En 1952 se rodó “El mundo en sus manos”, inolvidable
película dirigida por Raoul Walsh e interpretada por Gregory
Peck y Anthony Quinn; para algunos, una de las mejores de
toda la historia del cine en el género de aventuras. Pero
hoy no voy a escribir sobre cine, pero sí de cómo en gran
medida Ceuta y Melilla tienen, como Gregory Peck, el mundo
en sus manos.
Estamos atravesando una época de turbulencias financieras y
políticas, que más que de recesión, podríamos calificar ya
como de profunda depresión. Y esto siendo, como es, un
fenómeno globalizado y por tanto mundial, quizás esté
poniendo de manifiesto una crisis del sistema capitalista y
de sus valores; de cómo ha cambiado la percepción del mundo,
no en días, sino en décadas, y cómo ahora salen a la luz
todas sus imperfecciones. Los regímenes, las civilizaciones,
ambos, van cambiando progresivamente; y desde los finales de
un hacer las cosas de un modo determinado hasta el principio
de hacerlas diferente, la evolución puede tardar más o menos
tiempo; eso dependerá de si hay o no detonantes políticos de
importancia. A corto plazo, son los fenómenos económicos y
financieros los determinantes, pero los que establecen el
rumbo, o la dirección, son los movimientos políticos, ya se
llamen revoluciones, caídas de telones de acero o
primaveras. El decorado en el que nos movemos cambia y el
argumento se tiene que adaptar a lo que acontece a su
alrededor.
En este clima y en este mundo, España, en el furgón de cola
de los países desarrollados, se entretiene mirándose en el
ombligo de unas elecciones municipales, autonómicas y
generales, que nos llevarán, desde que se vayan unos y hasta
que se incorporen otros, unos años que son trascendentales
no perder. Ya no es solo el coste económico, es el coste de
oportunidad, el dejar de hacer esto pudiendo hacer aquello
con una rentabilidad social y económica mayores. Las
propagandas que nos dicen lo que se va a hacer, cuando no se
ha hecho antes, o las promesas que inventan casi todo lo
inventable empiezan a resonar. Pero la ciudadanía tarde o
temprano se hará oír con estruendo ya que las ideologías
importan menos cuando las necesidades vitales se tienen que
cubrir.
España, a todos los niveles, hubiera necesitado pactos de
gobierno, de estado, para buscar soluciones, que las hay,
por encima de ¿ideologías? que se exhibirán en mítines
políticos aglutinantes de pensionistas y partidarios
incondicionales. Pero los políticos deben tener cuidado;
todo tiene un límite y nuestra primavera también puede
llegar. Y en este contexto, y si las previsiones llevan a
gobernar al partido popular, la inestabilidad social, los
movimientos sindicales y los antisistema y antiglobalización
podrían emerger con fuerza. La decisión del Presidente de no
ser candidato en las próximas elecciones puede ayudar a
mejorar la imagen del partido socialista, pero salvo que
cambie el decorado político, el partido popular empezará a
gobernar con un tiempo perdido importantísimo. Mientras que
Alemania y Francia se recuperan nosotros seguimos debatiendo
el sexo de los ángeles, tenemos sobre nuestras cabezas la
espada de un rescate financiero, pero quizás esto sea lo de
menos, lo más grave serían las medidas de ajuste
restrictivas que desde la Unión Europea nos impondrían
añadidas a las que ya tenemos.
En este estado de cosas, el partido popular tendría poco
margen de actuación en las medidas económicas a tomar
-España en política monetaria no tiene autonomía, y
políticas como la cambiaria, con las devaluaciones de moneda
como principal medida y que fueron nuestra salvación en la
década de los ochenta, ya no se puede usar –; por tanto, su
camino mas que de rosas podría ser de espinas. Los
movimientos sociales, los sindicatos como células
durmientes, ahora, despertarían y los conflictos laborales
se incrementarían necesariamente con un gobierno de
“derechas”. Con el Euribor subiendo -por las elevaciones
sucesivas de los tipos de interés oficiales del BCE- y con
la falta de liquidez en la economía por obra de los bancos,
la demanda de consumo y la actividad empresarial seguirán
ahogándose. Tampoco de un ámbito político europeo desunido,
como se puede ver en Libia, podremos esperar mucho ni muy
bueno. ¡España está sola!; esto no es ser tremendista, es
empezar a ponernos en uno de los escenarios posibles y muy
probable.
Ceuta y Melilla tienen sus propios problemas políticos
exteriores. El vivir siempre con la espada del anexionismo
marroquí detrás, con una inexistente defensa del actual
gobierno y con un desinterés de la sociedad ¿española? que,
en muchas ocasiones, descuenta su posible descolonización,
las hace estar, como antes España, solas. El gobierno del
partido popular indudablemente beneficiaría el tono de
españolidad de nuestras ciudades en lo político interno,
pero las aspiraciones ante la Unión Europea, en las que se
debe seguir trabajando, tendrán en el mejor de los casos, un
resultado lento y a largo plazo. Pero a pesar de todo, la
incondicionalidad de Ceuta y Melilla con España no se ha
visto nunca correspondida. Quizás deberíamos fomentar la
identidad norteafricana (y española) como elementos
diferenciadores hacia unos y ante otros. Con España, porque
no solo estamos para pedir financiación; y con Marruecos
porque ya está bien de ignorarse nuestra identidad
pluricultural y nada, nada debería pasar sin una opinión de
las propias poblaciones. Ni somos válvula de escape, ni nos
amedrentamos por comunicados como los de la Red de Desafío
Islámico Atahadi. Sea cual sea su origen, y que debe ser
analizado no solo por las fuerzas y cuerpos de seguridad del
Estado y no solo ahora, ni la crisis económica ni la
política pueden llevar añadido un mensaje de miedo. La
actitud ante las aguas jurisdiccionales, las fronteras y
Marruecos deben ser firmes por parte del Gobierno ya que
desestabilizar es fácil y también la monarquía marroquí
tendrá entre sus objetivos la permanencia. Mientras tanto
nuestro potencial de desarrollo a ambos lados de la frontera
y el crecimiento económico con respecto a Marruecos debe ser
un valor en alza. Nuestra supervivencia es nuestra
diferenciación en todos los sentidos, y ahí cabe
integración, multiculturalidad y convivencia. ¡Tengamos como
Gregory Peck el mundo en nuestras manos!
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