Regreso de una aventura mareante
con el cuerpo pidiendo a gritos una cama tipo hamaca.
Hemos estado de gira, soltando discursos y prometiendo cosas
que, estamos seguros, no podremos cumplir.
Pero así es la política.
Con las ganas que tenemos que nos voten el resto de
ciudadanos y en cuya montaña de papeletas podremos subirnos
bien alto consiguiendo, con ello, algún puesto apetecible en
la administración local o autonómica por unos cuatro años,
si antes no nos botan por ineptos, somos capaces de prometer
que todo lo que tocamos lo convertimos en oro.
Bueno, no es realmente que haya estado de gira en plan
estelar político, más bien como guionista en plan sacarina.
O sea light.
Aprovechando que recalamos en las cercanías de Salou
(Tarragona), hicimos una visita a un parque temático, si
entendemos por temático una feria permanente, para tomarnos
un baño en aguas desagradablemente frías, seguimos dentro de
la tendencia del 40 de mayo sin quitarnos el sayo,
recorrimos después el parque.
Por eso digo lo de aventura mareante. Me obligaron a subir a
unos cacharros que te ponen la cabeza donde suelen estar los
pies. Eso de ir a toda velocidad, con el aire deformándote
la cara hasta límites inverosímiles y mirando, desde una
perspectiva alienígena descontrolada, el giro de la madre
tierra y su contenido… no está hecho para mí. Prefiero un
paseo en bote por el estanque del Retiro madrileño.
Bueno, soy un esclavo del PC, lo confieso sin sentimiento de
vergüenza, y paso horas y horas ante el teclado. Desde que
se inventaron los ordenadores (computadoras en el mundo
americano) en la prehistoria, no paro de estar ante la
pantalla. Ya sea tanto por mi labor profesional como la
doméstica.
En ésta historia, la de los ordenadores, cabe destacar el
enorme impulso hacia arriba que han sufrido las redes
sociales, sufrido es un decir, y ello implica que muchos nos
tomemos libertades que de otra manera sería imposible de
soltar.
Creo, y creo bien, que en nuestro país existe un concepto
bien definido sobre la libertad de opinión y de expresión.
No como en los estados americanos, tanto del norte como del
sur, en los que se persigue furibundamente cualquier
comentario en contra de lo mantenido hipócrita y
conservadoramente por los mandamases.
En las redes sociales, en las que incluyo la prensa digital
que por algo es una red, suelen haber comentarios de
lectores con vena de escritores. Unos por la vertiente
cómica y otros por la crítica atroz, siendo el resto, o sea
la masa, de la vertiente inane.
Suele ocurrir que algún lector digital se pase, con mucho,
de la raya marcada por el decoro y la prudencia en sus
comentarios. Eso produce, al que va dirigido el comentario,
un exceso de bilis que se transforma en una expresión
rabiosa, aunque nadie lo está mirando en ese momento, y
entonces ocurre una de las dos cosas: o bien borra el
comentario obsceno, para él, o bien salta como león
enjaulado que encuentra la puerta abierta y pretende comerse
a todo el mundo.
Sea cierto o no el contenido de tal comentario, no es más
que la opinión personal del que lo hace y se le puede
responder, evidentemente, con las razones que quiera.
Todos los que utilizan las redes de Internet tienen la
potestad de aceptar o no la inclusión de comentarios ajenos
y por tanto, solo él es el responsable de que se publique o
no… pero de ahí a meter cizaña judicial, con el único fin de
sacar provecho del asunto (o sea ganar dinero a espuertas
por medio de métodos más bien de dictadorzuelos) hay un buen
trecho.
Con exigirle al comentarista que rectifique el error,
intencionado o no, creo que sería suficiente, pero en todo
caso es responsabilidad del administrador de la página por
haber aceptado un comentario impropio.
Que se lo pregunten al rey. Ofendido no se siente porque no
se da como aludido.
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