Entre las frases célebres que
guardo en el corazón, que me acompañan siempre, está una de
Ernesto Sábato con la que me identifico plenamente. Dice
así: “hay una manera de contribuir a la protección de la
humanidad, y es no resignarse”. Caer en la resignación es
suicidarse de por vida. Los tiempos actuales son una
invitación permanente a la actuación. Hoy, quizás como ayer
y tal vez como mañana, debemos rebelarnos ante la siembra de
injusticias que ahogan el mundo; sublevarnos ante los
sembradores del terror; negarnos a tomar el camino de la
violencia; levantarnos tras cualquier caída; alzarnos con la
bandera del diálogo y anunciar que es posible la paz, porque
la paz realmente la injertan las personas, no las
estructuras de poder. En los pequeños gestos humanos que
brotan de la vida es donde nace la armonía. Por eso, detrás
de cada acción humanitaria, florece la ansiada concordia que
todos requerimos como el pan con el que nos alimentamos.
Lo que sucede es que hay que situarse en el verdadero
corazón de la existencia humana, y asistirla con los
cuidados que un artista incrusta a su obra. Partamos de la
realidad. Nadie me negará que todo ser humano siente el
deseo de amar y de ser amado. Sin embargo, ¡qué complicado
es a veces amar, dejarse amar y sentirse amado! Los mayores
fracasos siempre provienen del amor, incluso hay quien llega
a dudar si el amor es un imposible. Las carencias afectivas
es uno de los grandes males que ahogan al mundo, hasta el
punto que muchas personas consideran que el amor es una
visión ilusoria, algo irrealizable ¿tendremos que
resignarnos, pues?. A mi juicio, ¡jamás!. El amor es lo que
mueve todo y lo que, en verdad, nos conmueve por dentro. Lo
admirable, como tantas veces dijo Ernesto Sábato, “es que el
hombre siga luchando y creando belleza en medio de un mundo
bárbaro y hostil”. Por consiguiente, desfallecer es lo
último, si además la propia vida ya es deseo, camino por el
que todos transitamos y en el que todos necesitamos ayuda.
Al final uno llega a la conclusión de que solamente una vida
de entrega a los demás es una vida plena, una vida vivida en
la perfección y bebida por la hermosura. Esto es lo que nos
sacia el corazón. El que lo probó, sí que sabe de qué estoy
hablando.
Sin duda, para crecer en esta estética hay que expresarse en
el amor y este es el compromiso al que todos estamos
llamados, sólo es cuestión de saber mirar y ver que el amor
domina todas las cosas, el universo entero, y nosotros no
vamos a ser menos. ¿Cómo resignarse a una vida sin ideales,
a una sociedad marcada por las injusticias, por la falta de
libertades? ¿Cómo permanecer callados ante gobiernos que
usan sus armas contra su propio pueblo? ¿Cómo bajar la
cabeza ante la violencia indiscriminada de los que pretenden
justificar tan viles acciones por objetivos políticos?.
Hemos de derribar las barreras del miedo y trabajar a
destajo por un mundo embellecido a través del esplendor de
la verdad. No hay que tener recelo en llevarlo a buen
término, aunque el trabajo sea duro y difícil, pues como
apuntó Ernesto Sábato “al parecer, la dignidad de la vida
humana no estaba prevista en el plan de globalización”.
Téngase siempre en mente, que el nivel de decencia tiene que
estar siempre por encima del nivel del pánico, somos
personas con derecho a ser personas. Recuerden el dicho
popular, de morir de pie antes que vivir arrodillado.
Me viene a la memoria la declaración de un joven destinado a
ser asesinado en un mundo de exterminio, “a cada nuevo
espanto o abuso debemos oponer nuestra voz. Podemos sufrir,
pero no debemos sucumbir a las atrocidades humanas”. ¿Cómo
resignarse a la intolerancia, al respeto de la vida humana?
Tampoco el mundo debería encogerse de hombros a los avances
en la integración social, a pesar de los tiempos complicados
que vivimos. Es tiempo de imaginar soluciones, de aprovechar
experiencias exitosas y de evitar errores (y horrores) del
pasado. Ciertamente, como expresó Sábato, “el mundo nada
puede contra un hombre que canta la miseria”. Siempre nos
queda la palabra. Y, en esa palabra, se imprimen acciones a
llevar a cabo y opciones a tomar. Así, en este lenguaje
vivo, la palabra justicia no tiene ningún sentido mientras
seamos incapaces de hacer justicia, de tomar la buena
costumbre de dar a cada cual lo suyo. Tampoco la palabra
progreso, que tanto se dice, mientras haya personas que se
mueren de hambre. La palabra no se le puede quitar a nadie,
debe ser libre como el pensamiento. Dejemos, pues, que
entone la voz todo aquel que tenga algo que decir, que
denunciar o que aplaudir. Cuando la palabra sale del alma
nos aproxima unos a otros, sin embargo, en el momento que la
palabra se ensordece por las armas, cada cual busca su
distancia y su lejanía.
El ser humano no puede vivir con los males. Cada vida, cada
ser humano, cada situación está reclamando la presencia viva
de gentes con corazón y coraje. El compromiso con la vida
nos alcanza a todos, especialmente con el más pobre y
marginado. No cabe la pasiva resignación y dejar que las
cosas continúen así o, como sucede con frecuencia, degeneren
en situaciones peores. Nuestra memoria de luchas inútiles se
puede cambiar, además es el cambio del cambio que el mundo
pide, y que Sábato rubricó como viable, al decir que “la
historia no es mecánica porque los hombres son libres para
transformarla”. La gran transformación del mundo no puede
esperar más, y ha de iniciarse en cada uno de nosotros que
es donde nace, crece o decrece, al contacto del amor que nos
apliquemos. No resignarse, pues, que el primer peldaño
siempre parte de uno mismo, de su estado de ánimo en
definitiva. Al fin y al cabo, uno no halla la belleza sino
la lleva también consigo.
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