Cuando llegan estas tan señaladas
fechas para el mundo católico, no se por qué razón me entra
la neura de ser bueno y dejar al personal tranquilo durante
estos días incluida, en ese dejar tranquilos, a la mayor
inteligencia política nacida en esta nuestra tierra y jamás
igualada en el mundo mundial.
Lo dicho, me voy a ser una jartá de bueno durante estas
fechas. Tan bueno voy a ser, que incluso no voy a comentar
nada de la procesión que va a salir en Madrid de esos que se
hacen llamar ateos. Allá ellos co sus cosas, que bastante
tengo yo con las mías.
Y, naturalmente, ante esta exquisita bondad de lo que voy a
hacer gala, ustedes se preguntarán, y de qué va a escribir.
Muy sencillo voy a escribir, durante estos días, de Semana
Santa. Una Semana Santa que me trae recuerdos imborrables de
mi época de niñez, tan lejana en el tiempo y tan cercana en
espíritu.
La cosa ha cambiado tanto desde aquella época, que hasta he
llegado a pensar, si no será otra Semana Santa la que se
está celebrando, que nada tiene que ver con la que viví en
aquella época, donde los chavales íbamos acompañados de
nuestros padres a presenciar los desfiles procesionales y
donde la madres, en estas ocasiones salían con sus maridos,
para sentarse el bar Niza o ir a Casa Rejano a comerse una
ración de calamares.
El Bar Niza, estaba situado en la Plaza de los Reyes, por
detrás de donde hoy están instalados los dos estancos,
incluso había que bajar un par de escalones para sentarse en
su terraza. Por encima de esa terraza había unos urinarios
públicos, esos que ya han desparecido y que los
“prostáticos” tanto echan de menos.
Los chavales aprovechamos para jugar en los espacios libres
o intentar pesarnos en la báscula que estaba situada por
encima de la terraza. Por cierto que era difícil poder saber
cuál era nuestro peso pues la báscula, que yo recuerde, no
funcionaba.
Pero a pesar de que no funcionase era divertido subirse, una
y otra vez, tratando de conseguir algo que era inútil. De
todas formas los chavales de aquella época, alimentados a
base de potajes, no teníamos problemas de peso ni, por
supuesto, miedo a la obesidad, ya que era poco menos que
imposible alimentarnos de comida basura, tan de moda en la
época en la que estamos viviendo.
En esa misma línea en la que se encontraba el Bar Niza,
haciendo esquina más tarde se puso “Almacenes San
Francisco”, donde el establecimiento vendía ropas usadas, y
que e pueblo a esta clase de ropas, le dio el nombre de “burraquía”.
Pero, bueno, esto la veda nada tiene que ver con la Semana
Santa ceutí, así que vamos a volver a ella, contando cosas
de aquella época que, por supuesto, no se volverán a
repetir, ya que muchos lugares populares de entonces ya ni
existen aunque, sin duda alguna, han dejado huella en el
corazón de todos los ceutíes que tuvimos la suerte de
conocerlos y, por supuesto, disfrutar de ellos.
Nadie de los que vivieron en aquella época puede olvidar
aquellos Vienes Santos, único día del año en que toda la
familia salía a presenciar los desfiles procesionales y a
comerse esa ración de calmares fritos que, por supuesto, no
volverían a probar hasta el próximo Viernes Santos.
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