Creo que ya, en alguna ocasión, he
hablado de todo un pueblo comercial, instalado a poca
distancia del pueblo madrileño de Las Rozas.
Este pueblo-comercio es Las Rozas – Villages, edificado hace
pocos años sobre lo que fueron unos campos que escasamente
producían centeno y que ahora constituyen todo un imperio de
las primeras marcas del tipo Versace, Pedro del Hierro, Lola
Herrera, Tommi Hilfiger y un largo etcétera, por sistema
out-let.
Es un lugar que visito con cierta frecuencia, cuando estoy
en mi tierra, ya que la distancia desde mi casa es corta,
unos 150 kilómetros, las marcas son buenas y los precios
mejores, además de que como queda a espaldas de la Ciudad
Deportiva de la Real Federación Española de Fútbol, muchas
veces aprovecho para hacer una visita a este lugar que
regentan, en la hostelería, unos amigos míos y paisanos de
Piedrahita.
Pues bien, de lo relativo a la Federación de Fútbol y de la
hostelería no voy a decir hoy nada, pero sí quiero hablar de
Las Rozas –Villages por lo que significa un imperio
comercial que abre al público 361 días al año y 362 si el
año es bisiesto.
Únicamente permanece cerrado todo el complejo cuatro días al
año, los días de Año Nuevo, Reyes, día del trabajo, 1 de
mayo, y el día de Navidad. El resto de los días del año hay
que ir al tajo.
Estas fechas son las únicas de cierre, los demás de los días
“ya estamos acostumbrados”, me decía el pasado martes una
dependiente de Hugo Boss, y abierto, sin cerrar, desde las
diez de la mañana hasta las nueve de la noche.
Así, no cabe duda, los establecimientos se mantienen en pie,
con los turnos que tengan establecidos y los salarios
convenidos por cada una de las firmas allí establecidas.
De esta manera, aunque estemos en crisis, aunque se vende
menos que en épocas más boyantes, allí hay trabajo, el paro
es menor y las distintas marcas siguen vendiendo.
Por eso es un pueblo comercial, porque el comercio se ejerce
de la mañana a la tarde, la atención al cliente va a tono
con la caja que se hace y con poca o mucha clientela no se
está deseando cerrar, hasta la hora ya fijada por todos.
El lugar está acondicionado para comprar en establecimientos
modernos, calles cómodas, especialmente para los calores del
verano, con una “refrigeración” muy especial y para que el
cliente no tenga que estar dando vueltas buscando
aparcamientos, el propio complejo tiene una zona de
aparcamiento para más de 3000 vehículos.
Todo este tipo de comodidades y de atenciones, así como la
calidad de los productos y los precios, hacen que, el peor
de los días haya por encima de 1000 vehículos aparcados allí
y no menos de tres mil personas de compras. Es vista
comercial y es saber lo que se traen entre manos, además de
que, a mí, cuando voy a comprar, poco me importa de donde es
el capital invertido allí.
Me importa poder comprar con comodidad, no estar presionado
por los horarios, poder llegar con comodidad a las tiendas y
tener calidad a más bajo precio.
Mientras recorría una de las calles, me acordaba de la Ceuta
comercial de hace 30 años, en la que el horario, más que
favorecer al comprador, estaba a gusto del comerciante, con
calidad muy variable y con todas las incomodidades para
comprar. Así pasó que bastó con que se abriera una simple
verja, para que aquel comercio de Ceuta desapareciera. La
vista comercial aquí falló, además de otras cosas.
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