La enseñanza de las Matemáticas
siempre, por razones diversas, han tenido muchas
dificultades para que nuestros alumnos llegaran a
dominarlas. Siguiendo un orden, quizás no lógico, nos
encontramos con la propia estructura de las mismas,
capacidad para su comprensión por parte del alumnado, escasa
preparación por parte de aquellos que tienen que
impartirlas, recurriéndose en la mayoría de los casos, a la
realización cursos especiales de su didáctica… Porque,
seamos sinceros: necesitamos, en general, de una mayor
preparación para sentirnos cómodos y obtener los mejores
resultados. No es razonable, aunque bien cierto es, que
determinados alumnos justifican su bajo rendimiento con el
argumento de “que yo no las entiendo”. Quizás, en muchos
casos, sólo con el llamado “machaconeo”, se consiguen
mejores resultados, pero aceptemos que la comprensión de las
mismas, está muy lejos de la realidad.
Cuando ya nos sentimos seguros de que nuestro trabajo va en
el buen camino, encontrarse con un grupo de alumnos que
progresan adecuadamente, es un gran estímulo para el
enseñante.
Es el caso que me ocurrió a mí con un 7º curso de la siempre
recordada EGB, con un grupo de alumnos en el Área de
Matemáticas, donde uno de ellos se erigió en entusiasta
protagonista de un caso muy curioso: El alumno en cuestión
destacaba también en el resto de las materias. Yo, tutor de
grupo, sentía hacia él una especie de atracción por razones
obvias, ya que, su rendimiento global, repito, era muy bueno
y, además, su conducta era excelente. Siempre atento y
realizando consultas, cuando el mensaje matemático no lo
recibía con claridad, situación que siempre es de agradar
por parte del maestro y, que no se prodiga mucho en el
grupo-clase.
En el Área de Matemáticas, habíamos llegado al tema de la
resolución de ecuaciones, concretamente a sistemas de
ecuaciones con dos incógnitas y problemas que se resuelven
con su planteamiento. El alumno se sentía cómodo, disfrutaba
con esta parte del programa. Había conseguido dominar los
“mecanismos” para resolverlas, y no le fallaba ni una
situación. Rivalizaba con los “empollones” de la clase en
las Matemáticas. Y, además, era el primero siempre en
terminar las “pruebas-controles”. Yo le invitaba a que
repasara, que le sobraba tiempo para entregar la prueba. El
recogía el ejemplar de prueba y volvía a repasar. Enseguida,
listo para entregarla. Yo le miraba de reojo y me convencía
que, en efecto, el éxito le había sonreído.
Como le sobraba tiempo para la finalización de la clase, le
invitaba a realizar otras actividades, en este caso,
referidas a los temas referido a otras materias.
Yo solía recomendar a mis alumnos que siempre que tuvieran
que resolver una ecuación o sistema de ecuaciones, iniciara
su comprobación. Era la satisfacción de haberla resuelto
bien o, en caso contrario, volver a repasarla. Aquello de
comprobar se convirtió en una obligación, de forma que no
permitía que un alumno diera por finalizado su ejercicio de
resolución de ecuaciones o sistemas si no venía acompañado
de la comprobación.
En mis orientaciones sobre la importancia de la
comprobación, repetía, cuando se producía la igualación de
los dos miembros, que habíamos llegado al momento de
“satisfacción total”, que era indicativo de que todo lo
realizado estaba bien, por lo tanto, “felicidad completa”.
Nuestro alumno había tomado buena nota y, al terminar las
ecuaciones o sistemas con sus comprobaciones, añadía las
siglas S.F. que, en principio, yo no encontraba relación
alguna con lo realizado. Preguntado el alumno por el
significado de las mismas, me respondió: “Significa
situación feliz”. “Yo me siento tranquilo y contento de que
mis ecuaciones y sistemas me hayan salido bien”.
Me recordó que en una situación de prueba-control le sucedió
que la comprobación no le salía. Estuvo dedicándose un buen
rato para conseguir el error, sin resultado positivo. Ya a
punto de finalizar la sesión de Matemáticas y, por lo tanto,
la prueba, se dio cuenta que donde se equivocaba era en la
comprobación, con lo cual algo que él tenía como prueba
infalible, dejó de serlo, procurando en lo sucesivo poner
más atención en la comprobación.
Pero la S.F. no se perdió ya que él mismo, en 8º curso
seguía, llegado el momento de las ecuaciones de 2º grado de
aplicarla en aquellas situaciones de pruebas-control. Lo que
no sé si él seguiría con su S.F. en las Matemáticas que
estudió en el Instituto, situación que se me escapó de
controlar.
Aunque él nos dejó, de forma “milagrosa” yo empecé a notar
en las mismas situaciones de pruebas control de ecuaciones y
sistemas, que un alumno de mi grupo las utilizaba. En
principio empecé a descubrir, aunque yo empleaba el mismo
sistema, es decir, les hablaba al grupo de la conveniencia
de la comprobación de ecuaciones y sistemas si la S.F.
habría salido de los ámbitos del colegio y sería de
extensión generalizada. No fue así, sino que se trataba de
un hermano, al que el creador de S.F. se lo había
transmitido. Lo que sí es justo destacar que este hermano
era también un buen alumno, que destacaba de igual manera
que su hermano en la para algunos, difíciles e
incompresibles Matemáticas.
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