Llevaba tiempo sin consultar el
apartado de algunas locuciones y frases hechas andaluzas,
que viene en ‘El polémico dialecto andaluz’, escrito por
José María de Mena, catedrático de Fonética. Pero hoy
miércoles, que es cuando escribo, se me ha venido a la vista
la obra de Mena y he terminado, como siempre que ello me
ocurre, enfrascado en la lectura de un libro cuya primera
edición fue en diciembre de 1986.
Y he vuelto a recrearme en la siguiente frase hecha: “Sus,
que le crujen las rodillas”. También se dice “guarda,
guarda, que le suenan las choquezuelas”. Esta frase es la
que pronunció la Vieja del Candilejo, cuando desde su
ventanuco vio cómo dos caballeros se batían y uno de ellos
mataba a su rival, y cuando el hijo de la vieja quiso salir
a recoger el candil que se le había caído a su madre, y a
identificar al matador, la vieja le advirtió que no lo
hiciera, porque a quien le crujían las choquezuelas al
andar, según sabía toda Sevilla, era al propio Rey don Pedro
I. La frase se sigue usando en Sevilla para advertir a
alguien que no se meta en pleitos con un poderoso porque
puede salir malparado. Es paralela en su significado a otras
como “con la Inquisición chitón, o “con hermandad o cofradía
no te metas en porfía”.
Pues bien, en esta ciudad, como suele suceder en casi en
todas, ha habido siempre personajes con los que nadie quería
tener el menor desencuentro por miedo a verse empitonado de
mala manera por la femoral de las desgracias ininterrumpidas
que podrían sucederle. De tales personajes, bien pudo decir,
también, aquella vieja del candil del siglo XIV lo de “Sus,
que le crujen las rodillas”. O “guarda, guarda, que le
suenan las choquezuelas”.
Los individuos a los que me refiero paseaban la calle
bamboleándose con la misma destreza que lo hacían los
pistoleros del Far West. Te miraban por encima del hombro y,
en cuanto les hacía frente, te dejaban sin empleo y te
recordaban que el barco salía a las ocho. Los tipos de esa
laya podían permitirse toda clase de lujos. Decían
barbaridades contra el delegado del Gobierno del momento;
cerraban periódicos; dirigían piquetes que se encargaban de
obstruir las puertas de todos los comercios que no
secundaban sus imposiciones; cobraban impuestos
revolucionarios y se fueron enriqueciendo sin que nadie les
osara decirles ni pío.
Aún recuerdo cómo cerraron ‘El Periódico de Ceuta’. El
alcalde, Francisco Fraiz, conchabado con un
empresario local y asimismo político (!) él, envió la mitad
de la plantilla de policías locales, al mando de Ángel
Gómez, jefe del asunto, para desalojarnos de las
instalaciones y precintarlas.
En aquel entonces, había fulanos a los que les sonaban las
articulaciones a una legua y que hacían y deshacían a su
antojo. De modo que hubo un momento en el cual me vi solo
ante el peligro. Ya no están todos. Pero han quedado algunos
que, aunque con veintitantos años más, siguen convencidos de
que pueden continuar haciendo fechorías y avasallando al
personal que no se someta a la voluntad de ellos. Igual que
lo hacían otrora.
En esta ocasión, la víctima elegida ha sido Yolanda Bel.
Y las razones son claras.
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