Hace falta un nuevo vitalismo
intelectual en un mundo mediatizado, donde lo mediocre se
imita, y lo mezquino nos arrastra como serpientes. Es
preciso activar el valor y la valentía del pensamiento,
libre y creativo, dispuesto a no casarse con poder alguno,
para exponer con claridad que otro mundo es posible, porque
al fin y al cabo, la verdad es una, y no se extingue por
mucho que quiera ocultarse.
El actual empobrecimiento de las ideas muestra una
decadencia de la cultura, experimentada como consecuencia
del abandono de lo auténtico. A mi juicio, estos cultivos,
sembrados sin afecto alguno y sombreados por el disimulo,
germinan un esteticismo viciado y vacío, que no sólo nos
empobrece como seres humanos, también nos deshumaniza. Se
habla de que debemos dar razón de vida a nuestra propia
existencia, pero hay que dar razón de veracidad, o sea de
pertenencia al mundo entero, para imprimir un nuevo
humanismo, donde la persona priorice el amor y no la
venganza, la generosidad y no el egoísmo, la bondad como
regla de subsistencia.
Sabemos que es fácil crear palabras, y que lo complicado es
crear pensamientos. Por eso, es bueno poner en práctica y
celebrar el espíritu creativo. La contribución de los
creadores y los innovadores al desarrollo de todas las
sociedades, dice ser uno de los objetivos perseguidos con la
conmemoración del Día Mundial de la Propiedad Intelectual
(26 de abril), cuyo lema este año es bien significativo
“Diseñar el futuro”. Ciertamente, el diseño lo invade todo,
se ha tomado como la búsqueda de una solución en cualquier
campo. Lo que sucede es que esa exploración, en la mayoría
de las veces, nace contaminada. Es lo propio cuando una
sociedad vive más en la mentira que en la verdad. Los
efectos no se pueden esconder. Si no estamos en paz con
nosotros mismos difícilmente vamos a poder guiar a otros en
la búsqueda del sosiego. Si no actuamos en coherencia con lo
que pregonamos, a duras penas vamos a poder ejemplarizar
cualquier mensaje vertido.
Considero, pues, fundamental ser coherentes también para
celebrar el espíritu creativo y no confundir el conocimiento
con la sabiduría, que es el que realmente nos ayuda a
reconocernos y a saber vivir. Más que nunca se necesitan
ciudadanos dispuestos a motivar pasiones por lo bello, que
han de nacer de la hondura del alma, en armonía con la
manera de ser y actuar. Los más pulcros esbozos siempre
salen del corazón. Sólo así se puede alentar la sensibilidad
y alimentar el desvelo por todo aquello que es expresión
verdadera del genio humano. Si el mundo es horrible, lo es
por nosotros y, en nosotros, está el cambiarlo y la
responsabilidad de hacerlo habitable. Por desgracia, al
actual carro de la cultura, le falta espíritu renovador y
compromiso, a pesar de que urge liberar al ser humano de las
riadas de falsedades, injertadas en vena unos a otros a
diario, para demostrar (a la selva) quién puede más que
quién.
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