Adiós, sin más, a una de las
semanas más negras y lluviosas que se recuerdan, con un
protagonista fundamental, la lluvia y unos datos que nadie
querrá recordar para el futuro, por haber roto las ilusiones
de muchas personas, de todas las edades que, generosamente,
se entregaron, a lo largo del año a su principal ilusión, la
de tener todo en orden en su cofradía para que sea la mejor
o pueda competir con la mejor.
Esto no ha sido exclusivo de Ceuta, ni de Sevilla, ni de
Valladolid, por citar lugares con procesiones de primerísimo
nivel, esto ha afectado a todos por igual, con lo que los
lamentos y las lágrimas, todo hay que decirlo, se han dado
en todas las partes.
Pero paralelo a esto, que es enmendable y que podrá lucir
sus galas que este año no lució, están los accidentes de
todos estos días, con una cifra de siniestros que pone carne
de gallina, en torno a cuarenta víctimas mortales, si es que
en las horas finales de la operación retorno no han
fallecido algunos más.
Este sí que es el punto negro, como ya he dicho, en días
pasados, y es un punto negro porque no hay quien pueda
atajar, por mucho que se pongan a hacer la cuadratura del
círculo y traten de justificarlo con unos cinturones
“equis”, con unos chalecos “zeta” o con la gilipollez de
reducir la velocidad en autopista a 110 kilómetros a la
hora. Ya veremos ahora, cuando las cifras fríamente son
similares a las del año pasado, si no se les ocurre “parir”
otra chorrada para que el que les sustituya el próximo año,
tenga que deshacer lo que ellos hicieron tan mal, que no se
sostiene de pie.
Lo de las procesiones es cuestión de esperar, si este año ha
llovido, el próximo puede hacer sol, pero los muertos en la
carretera no tienen solución posible, porque mirándolo, con
toda la frialdad posible, es el resultado, hasta cierto
punto lógico, de tantos millones de desplazamientos de
familias enteras, a lo largo de la semana, desplazándose
desde su lugar habitual de residencia, hacia la sierra, la
playa o el bullicio de las procesiones de los grandes
núcleos urbanos que se caracterizan por ser los primeros en
este tipo de manifestación cultural-religiosa-folklórica,
que de todo ello hay, mucho, en la Semana Santa.
Ahora, y manda narices, con la Semana Santa finalizada,
aparece el buen tiempo, aparece el sol, ha cesado la lluvia
y hay quien empieza a pensar en esa maldición, desde el
santoral, dirigida hacia los que con tanta devoción y con
tanta fe se afanaron para que la Semana Santa, sus
procesiones, salieran un poco mejor o mucho mejor que el año
pasado.
Y en lo otro, en los accidentes, ya he vuelto a oír la
cantinela que me esperaba, como todos los años, para
enmascarar la realidad, en términos como “tantos muertos
menos que el año pasado”, como si los que han fallecido no
significaran nada para ellos, o como si sus cambios en el
tráfico ya pudieran justificarse, por sí solos, al haber
muerto uno más o uno menos que en los años anteriores, y
todo para justificar el famoso 110, de marras.
No me gustan las mentiras y menos las verdades a medias o de
doble cara, porque de esa forma, en vez de estar informando
de lo que hay lo que nos mandan es la adulteración de lo que
existe en este momento.
La esperanza, cara al futuro, de las procesiones está en
que, posiblemente, el año próximo haga mejor tiempo. Por su
parte, lo de los muertos no tiene esperanza alguna.
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