No voy a pedir perdón a los que, de entre estos, no tengan
motivos para sentirse ofendidos, pero ante la proximidad de
las elecciones municipales y autonómicas me gustaría que en
el día de hoy reflexionásemos sobre algunas cuestiones: ¿Son
los políticos una categoría especial de ciudadanos por sus
cargos? Si no es así ¿qué les hace diferentes? ¿Qué
prerrogativas obtienen? Si analizamos los fundamentos de un
sistema democrático podríamos decir que la soberanía que
reside en el pueblo es la que legitima a unos representantes
para que, en nombre de aquel, gestionen los asuntos públicos
de la mejor manera posible y encaminada al bien común. En
otras palabras, los políticos elegidos democráticamente, y
en las urnas, serían unos servidores públicos en toda la
amplitud de la palabra. Si comparamos nuestro modelo con el
de algunos países anglosajones observaríamos que en estos se
mantiene un mayor contacto entre los vecinos como
individuos, y las asociaciones vecinales, con los
representantes de las circunscripciones menores que, si bien
es cierto, no siempre cala en la pirámide de decisiones
hacia esferas superiores, al menos, consuela en la base.
Pero a pesar de todo, la clase política actual ha perdido la
talla de aquellas figuras históricas que en el Parlamento
esgrimían feroces batallas dialécticas cargadas de
contenido; y los profesionales de los medios de
comunicación, también. Si de los últimos meses eliminásemos
las noticias relacionadas con ETA (Bildu o similares) y las
confrontaciones futbolísticas (en especial, Real Madrid y
Barcelona) sólo nos quedarían como grandes temas, la
corrupción y las elecciones -al margen de catástrofes
naturales y guerras o atentados-. Y si profundizamos en la
historia menos reciente, tampoco. Pero ¿es la política
corrupta por naturaleza? ¿Es tan beneficiosa? ¿Es la
corrupción algo intrínseco a nuestra forma de ser? Los
movimientos del norte de África no quieren un modelo
democrático como el español –ni siquiera el latino-, quieren
uno de corte más anglosajón, en apariencia más honesto.
Es innegable el hecho de que ante la convocatoria de
elecciones, los políticos deben estar bien situados, como si
de una carrera se tratara, para garantizarles al menos
durante cuatro años la estabilidad laboral. En estos días
somos y seremos visitados por líderes políticos de todo
color, como si fuéramos y nos lo creyésemos, el centro de
los pensamientos del partido. ¡Ahora somos importantes!
Pero, el pueblo necesita un respeto ya que no forma parte de
una república, de las conocidas como, bananeras. Visitas
para conocer a un personaje público, popular y televisivo,
siempre es curioso, pero la frontera de la curiosidad no
debe rozar la credulidad de hacernos comulgar con ruedas de
molino. Después de estos días festivos, y en los que no me
he movido de España, al seguir a partir del lunes las
noticias con un poco más de asiduidad, y en diferentes
medios, parecía haberme perdido algo -recuperación del
déficit, mejoría del superávit de la seguridad social,
situación muy aceptable del endeudamiento nacional y paro en
cifras escandalosas pero habiendo alcanzando el techo-;
Jueves y Viernes Santo han obrado un milagro o la Política
empieza a inmiscuirse en las cifras y estadísticas ofrecidas
a gusto del que informa. La realidad no es variable, y es
visible por nosotros mismos, en nuestras calles; no me hace
falta que me informen de lo que veo –casi cinco millones de
parados, empresas y comercios cerrando en progresión
geométrica, nueve millones de personas en la pobreza y
cientos de miles de familias en riesgo de perder su casa-
¿les pedimos el voto? La casta política al menos debe ser
discreta: España se está polarizando entre una clase media
alta, y esta cada vez más alta, y una clase baja también
cada vez más baja –y la media en extinción-. En esta
situación no hay prerrogativas que valgan, la sospecha de
corrupción debe ser motivo de apartamiento, al menos
temporal, y hasta que se resuelva. Hay que volver a los
orígenes de la soberanía popular, no se puede convertir la
política en hereditaria, ni los políticos imbuidos de un
boato regio.
Con mi antiguo compañero en el Banco de España, y amigo,
Van-Halen (hijo), ahora director general de la vivienda de
la Comunidad de Madrid, durante años me ha unido una
estrecha amistad. Incluso en algún acontecimiento familiar,
y antes de su entrada en ese mundo, nos reunimos con Álvarez
del Manzano, Gallardón y otros políticos, y solíamos hablar
de estas y otras muchas cuestiones. Pero ya saben, una cosa
es la teoría y otra muy distinta la práctica…
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