Cada año se da la misma canción
por estas fechas, cuando unos jovencitos, ya rondando la
mayoría de edad, dicen “adiós” al centro en el que han
permanecido, durante media docena de años por lo menos.
Hay una doble perspectiva, cuando enjuiciamos estas fechas,
por un lado ver que aquellos niños que llegaron hace unos
años, al instituto, se marcan de él, siendo ya “unos
mocitos”, cosa que agrada a alumnos y a profesores y por
otra parte, despedirse de unas personas con las que has
convivido muchas horas cada semana y que, desde ahora, ya se
van a convertir en unos conocidos y poco más. Así es la
vida.
Es la ley de la vida, los niños se hacen mayores y los
mayores se encaminan a la vejez. Y cada año seguimos y
seguiremos con la misma rutina, con la despedida de unos
alumnos que, intelectualmente, habrán podido ser mejores o
peores, pero que, personalmente, han sido de
“sobresaliente”.
El pasado jueves terminaba yo con mi segundo de
Bachillerato, en la clase de Latín, habíamos visto el
programa, habíamos hecho cientos de textos, habían copiado
docenas y docenas de hojas de apuntes y ahora: todo se
acabó. Bueno, acabarse no, los alumnos pasaban a otro
estrato, en el que deseo que tengan un gran éxito, porque,
desde ahí, comienzan a getar su propio futuro, comienzan a
ver la vida de otra manera y ahí se terminarán de hacer
“hombres”.
Al despedirnos había tristeza, por mi parte y por la suya.
Yo lo disimulaba más, pero unas jovencitas no podían
contener las lágrimas, lágrimas sentidas de gente de bien.
Y he dicho correctamente, de gente de bien, porque un año
más creo que he sido un auténtico afortunado, al haber
podido dar clase a un grupo de ellos y ellas que merecen
mucho la pena como alumnos, pero más como personas.
Y ya va siendo hora de que sepamos enjuiciar lo que hay y lo
que se merecen nuestros jóvenes. Posiblemente, mis años en
las aulas, más de cuarenta, ya, me han hecho comprender
correctamente lo que es la formación de estos años y me he
dado cuenta de que, posiblemente, no se tenga que quedar
toda nuestra parcela en que un muchacho de 17 años conozca
mejor o peor, los “ablativos absolutos”, que aun siendo
importante conocerlos, a lo mejor es más valioso ver y saber
entender por qué ese chaval tuvo tantas dificultades para
conocerlos bien o para entender, en su justa dimensión,
las”oraciones de infinitivo”.
La pregunta que más veces me he hecho yo, en los últimos 20
años, es qué hacer con los dudosos al final de segundo de
Bachillerato. Y la respuesta que me he dado y no voy a
cambiarla, por nada del mundo, es que no seré yo quien le
cierre a un alumno las puertas para que llegue a la
Universidad, cuando, hasta ahora, tuvo abiertas, de par en
par, todas las puertas hasta llegara a este segundo de
Bachillerato.
Es una forma de ver la realidad, no sé si mejor o peor y
derecho tengo a opinar y a actuar, especialmente, cuando con
mi actuación no voy a perjudicar a nadie.
Ahora ya las notas, luego la imposición de bandas, más tarde
la Selectividad y, tras esto, la formación “se le supone
buena” como al soldado se le supone “el valor”.
Segundo de Bachillerato deja el paso, cara al año que viene.
Lo que importa es que la “camada” que ahora venga sea, al
menos, similar a la que se está marchando.
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