Una parte del mundo malgasta los
bienes sin prudencia y sin mesura. Ni sabe guardar, ni saber
gastar. Otra parte del mundo se muere de hambre. Habría
bastante para todos si no se dilapidara. El pensador indio,
Gandhi, nos puso en el corazón la advertencia: “todo lo que
se come sin necesidad se roba al estómago de los pobres”. El
hecho de que la pobreza todavía exista, mientras otros
multiplican sus deseos derrochando, debiera ser el principal
motivo de preocupación en un mundo global. Los seres humanos
son y deben seguir siendo lo prioritario, habiten en el
lugar que habiten, es una obligación, no es hacer caridad. A
expensas de los pobres y marginados no se puede activar
ningún desarrollo económico. A veces las soluciones son
mucho más fáciles. Se sabe que cerca de un tercio de los
alimentos que se producen para el consumo humano en el mundo
anualmente -unos 1.300 millones de toneladas-, se pierden o
desperdician, según un estudio divulgado recientemente por
la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y
la alimentación. Sin duda, debemos cambiar estas actitudes,
los más pequeños desde las escuelas y los mayores desde la
concienciación que supone tirar los alimentos, en un planeta
incapaz de erradicar la pobreza.
Ciertamente los recursos naturales son limitados y no se
pueden dilapidar. Cada año, los consumidores en los países
ricos desperdician la misma cantidad de alimentos (222
millones de toneladas) que la totalidad de la producción
alimentaria neta de África subsahariana (230 millones de
toneladas). Por este motivo, es indispensable que la
humanidad renueve y refuerce esa alianza de mesura y
sensatez que el mundo necesita para contrarrestar el
derroche y despilfarro que nos asalta en cualquier esquina.
Si odiar es malgastar el corazón y el corazón es nuestro
mayor caudal de vida, desperdiciar alimentos es abrasarnos
el alma unos contra otros, en lugar de abrazarnos a la
naturaleza unos y otros. El hábitat, y sus frutos, nos
pertenece a todos, a toda la especie humana, sin distinción
alguna. Por ello, se ha de producir un cambio en la manera
de producir y consumir. Tan importante es bajar las pérdidas
en las fase de producción y recolección como arrojar
alimentos perfectamente comestibles a la basura. Es el
conjunto lo que hay que atajar, algo que exige una profunda
renovación cultural en la humanidad sobre el cual construir
un futuro mejor para todos, no solamente para unos
privilegiados. Los suyo es replantear un camino común con un
modo de vivir caracterizado por la sobriedad y la
solidaridad, en vez de la prodigalidad y el egoísmo como
hasta ahora se ha venido cultivando. El ser humano se ha
dejado dominar por inmoralidades, y de pronto, nos vemos que
todos estamos dominados por la ambición, llegando a perder
hasta el propio sentido de humanidad. Está bien que cada uno
goce al máximo de los bienes que pueda, pero sin disminuir
la felicidad de los demás con su derroche.
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