Nos referimos a él como “Parque de
Santa Catalina” y supongo que el pueblo de Ceuta le
bautizará cuando le vea la cara y con el nombre más
adecuado, siempre según la energía que desprenda.Tema de
tertulias, hacedor de titulares, el proyecto paisajístico
del arquitecto Chaves, plataforma por aquí y plataforma por
allá y mucho sendero. Pero ¿y las fuentes? ¿como va a ir
diseñado el tema del agua?.
No hay que olvidar en el momento de la definitiva ejecución
de las obras que eso de las “especies autóctonas” suena muy
ecológico y muy perita, tipo “repoblación forestal” pero
aquí no se va a llenar de vegetación un monte, con sus
consiguientes cortafuegos, sino que la temática va
encaminada a encandilar a espíritus sureños que llevamos en
la memoria genética unos jardines: los del Generalife.
Y ya conocen ustedes esa joya del paisajismo andaluz y la
música mundialmente conocida y admirada del agua de sus
fuentes y de sus surtidores ¡hasta grabaciones han hecho de
los cantos del agua! sí, cuando salpica, murmura y se
desliza al son de las jarchas. Fuentes y pájaros que anidan
cada noche en los árboles centenarios y los más admirados
son tal vez los cipreses, por su mágico significado de ser
el árbol de la paz y el que, plantado junto a una casa,
significa que allí se da posada al peregrino. Cuentan los
entendidos que el cielo adquiere su más hermosa tonalidad de
azul cuando sirve de telón de fondo a uno de los cipreses
del Generalife.
Pero estamos hablando del futuro parque, hoy sin nombre,
examino el proyecto y eso tan moderno de las plataformas no
se asemeja nada a la estética andaluza, a nuestros setos de
arrayanes que cuando florecen en primavera se llenan de
estrellas blancas, porque blanca es la flor del arrayán que
cantaran los poetas arábigo-andalusíes como Al Yusuf y Ben
Sara de Santarem. Arrayanes, naranjos de azahares reventones
y limoneros del patio sevillano de Machado “mi infancia es
el recuerdo de un patio de Sevilla”.
Demasiada responsabilidad la “creación” de un parque en el
sur de España, porque excede mucho de “crear” y se desliza
hacia el “recrear” de arquetipos andaluces. El agua
saltarina salpicando en los surtidores de las fuentes
alargadas, que se dirían acequias. Las fragantes rosaledas,
las granadinas y los granados con sus flores de pétalos
rojos, el picotazo de color de la buganvilla amarrada a
cualquier muro que se precie, el jazmín, la dama de noche y
la madreselva sin las que no se entiende la luna del sur. El
romero y la albahaca jugando al escondite en los parterres y
perfumando el blanco nacarado de las frágiles azucenas. Dice
mi esposo, el viejo pintor que un jardín tan solo es bello
si su contemplación sirve de inspiración a los artistas,
porque eso significa que tiene “alma” y si la tiene late,
hace música, ronronea y se despereza. Está vivo. Brota cada
primavera en los árboles y arbustos de hoja caduca y sombrea
los caminos y las alamedas cada otoño con el pardo
cromatismo de la hojarasca que suena “chis, chas” al
pisarla. De hecho me parecen infinitamente más bellas las
alamedas o los paseos flanqueados por castaños silenciosos o
por tranquilos cipreses que “plataformas circulares
interrelacionadas por una red de sendas peatonales”. ¿No se
sienten ustedes espiritualmente más atraídos por la estética
de la subida al Generalife que por el paisajismo tipo
Benalmádena-Costa?.
Será que algunos somos catetos del sur y tenemos la
capacidad de embobarnos ante los setos y los arbustos
tallados formando arcos vegetales de los jardines antiguos y
con los macizos de alhelíes y con los nardos. Sentarnos en
un banco de piedra no es lo mismo que plantar el culo en uno
fashion y mirar ese tipo de diseños de planta
tropical(palmera, palmito, cactus y pita) en plan hotel de
Torremolinos no motiva tanto como oír cantar al viento
cuando agita las cortinas verdes de los sauces llorones. Y
los modernos dirán, como en la canción que “eso no se
estila” pero no se trata de que no se estile “que te pongas
para cenar, jazmines en el ojal” como diría María Dolores
Pradera, sino el debate se circunscribe en si amamos o no
amamos la estética de nuestro Generalife, así como es,
arrimadico a la Alhambra, cantarín y perfumado,
irremediablemente bello e indiscutiblemente romántico. Eso
sí, allí a nadie se le pasaría por la cabeza hacer una
barbacoa y como mucha actividad un concierto de Albéniz, un
recital de Federico “entre Viznar y Alfacar mataron a un
ruiseñor porque quería cantar”, la copla de Carlos Cano
“Alacena de las monjas, que te dan gloria bendita,
pastelillos y toronjas y dulces de leche frita” o el quejío
de sombras de Enrique Morente cuando canta a la vera, verita
de su hija Estrella.
La cuestión que plantamos en las tertulias es que Ceuta
posee 66.500 metros cuadrados destinado a realizar una obra
de arte y existirán quienes quieren algo practico, moderno y
funcional y existimos quienes aspiramos a “algo distinto”,
estéticamente mucho más avaricioso y ambicioso, espiritual y
emocionalmente de infinita mayor plenitud. De hecho
existimos quienes, sencillamente queremos tener el
Generalife en Ceuta.
Porque despertaría en nosotros un inabarcable amor y una
emoción profunda. Y porque lo merecemos, está en nuestra
memoria genética y es nuestro. ¿Y por qué los ceutíes no
podemos tener un Generalife?.
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