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OPINIÓN - JUEVES, 14 DE ABRIL DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

“Sus, que le crujen las rodillas”
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Llevaba tiempo sin consultar el apartado de algunas locuciones y frases hechas andaluzas, que viene en ‘El polémico dialecto andaluz’, escrito por José María de Mena, catedrático de Fonética. Pero hoy miércoles, que es cuando escribo, se me ha venido a la vista la obra de Mena y he terminado, como siempre que ello me ocurre, enfrascado en la lectura de un libro cuya primera edición fue en diciembre de 1986.

Y he vuelto a recrearme en la siguiente frase hecha: “Sus, que le crujen las rodillas”. También se dice “guarda, guarda, que le suenan las choquezuelas”. Esta frase es la que pronunció la Vieja del Candilejo, cuando desde su ventanuco vio cómo dos caballeros se batían y uno de ellos mataba a su rival, y cuando el hijo de la vieja quiso salir a recoger el candil que se le había caído a su madre, y a identificar al matador, la vieja le advirtió que no lo hiciera, porque a quien le crujían las choquezuelas al andar, según sabía toda Sevilla, era al propio Rey don Pedro I. La frase se sigue usando en Sevilla para advertir a alguien que no se meta en pleitos con un poderoso porque puede salir malparado. Es paralela en su significado a otras como “con la Inquisición chitón, o “con hermandad o cofradía no te metas en porfía”.

Pues bien, en esta ciudad, como suele suceder en casi en todas, ha habido siempre personajes con los que nadie quería tener el menor desencuentro por miedo a verse empitonado de mala manera por la femoral de las desgracias ininterrumpidas que podrían sucederle. De tales personajes, bien pudo decir, también, aquella vieja del candil del siglo XIV lo de “Sus, que le crujen las rodillas”. O “guarda, guarda, que le suenan las choquezuelas”.

Los individuos a los que me refiero paseaban la calle bamboleándose con la misma destreza que lo hacían los pistoleros del Far West. Te miraban por encima del hombro y, en cuanto les hacía frente, te dejaban sin empleo y te recordaban que el barco salía a las ocho. Los tipos de esa laya podían permitirse toda clase de lujos. Decían barbaridades contra el delegado del Gobierno del momento; cerraban periódicos; dirigían piquetes que se encargaban de obstruir las puertas de todos los comercios que no secundaban sus imposiciones; cobraban impuestos revolucionarios y se fueron enriqueciendo sin que nadie les osara decirles ni pío.

Aún recuerdo cómo cerraron ‘El Periódico de Ceuta’. El alcalde, Francisco Fraiz, conchabado con un empresario local y asimismo político (!) él, envió la mitad de la plantilla de policías locales, al mando de Ángel Gómez, jefe del asunto, para desalojarnos de las instalaciones y precintarlas.

En aquel entonces, había fulanos a los que les sonaban las articulaciones a una legua y que hacían y deshacían a su antojo. De modo que hubo un momento en el cual me vi solo ante el peligro. Ya no están todos. Pero han quedado algunos que, aunque con veintitantos años más, siguen convencidos de que pueden continuar haciendo fechorías y avasallando al personal que no se someta a la voluntad de ellos. Igual que lo hacían otrora.

En esta ocasión, la víctima elegida ha sido Yolanda Bel. Y las razones son claras.
 

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