenciones.
Como si no existiera el moderador.
A partir de entonces, los debates presidenciales se
convirtieron en un pilar del sistema democrático. Aunque su
influencia en los votantes, según lo publicado en aquel
tiempo, fue mínima. Pero sería injusto negar que los
protagonistas no puedan despertar el interés, la educación y
la participación de los votantes. Pero eso es todo lo que
podemos esperar de ellos.
En España, tras nuestras primeras elecciones democráticas,
un apacible 15 de junio de 1977, día de San Vito, quedó
claro que Adolfo Suárez y Felipe González
daban tan bien en la pantalla como para que féminas de toda
clase, edad y condición corrieran a sentarse ante el
televisor en la cómoda butaca de la salita de estar. Ambos
tenían un tirón especial entre la gente.
De Juan Vivas resulta difícil decir que sea un tipo
que hubiera podido hacer carrera cinematográfica como galán.
Ni tampoco que nadie se lo haya imaginado nunca dándoselas
de playboy. Sin embargo, bien tratado por quienes manejan
los hilos de la televisión, su imagen alcanza buena nota y
hasta hace posible que las mujeres lo analicen con cierto
interés.
Juan Vivas sabe, sobradamente, porque a despierto es muy
difícil aventajarle, que a él los debates en la radio no le
favorecen. No le favorecen, sobre todo, con adversarios que
van dispuestos a la bronca y a interrumpirle por sistema.
Algo que interpretó muy bien Mohamed Alí en la
discusión mantenida con el presidente en la Cadena Ser.
Pero ese mismo debate, visto en la televisión, le hizo mucho
daño al segundo dirigente de Caballas. Y es que las cámaras
de televisión son crueles con ciertas personas. Y Alí está
entre ellas. Sus expresiones hoscas, duras como el pedernal;
su mirada atravesada, mirada de ojos dispuestos a fulminar
al rival; sus denuncias revestidas de ira; su comportamiento
filibustero y su acudir a la cita en mangas de camisa, le
hicieron mucho daño a Mohamed Alí.
Conclusión: me gustaría saber quién le dijo a MH que
reclamara con tanta insistencia que se diera cuanto antes, a
hora adecuada, el debate por RTVCE? Pues quien lo hizo,
créanme, lo debe querer muy mal. Carracao, en cambio,
ha cumplido su misión en el suyo. Consiguiendo, además, el
respeto de las cámaras. Que no es poco.
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