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OPINIÓN - LUNES, 2 DE MAYO DE 2011

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

No resignarse, la recomendación de sábato
 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

Entre las frases célebres que guardo en el corazón, que me acompañan siempre, está una de Ernesto Sábato con la que me identifico plenamente. Dice así: “hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse”. Caer en la resignación es suicidarse de por vida. Los tiempos actuales son una invitación permanente a la actuación. Hoy, quizás como ayer y tal vez como mañana, debemos rebelarnos ante la siembra de injusticias que ahogan el mundo; sublevarnos ante los sembradores del terror; negarnos a tomar el camino de la violencia; levantarnos tras cualquier caída; alzarnos con la bandera del diálogo y anunciar que es posible la paz, porque la paz realmente la injertan las personas, no las estructuras de poder. En los pequeños gestos humanos que brotan de la vida es donde nace la armonía. Por eso, detrás de cada acción humanitaria, florece la ansiada concordia que todos requerimos como el pan con el que nos alimentamos.

Lo que sucede es que hay que situarse en el verdadero corazón de la existencia humana, y asistirla con los cuidados que un artista incrusta a su obra. Partamos de la realidad. Nadie me negará que todo ser humano siente el deseo de amar y de ser amado. Sin embargo, ¡qué complicado es a veces amar, dejarse amar y sentirse amado! Los mayores fracasos siempre provienen del amor, incluso hay quien llega a dudar si el amor es un imposible. Las carencias afectivas es uno de los grandes males que ahogan al mundo, hasta el punto que muchas personas consideran que el amor es una visión ilusoria, algo irrealizable ¿tendremos que resignarnos, pues?. A mi juicio, ¡jamás!. El amor es lo que mueve todo y lo que, en verdad, nos conmueve por dentro. Lo admirable, como tantas veces dijo Ernesto Sábato, “es que el hombre siga luchando y creando belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil”. Por consiguiente, desfallecer es lo último, si además la propia vida ya es deseo, camino por el que todos transitamos y en el que todos necesitamos ayuda. Al final uno llega a la conclusión de que solamente una vida de entrega a los demás es una vida plena, una vida vivida en la perfección y bebida por la hermosura. Esto es lo que nos sacia el corazón. El que lo probó, sí que sabe de qué estoy hablando.

Sin duda, para crecer en esta estética hay que expresarse en el amor y este es el compromiso al que todos estamos llamados, sólo es cuestión de saber mirar y ver que el amor domina todas las cosas, el universo entero, y nosotros no vamos a ser menos. ¿Cómo resignarse a una vida sin ideales, a una sociedad marcada por las injusticias, por la falta de libertades? ¿Cómo permanecer callados ante gobiernos que usan sus armas contra su propio pueblo? ¿Cómo bajar la cabeza ante la violencia indiscriminada de los que pretenden justificar tan viles acciones por objetivos políticos?. Hemos de derribar las barreras del miedo y trabajar a destajo por un mundo embellecido a través del esplendor de la verdad. No hay que tener recelo en llevarlo a buen término, aunque el trabajo sea duro y difícil, pues como apuntó Ernesto Sábato “al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de globalización”. Téngase siempre en mente, que el nivel de decencia tiene que estar siempre por encima del nivel del pánico, somos personas con derecho a ser personas. Recuerden el dicho popular, de morir de pie antes que vivir arrodillado.

Me viene a la memoria la declaración de un joven destinado a ser asesinado en un mundo de exterminio, “a cada nuevo espanto o abuso debemos oponer nuestra voz. Podemos sufrir, pero no debemos sucumbir a las atrocidades humanas”. ¿Cómo resignarse a la intolerancia, al respeto de la vida humana? Tampoco el mundo debería encogerse de hombros a los avances en la integración social, a pesar de los tiempos complicados que vivimos. Es tiempo de imaginar soluciones, de aprovechar experiencias exitosas y de evitar errores (y horrores) del pasado. Ciertamente, como expresó Sábato, “el mundo nada puede contra un hombre que canta la miseria”. Siempre nos queda la palabra. Y, en esa palabra, se imprimen acciones a llevar a cabo y opciones a tomar. Así, en este lenguaje vivo, la palabra justicia no tiene ningún sentido mientras seamos incapaces de hacer justicia, de tomar la buena costumbre de dar a cada cual lo suyo. Tampoco la palabra progreso, que tanto se dice, mientras haya personas que se mueren de hambre. La palabra no se le puede quitar a nadie, debe ser libre como el pensamiento. Dejemos, pues, que entone la voz todo aquel que tenga algo que decir, que denunciar o que aplaudir. Cuando la palabra sale del alma nos aproxima unos a otros, sin embargo, en el momento que la palabra se ensordece por las armas, cada cual busca su distancia y su lejanía.

El ser humano no puede vivir con los males. Cada vida, cada ser humano, cada situación está reclamando la presencia viva de gentes con corazón y coraje. El compromiso con la vida nos alcanza a todos, especialmente con el más pobre y marginado. No cabe la pasiva resignación y dejar que las cosas continúen así o, como sucede con frecuencia, degeneren en situaciones peores. Nuestra memoria de luchas inútiles se puede cambiar, además es el cambio del cambio que el mundo pide, y que Sábato rubricó como viable, al decir que “la historia no es mecánica porque los hombres son libres para transformarla”. La gran transformación del mundo no puede esperar más, y ha de iniciarse en cada uno de nosotros que es donde nace, crece o decrece, al contacto del amor que nos apliquemos. No resignarse, pues, que el primer peldaño siempre parte de uno mismo, de su estado de ánimo en definitiva. Al fin y al cabo, uno no halla la belleza sino la lleva también consigo.
 

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