Este legionario que, desfiló por las calles de Málaga el
Jueves Santo acompañando al Cristo de Mena, tiene muchas
luces y ninguna sombra en cuanto a su participación en la
Semana Santa malagueña. Sus palabras días antes “soy
musulmán, pero esta es mi compañía” sintetizan de un modo
perfecto una corriente de pensamiento que defendemos algunos
de los que estudiamos el tema de la emigración en Europa y
en especial en su componente islámico en España.
La emigración en España, y en Europa, se desenvuelve al
vaivén de los problemas económicos. En épocas de bonanza y
crecimiento, se facilita -la población del país deja de
hacer algunos tipos de trabajos y se necesita mano de obra-
y cuando la situación empeora se tacha al extranjero de
apropiarse de sus empleos y de devaluar salarios y
condiciones laborales. Esto no por ser cierto deja de ser
injusto para todos. Trabajadores ya sean nacionales o
emigrantes cambian vidas y hábitos en función de políticas
diseñadas décadas antes. Disposiciones comunitarias, leyes
de extranjería o políticas han favorecido en algunas épocas
a colectivos procedentes de algunos países en vez de otros
–sudamericanos, originarios de los países de la Europa del
Este o asiáticos antes que los de religión musulmana-. La
sintonía de la religión, el lenguaje o los prejuicios han
llevado a mirar con simpatía a unos y con recelos a otros.
Sin duda, todas estas cuestiones también lo son de número;
no es indiferente el ser unos pocos -y en un país
hospitalario y abierto como es España- que colectivos que se
establecen y concentran en barrios donde los españoles
empiezan a sentirse extranjeros, las costumbres se vuelven
foráneas y los problemas de seguridad se identifican con la
religión, la lengua o el color. También, lo son de capacidad
económica y cultural, puesto que la integración es casi
inmediata, o no se cuestiona, cuando el que se desplaza es
un deportista o un profesional universitario, tenga o no la
misma religión o costumbres.
En Europa se han desarrollado teorías sobres colectivos
integrables y otros imposibles de integrar, sobre la
necesidad de filtros étnicos, sobre la cultura dominante
propia del país en detrimento de la advenediza o la
posibilidad de llegar a una situación de islamofobia. La
propia Angela Merkel ha llegado a reconocer que en Alemania
han fracasado los intentos de construir una sociedad
multicultural. En estos momentos, Europa está girando a unas
posiciones radicales en lo concerniente a emigración, y
prueba de esto son los últimos episodios en Francia
prohibiendo el paso a los tunecinos procedentes de Italia.
Los problemas son claros cuando hablamos de emigración,
legal o ilegal, integración y diferencias culturales o
religiosas, pero ¿qué sucede cuando esto mismo lo predicamos
de los españoles musulmanes, hijos o nietos de emigrantes, o
de los españoles conversos al Islam? Aquí los problemas ya
no son de extranjería, son una cuestión de derechos
fundamentales reconocidos por la Constitución; enlazaríamos
con las cuestiones sobre el velo, la libertad religiosa y
tantos otros problemas y derechos reconocidos por la ley y
la tradición para la población católica. Si esta religión
tiene un hondo calado histórico, de igual modo ocho siglos
de tradición nos contemplan con la musulmana, y los vínculos
de convivencia han existido sin duda alguna.
Como muy bien entiende nuestro amigo Abselam, ceutí y
musulmán, el fenómeno religioso se contextualiza en Europa,
y el fenómeno cultural de la tradición de su compañía le
lleva a su participación. Cultura y religión, en planos
separados. Y esa corriente es la que yo, como él,
compartimos. El Islam de y en Europa debe ser entendido
separando los aspectos culturales, que pueden ser
influenciados e influyentes sobre la cultura europea, y los
puramente religiosos de la fe islámica. Así sí puede ser
posible la convivencia y la integración. Sobre la base de
unos valores de corte universal recogidos en todas las
legislaciones europeas, los convenios internacionales y la
declaración universal de los derechos humanos, una población
musulmana en España y en Europa dejará de ser mirada con
recelos. En este contexto podemos entender las aspiraciones
democráticas de la primavera del Magreb; un Islam así es
plenamente compatible con una convivencia, inevitable, en
este mundo sin fronteras y Turquía podría ser un modelo a
seguir.
Todos necesitamos tiempo. Nosotros para entender que los
musulmanes en Europa no son la prolongación de los regímenes
políticos de sus países, para no verlos como la mano del
Islam que intenta invadirnos, y para que les favorezcamos la
integración. Ellos, demostrándolo. Los guetos, las zonas de
exclusión social no llevan sino al radicalismo. Más que
escribir sobre esto hay que trabajar y ser prácticos.
Cambiar el mundo día a día es imposible, y además, muy
cansado. Con esta actitud positiva me hicieron gracia unas
palabras de Mohand Tilmatin, profesor en la universidad de
Cádiz, que decía: ”cuando estaba casado con una alemana,
después de llevar muchos años conduciendo sin haber tenido
ningún accidente, a la hora de comprar un coche y contratar
un seguro me clasificaban como el conductor más peligroso. A
mi mujer, que tenía un carnet reciente y no había conducido
nunca, la calificaban de peligrosidad media. Porque era
alemana. Yo compré el coche y ella contrató el seguro”.
Esa integración en la cultura autóctona, que no
subordinación, sino influencia en ambos sentidos y
mutliculturalidad no se consigue solo con leyes, se consigue
en el día a día, en la calle, intentando eliminar las
diferencias sociales y económicas no por grupos étnicos o
religiosos sino por capacidades. Quizás esta Domingo de
Resurrección sea un buen momento para considerar que la
integración, como enriquecimiento y coherencia y cohesión de
los desiguales es asunto de todos y no solo de los que
llegan. España, lo mismo que Ceuta y Melilla, tienen una
identidad constituida de esta forma, sigamos pues en esta
línea y no nos dejemos influenciar por teorías
catastrofistas sobre nuevos imperios y dominaciones.
Por último, y no por eso menos importante, solo me resta
felicitar con efusividad al Regimiento “Duque de Alba 2º de
la Legión” (Tercio-2) al que apenas pudo ver mi hijo de
cinco años, ya que estábamos muy lejos entre la multitud
desplegada en el puerto y por las calles, y al que tuve que
comprar una trompeta y un chapiri; y mi gratitud, por
supuesto, al cabo Abselam Mizziam por haber sido en el día
de hoy mi inspiración.
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