Ya habían cogido cada uno un par de zapatos. Así que se
cambiaban de ropa y se volvían a poner a la cola. “Si lo
hacemos nosotros cuando nos dan gratis cualquier cosa, con
más razón ellos”, explicaban Chema y Sergio, dos de los seis
motoristas integrantes del ‘Motoclub Maruca Off Road’ de
Ceuta, que el pasado día 29 de abril se recorrieron 570
kilómetros (unas once horas de trayecto), desde Ceuta hasta
Imiechil, en el Alto Atlas, con un único propósito: repartir
zapatos entre los aldeanos bereberes.
La idea surgió entre cervezas. Una noche de juerga, la
pasada Navidad, Chema, Sergio, José María, Chico, Javier y
Mohamed, para darle impulso a un club de motos que llevaba
creado oficialmente unos siete meses, pero que apenas tenía
movimiento, decidieron organizar alguna actividad “que fuese
una aventura, pero también un acto solidario”. Optaron por
reunir zapatos. Los negocios ‘Stradivarius Ceuya’ y
‘Fabiola’, además de dos establecimientos, uno de Sevilla y
otro de Santoña (Cantabria), les regalaron zapatos nuevos;
ciudadanos entregaron calzado viejo, y 52 empresas locales
aportaron dinero. Así reunieron alrededor de setecientos
zapatos.
Dejaron aparcadas las motos en Ceuta y subidos en dos
todoterrenos cruzaron la frontera camino al sur. “No
teníamos ni idea de dónde regalarlos, sabíamos el lugar,
pero no a quiénes”, explican los motoristas. Pero al llegar
al poblado, apareció Ismael. Era un chaval de la zona que
les ofreció guiarlos, hacerles de intérprete (allí hablaban
tamazig) y ayudarles con el reparto.
“Como en las colas nos hacían trampa, Ismael nos localizaba
al líder de la comunidad, éste organizaba a las familias, y
nosotros les entregábamos zapatos a todos”, explican Chema y
Sergio. “Los nativos compartían con nosotros todo lo que
tenían, nos pusieron dulces, té, mantequilla... Acabamos
haciendo una fiesta. Fue una experiencia increíble”.
El domingo fue la vuelta a casa. Volvieron con las maletas
más liberados -”A la ida íbamos en el coche que no
entrábamos con tantos zapatos”-, pero también más llenas de
emociones. “Fue un viaje muy satisfactorio, te das cuenta de
que la felicidad no está en quien tiene más”, explica
Sergio. “Fue un viaje inmejorable”, añade Chema. Calzaron a
muchos aldeanos. Las chicas del pueblo, a cambio, le dejaron
los cristales de las ventanas de los coches llenos de
dibujitos de corazones.
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