Cuando Manuel Moreno entró en ‘Betel’ pensaba que no duraría
nada dentro de esta asociación, que centra su labor en
atender a diversos colectivos en riesgo de exclusión social,
con especial atención a drogodependientes. Catalogada como
ONG de Cooperación al Desarrollo, de corte cristiano
evangélico, ‘Betel’ cuenta con sedes repartidas por casi
todos los países europeos, además de en zonas como la India
o Australia. Y entre estas, Ceuta. Manuel estuvo en la
asociación un día, al segundo quiso marcharse. De aquello
hace ya casi una década. Después recapacitó y no sólo logró
salir de las drogas, sino que se convirtió en uno de los
monitores del centro. En ese proceso fue clave que supieran
motivarlo: “La ociosidad hace que uno lo pase mal, por eso
es importante que haya un programa de actividades y que
desde el centro potencien lo que uno sabe hacer”, explica.
Las personas que llegan a la asociación pasan por diferentes
fases, pero lo habitual es que en el momento en que ingresan
“hayan perdido todos los papeles”, por lo que se hace
necesario un tiempo de aislamiento, en el que permanecen
internados, según explica el presidente de ‘Betel’, Juan
García. En Ceuta, el régimen de internado se realiza en la
finca ‘La Ponderosa’, en el monte de García Aldave. Pero
para empezar este programa de desintoxicación es necesario
que el usuario llegue por voluntad propia. “No se puede
ingresar a nadie obligatoriamente, por eso, lo primero que
hacemos es una entrevista personal en la que valoramos si
realmente quiere empezar el programa”.
“La droga es una enfermedad provocada por ellos mismos”,
explica. Por eso, el primer paso, una vez dentro del
programa, es “deshabituarlos de las drogas, un proceso que
requiere de unos veinte días o un mes de total aislamiento,
incluido familiar”.
La desintoxicacion se hace “a pelo”, sin sustancias para
superar el síndrome de abstinencia. Por eso, los internos
nunca pueden estar solos, “ni siquiera cuando, ya en la
segunda fase del proceso, pueden realizar visitas a sus
familias. Será esta la primera en notar el cambio, porque es
físicamente donde antes se aprecia”, añade.
El entorno familiar es clave también para detectar los
problemas con las drogas. “Muchas veces, la familia se da
cuenta por los problemas económicos que empieza a tener la
persona, ya que no es fácil sostener un gasto medio de
drogas de unos cien euros diarios. A veces, la gente empieza
a darse cuenta que en su casa faltan cosas”, explica García.
“Muchas veces se rompen vínculos familiares durante ese
proceso, pero después, para volver a integrar en la sociedad
a las personas es fundamental restablecer esos lazos, que el
joven aprenda a pedir perdón y sea perdonado”.
La media de edad de los ingresados en Ceuta, una quincena de
personas, oscila entre los 21 y los cuarenta años, aunque
también hay un porcentaje de gente entre cincuenta y setenta
años que suelen ser indigentes.
García explica que la evolución se ha notado más que en el
número de drogodependientes en el tipo de drogas que se
consumen: “Ya no se utiliza la aguja, sino que se tiende más
a fumar o a inhalar. Antes lo que más se consumía era
heroína, que ya ha descendido; ahora la gente opta por las
drogas de diseño. Entran en un círculo donde una pequeña
dosis de fin de semana termina convirtiéndose en un reclamo
diario, donde además se empiezan a consumir otras
sustancias, por ejemplo, la cocaína, que contrarresta el
efecto del alcohol. Esto conlleva a un perfil de
politoxicómano, el cual se alcanza cada vez a una edad más
temprana, porque los jóvenes piensan que el cuerpo a esos
años puede absorberlo todo, cuando, sin embargo, a la larga,
provoca importantes problemas de hígado, de azúcar,
etcétera”.
En ‘Betel’ intentan que los jóvenes se sientan útiles. Parte
de ese trabajo lo consiguen dándole responsabilidades. Se
convierten en dependientes de las tiendas de muebles o en
porteadores. Otros se integran en el Plan de Empleo. “Tienen
que demostrar que están capacitados para poder realizar
cualquier tipo de trabajo, y para ello suele ser necesario
un mínimo de un año de recuperación”.
En ese proceso es importante también que sigan unas rutinas:
levantarse a las 7.30 horas, desayunar, charlas y talleres,
trabajos en los que participan, hora de la comida, siesta...
y así hasta las ocho de la tarde, momento en el que, después
de una ducha, cenan y descansan. “Cualquier cambio en los
hábitos pueden ser claves, por eso siempre hay monitores
dependientes de cada detalle”.
Esos monitores son, como Manuel, jóvenes que ingresaron el
centro y que ya completamente recuperados, y de manera
voluntaria, ayudan en la asociación. De hecho, de Ceuta
salieron el que ahora es director de ‘Betel’ en México, que
era un joven drogodependiente de la barriada de Los Rosales;
y otro chico del barrio de Hadú, que en estos momentos es
director en una sede de Inglaterra. El centro de Ceuta tiene
la ventaja de ofrecer un trato más cercano. Hay más
tranquilidad para que el usuario pueda rehacer su vida. “Un
ambiente que propicia la reinserción”, explica García. “La
sorpresa que algunos sienten cuando, por ejemplo, disfrutan
de una Navidad sin una gota de alcohol”.
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