Ayer se cumplieron ochenta años de
la proclamación de la etapa más oscura y sanguinaria de la
Historia de España, es decir la II República, hoy presentada
ante los españoles en un burdo intento negacionista que las
hemerotecas de la época desmienten, como una especie de
idílico paraíso de “derechos y libertades”.Una fatua
tentativa de manipular la realidad y hacer lo negro blanco
dentro de la política de intoxicación y adoctrinamiento
ideológico a la que tan adictos y adeptos son los
izquierdistas radicales.
Lo triste es que, series televisivas financiadas con dinero
público como “República” de TVE expresen una especie de
tergiversación cronificada en base a patrones caducos tipo
“señorito malo-campesino bueno” obviando de manera artera y
repulsiva los atroces sucesos de 1931 cuando los antepasados
ideológicos de los actuales “progres” protagonizaron un
capítulo sangriento dentro de la más genuina tradición de
las “purgas” y los “progroms” del amado Padrecito Stalin
(consulten los millones de asesinados en internet, si soy yo
quien proporciona los datos no van a creerme) comenzando así
el genocidio de más de cien mil cristianos por su religión y
la famosa “quema de iglesias y de conventos”, el mayor
expolio histórico artístico de la Historia de Europa,
superior infinitamente a la destrucción de monumentos en la
II Guerra Mundial. Ardieron monumentos y obras de arte de un
valor incalculable, aquellos salvajes destruyeron y
arrasaron tallas maravillosas, retablos de calidad
museística, pinturas, esculturas, obras de imaginería
exquisitas y robaron obras maestras de la orfebrería
religiosa para fundirlas y aprovechar el oro.
Lo que expoliaron y destruyeron los republicanos, caso de
haber sido vendido en Europa o en America hubiera bastado
para financiar siete guerras civiles y se hubiera preservado
el patrimonio para enriquecimiento de la Humanidad, pero
esos asesinos de curas y de monjas “no querían” expulsar de
sus fronteras el arte religioso y capitalizar el tema, sino
que querían “quemarlo”. Desde aquí exijo públicamente a los
descendientes políticos de quienes asesinaron a más de cien
mil cristianos que, en virtud de la Ley de Memoria
Histórica, nos pidan públicamente perdón por las
violaciones, torturas y masacre de las mujeres católicas,
las monjas y novicias y los asesinatos tras atroces
padecimientos de sacerdotes, seminaristas y ciudadanos
católicos. Que pidan perdón por el salvaje genocidio.
Y que estos jóvenes “progres” cuyos antepasados políticos
chapotearon y se mearon en sangre cristiana, estudien un
poco de Historia y comprueben que fue la derecha de Calvo-Sotelo
quien ganó legítimamente las elecciones democráticas y que
fue la izquierda quien se negó a aceptar que España les
rechazaba en las urnas y para evitar molestias le
asesinaron. ¿Quién puede reivindicar un periodo tan
repugnante de la Historia de España?.
¿Libertades en la República mientras masacraban a los
católicos? Solo digo una cosa, si Dios existe, que sobre
aquellos y sobre estos de ahora caiga la sangre del martirio
de los cristianos masacrados en la “muy gloriosa” II
República española, aquella donde la sangre de los
inocentes, al empapar una de las franjas de la roja y
gualda, la tiñó de ese morado que significa luto por las
víctimas del genocidio. Aquellos que murieron por su
religión y bajo el signo de la cruz en la más terrible
persecución religiosa de la que se tiene noticia desde los
tiempos de Nerón. Y la memoria de los muertos exige una
reparación.
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