El tema de este año para el Día
Mundial de las Aves Migratorias (14 y 15 de mayo) es “El uso
de las tierras a vista de pájaro”. La cuestión es que se
quiere concienciar a la ciudadanía del drástico impacto que
el uso humano de la tierra tiene sobre las aves migratorias
y en los ecosistemas de los que dependen. Por desgracia, el
mundo en el que vivimos se mueve más en el caos que en el
espíritu de la belleza, por eso refleja también la necedad
de modos de vida. No podemos usar las tierras a nuestro
antojo como si se tratara de un material que nos pertenece,
debemos considerar el hábitat como algo de todos para el
presente, pero también para el futuro, lo que implica que el
ser humano tiene que aprender a dominar la furia de la
destrucción y ver la forma de reconstruir un planeta que
sufre a causa de la avaricia del ser humano. Cuando todo lo
queremos para sí, todo lo perdemos. Lección que aún no hemos
aprendido, a pesar de tantos conocimientos adquiridos.
Observamos que, permanentemente se derrochan energías que
amortajan el ambiente natural, el valor de la diversidad
biológica de nuestras vidas, no en vano dependemos de esta
variedad de savias para poder vivir. El que desaparezcan las
especies por causa de nuestras actividades humanas es una
mala referencia, yo diría que es una diabólica noticia,
porque si una especie se extingue, no me cabe la menor duda,
el ecosistema va a pasarnos su factura de sufrimiento. En el
gran libro de la naturaleza se encuentran todas las claves
para huir de la pasión egoísta y todos sus abecedarios nos
hablan de que aquello que es contrario a la naturaleza es
también nocivo al ser humano. Tampoco hemos aprendido a leer
el mundo. Por ello, creo que ha de avivarse el deber de la
solidaridad, que es un deber impreso en el uso de las
tierras, de manera que todos los bienes deben llegar de
manera equitativa a todas las personas. Por otra parte,
también es necesario implicar a los verdaderos cultivadores
de las tierras en las opciones y decisiones que atañen a ese
destino del suelo, pues cada día son más los espacios de
cultivo que se están orientando hacia otros objetivos.
Dejemos trabajar la tierra al que la trabaja, continúa
siendo un buen propósito. Asimismo, que la familia rural
recupere su lugar que hoy no tiene en el corazón del orden
social es tan justo como preciso. De lo contrario es caer en
la decadencia de los principios.
El ocaso no es bueno para nada. Esas embajadoras de la
biodiversidad que son las aves migratorias también están en
declive por el cambio climático, por la pérdida de hábitats
naturales, en beneficio de un desarrollo urbano desmedido y,
en parte también, por un turismo descontrolado, junto a
otros factores propiciados por el codicia humana. Ante estos
hechos se evidencia que las sociedades han devaluado el
precio de algo tan grande como es la responsabilidad. Si
fuésemos más responsables tomaríamos buena nota de todos
estos desajustes y haríamos mucho más por detener la
continua pérdida de biodiversidad. Uno puede ver a vista de
pájaro todos estos desórdenes, fruto del mal uso de las
tierras y del abuso de las personas, pero luego tiene que
hacer algo para poder garantizar las distintas especies
animales y vegetales. Se trata de un esfuerzo que requiere
una consideración global ética y un respeto por una
naturaleza que no admite conflictos. Ciertamente, el ser
humano puede poseer la palabra, pero el hábitat imprime un
carácter que debemos tenerlo en cuenta.
Cuidado con desafiar el orden de la naturaleza y sus leyes
naturales de las que formamos parte. No se puede permanecer
bajo modelos de vida mezquina, ni ser necios, hay que ir más
allá del reciclaje, para que germine una nueva cultura que
conozca y se reconozca como parte de esa naturaleza,
especialmente sensible a un medio ambiente común para todos.
Por tanto, la dimensión económica tiene que dar paso a una
magnitud más anímica, más de cognición en el buen uso de la
tierra. Los deberes no son pocos. A vista de pájaro tenemos
que volver a pintar de verde los caminos del mundo. Pongamos
corazón. Cuidemos de abrazar esas aves migratorias que
buscan espacios de libertad. Acariciemos mares y ríos con
los aires de la pureza. Que se contagie el planeta de
poesía. Hemos de salvar cada instante de nuestra existencia
antes de que sea demasiado tarde. El hombre sigue siendo el
mayor destructor de vida. No tiene en cuenta los cauces de
los ríos, ni los manantiales de aguas, ni los mantos verdes,
ni tampoco las rutas migratorias. Siempre se repite la misma
historia, cada individuo no piensa más que en sí mismo.
Vaya mi recuerdo, pues, para esas aves migratorias que
llevan consigo el vuelo de lo creado para ser recreado, que
transitan por vías que tienen cada día menos posadas, que
sufren todo tipo de inclemencias pero que no retroceden,
sabedoras por instinto natural que la utopía está en el
horizonte. La ilusión despierta el empeño y solamente la
paciencia lo termina. Llegará el día en que las aves
migratorias volverán a injertar versos en el aire y en el
que los humanos retornaremos a la morada del sueño para
reconquistar tiempos perdidos. Ya está bien de vivir en un
mundo de cosas y que a uno le consideren una cosa más.
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