Los sondeos de intención de voto así lo confirman y la duda
parece centrarse solamente en cuál será la diferencia con
los restantes partidos. Como debe ser en el ejercicio de la
democracia, no seré yo quien aliente -de una manera
partidista- a votar una u otra opción política. No me dirijo
a los convencidos de cualquier partido, me dirijo a los
indecisos y a los que estén considerando la abstención. La
alternativa más “útil” para las dos ciudades, por sus
peculiaridades, es votar al partido que presumiblemente vaya
a estar en el gobierno central a corto plazo; esa sintonía
es absolutamente necesaria. Ahora ni siquiera es el momento
de discutir si la gestión de estos años ha podido ser mejor
o no, si nos ha gustado más o menos, debemos pensar en el
futuro siendo prácticos, y si el partido popular va a ganar
nuevamente en Ceuta y Melilla, que lo haga por una gran
diferencia, no por “humillación política” al resto de
participantes en la campaña, sino para que Madrid se sienta
en deuda con esta tierra. En estos tiempos difíciles de
crisis se necesita unidad de la clase política y de la
ciudadanía; si la primera no la tiene que, al menos, la
segunda la demuestre.
El panorama en el que estamos instalados, y que seguirá
siendo igual a partir del 22 de mayo, es muy complejo. Las
crisis -en plural- las podemos ver, como si de fenómenos
meteorológicos se tratara en un mapa del tiempo, formándose
sobre un mismo territorio, a diferente altitud y con
distinta extensión. Borrascas concéntricas y a diferentes
niveles, sobre una ciudad, autonomía, nación, espacio
europeo o mundial, y unas perturbaciones que se mueven
horizontalmente y otras verticales de subida y bajada. Una
región, una autonomía tiene por su propio tejido industrial,
agrícola, pesquero o de servicios, unas debilidades o
carencias que se han ido formando con el tiempo, no surgen
de la noche a la mañana, y la emigración a las grandes
ciudades en unos momentos han conseguido aliviarlas. Estas
carencias, al unirse como nación, eran ya patentes cuando
nos incorporamos al Mercado Común y luego a la Unión
Europea. En ninguno de los dos momentos se acometieron
reformas estructurales. Nuestras debilidades, junto con las
de Portugal, Irlanda o Grecia, se ponen de manifiesto ahora,
cuando una borrasca en Estados Unidos provoca efectos
planetarios, se traslada a Europa, a España y a nuestras
ciudades. La tormenta financiera de Estados Unidos nos ha
cogido débiles, y en unos años en los que Europa tiene una
política monetaria unida sobre una base política con pies de
barro. Cuando empiezan los problemas económicos surgen las
dificultades políticas, la falta de unión, la discusión
sobre si Grecia debería volver a su antigua moneda (el
dracma) o si las fronteras recuperarán su antiguo oficio en
situaciones de flujos migratorios masivos o en otras nuevas
(como está apuntando Dinamarca). La desaparición de estas
barreras fue uno de los primeros paradigmas de la Unión
Europea y ahora cuestionamos tangencialmente este pilar
hablando del espacio Schengen; por cierto, espacio al que no
pertenece Ceuta y Melilla, y donde la vida de los
indocumentados se convierte en un “limbo” al que se entra
dependiendo del relajo en el otro lado de la frontera, el
marroquí. Esta situación debe ser considerada y sería uno de
esos movimientos verticales desde el espacio local o
autonómico a lo nacional o europeo; el problema
transfronterizo que se puede analizar desde el punto de
vista de seguridad, de emigración o de derechos humanos (por
las vidas que se pierden en un intento desesperado de ir
hacia cualquier situación de crisis que sin duda será mejor
que las suyas) merece que se le dedique otro día un poco más
de tiempo.
Junto a esto tenemos las debilidades políticas de una España
desfragmentada que juega con alianzas con partidos menores
para no conciliarse con la otra alternativa mayoritaria y de
las que le separan diferencias “ideológicas” apenas
existentes porque en el sueño de la construcción europea iba
la cesión de casi toda nuestra soberanía monetaria y parte
de la política. No somos independientes, porque así lo
quisimos, y gracias a eso, nuestro debate en tiempos de
campaña, con diferencias solo en las personas, se traslada
hasta el Tribunal Constitucional para decidir si Bildu puede
ir o no como garante de valores democráticos y de libertades
y derechos fundamentales en las próximas elecciones.
A nivel europeo podemos ser más fiables que Grecia porque
quizás podamos refinanciar y vender deuda soberana –a tipos
cada vez más altos–, pero políticamente no somos solventes,
y eso no es un problema originado por los ciudadanos. En
estos meses o año de descuento, y con el anuncio de la no
concurrencia a las próximas elecciones generales del
presidente Zapatero, la agonía política va a ser demoledora.
Presiones exteriores de más reformas, recortes o acuerdos
acelerados sobre la negociación colectiva van a ser la
tónica y el detonante de una conflictividad laboral y social
para la próxima legislatura. No me consuelan tampoco las
palabras de Mariano Rajoy cuando dice que la crisis puede
durar más de cuatro años; en ese tiempo, habrá ya una
generación perdida; las cifras de paro son catastróficas, lo
mismo de jóvenes que de mujeres. Los ciudadanos españoles no
se merecen esto con una gestión de 17 gobiernos ¿esto es lo
que nos pueden ofrecer?
Europa tiene también su propia crisis de reafirmación de su
identidad que las revueltas árabes están poniendo de
manifiesto. Se escribe mucho sobre lo que deberá ser Europa
en el 2020, y se ha abierto un debate importante en el que
España tiene poco tiempo de participar. Hablar de lo que
deberá ser el futuro se debe hacer, pero arreglando el
presente. Ayer me aburrí leyendo manifiestos de buenas
intenciones: empleo, economía sostenible, paro, políticas
sociales…Todo está muy bien, debe haber intelectuales
visionarios, pero a mi me preocupan los problemas de las
personas de hoy. También son movimientos laterales los
problemas de relación con el mundo árabe y musulmán que
igualmente deben discurrir con acuerdos de alto nivel y con
medidas prácticas y del día a día. La situación del norte de
África y Oriente Medio no es tan poco importante como para
mirar hacia otro lado o acostumbrarnos a ella. En ese
liderazgo perdido a nivel internacional podemos ver otro
déficit importantísimo, nuestra política exterior brilla con
luces vergonzosas hasta el punto que el propio Rey viene a
Marruecos dice que, de forma privada, pero sin duda para
mejorar unas relaciones que el gobierno es incapaz de ni
siquiera mantener.
Por todo esto hay que ser prácticos y trabajar en nuestra
esfera de actuación, en Ceuta y en Melilla, con los medios
de los que disponemos, y si no encontramos buenas soluciones
es porque quizás haya que volver a mirar otra vez. Las
posibilidades están ahí, la intención se supone, no podemos
esperar dos legislaturas más. Pero no la clase política es
la única responsable; la falta de fluidez del crédito hacia
familias y empresas y las cifras de beneficios de la gran
banca solo me hacen pensar en el concepto de patriotismo.
Por eso desconfío, por el coste que puede suponer en interés
o garantías, de las noticias sobre líneas de crédito
ofrecidas por algún banco para estimular el sector comercial
y de servicios en Ceuta. Eso es lo que debería hacerse, y lo
celebraría porque vería algún cambio de tendencia, pero no
va en él mismo tono de las palabras de la ministra de
economía ayer.
Para preparar este artículo he leído días atrás informes
ampliamente ilustrados con cifras, porcentajes y
comparaciones por países y sectores, pero me parece, y lo he
hecho voluntariamente así, el no incluir ninguna, porque la
idea, ustedes y yo, la tenemos clara, las cifras nos dan
igual…
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