PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura
Melilla

Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

OPINIÓN - MARTES, 12 DE ABRIL DE 2011

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

La exaltación de la mantilla*
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Se ve y se palpa en el viento que Ceuta es cofradiera y semanasantera, será que la Semana Grande, la piel de nuestra tierra, adquiere la calidad sedosa de la alternancia levante-poniente, cada cual con su mágico despliegue de nubes “ad-hoc”. Pero miro y remiro y no veo carteles de “Exaltación de la mantilla” un evento casi místico que en mi anterior tierra de acogida, Andalucía, adquiere cada año caracteres míticos. Porque es “lo nuestro”.

Ya hablaba el primer periodista que glosó la historia de la Iberia vieja, el lenguaraz Estrabón, que, en algunas tribus autóctonas donde las mujeres salían a combatir, esas guerreras o amazonas primigenias, llevaban el nacimiento del cabello rapado y una especie de diadema estirando hacia atrás el pelo para evitar que se lo agarraran en el fragor de la lucha: la primera peineta de España. Aunque lo mismo escarbando en Atapuerca surge algún tocado, cualquiera sabe, de ahí venimos todos y de eso hemos mamado genéticamente, atlantes y curetes, celtas y vascos, barcas de piedra llegando a Finisterre con cadáveres de apóstoles, invasores romanos porculeando, visigodos, más porculéo aún, Mío Cid y Santa Gadea, el águila de San Juan, el descubrimiento de América, “España y yo somos así”, mucho gen y mucho ADN, mucha celtiberia y muchos Tercios de Flandes, más perdimos en Cuba y en Filipinas que no saben lo que se perdieron los muy capullos…

Pero esto no es un celtiberia-show aprovechando el acto solemne y multitudinario que se multiplica en ciudades y pueblos ibéricos como símbolo de un aferrarse altivo a nuestras características identificativas. Y les juro por la última bocaná de mis difuntos que jamás he asistido a un despliegue estético tan rotundo como son esos paseos de mujeres hispanas tocadas con peinetas de carey y engalanadas con la mantilla negra de blonda (el vainilla y el blanco roto es para las novias, para ir a las corridas de toros, para las bodas de postín y privilegio de las reinas católicas para presentarse ante el Papa).

Dice mi amigo del alma Esparza, el historiador-periodista, que el arte, para ser considerado arte ha de presentar la “condictio sine qua non” de “ser sublime” es decir, de arrebatar los sentidos, de transportarte a una experiencia similar a la que se accede en los estados alterados de conciencia, un “quedarte casi sin aliento”. De ahí que pueda afirmar que las mujeres semanasanteras “vestidas” y que en el sur se llaman “las mantillas” son puro arte en movimiento, un complemento irrenunciable de los tronos, un homenaje a esa celebración conmovedora que es de las madres de España, aunque los hombres también estén, pero es “más nuestra” porque narra la historia preciosa de una mujer judía que va detrás de su hijo del alma, crucificado y para entender esa pena y esos pesares de corazón roto, hay que haber parido o tener la facultad de parir. Y no soy excluyente, hombre era el Hijo que salió revolucionario y que no atendía a la Madre cuando le decía “Nene, sienta cabeza y echa los papeles para trabajar de rabino, que tienes que buscar una paga y una seguridad” Pero los hijos son como son y esa Madre que le acunó de chiquito en un portal bajo las estrellas hubo de acunarle con treinta y tres años bajo la sombra de la cruz. Y esa madre judía, rotita de llorar, ignoraba en esos momentos dolorosos que sería la mujer más retratada de la Historia, que enamoraría a pinceles y espátulas de genios de Dios, que alumbraría los cinceles y los artilugios de tallistas e imagineros y que saldría por las calles y hasta los más pequeños le gritarían “¡guapa!” dando palmas por soleares.

¿Qué les voy a contar, que les voy a decir de la exaltación de nuestras tradiciones, de esas que llevamos enjaretadas en el alma? Pues que me emociono con los desfiles de mantillas de todas las edades, que en el sur aprenden muy pronto el incordio de las horquillas y el peso de la blonda y del encaje. Que hay mucho, mucho arte en el recogido del moño y en el broche que prende el velo a media cabeza, en los zarcillos largos y en los claveles reventones que se colocan a un lado del tocado. Hay arte en los vestidos negros, en los guantes de muchas damas, en los rosarios de plata fina o de nácar, en las medallas y los crucifijos que se sacan de paseo y en los rostros sombreados por las peinetas. Un arte en sí colocarse “la mantilla”. Un honor llevarla. Un privilegio ser quienes somos, que en la Historia de la Humanidad se ha sorteado un Gordo y nos ha tocado a quienes paseamos por el corazón de pueblos y ciudades a Madres Dolorosas que siguen a sus Hijos entre el olor del incienso y de las flores de la primavera, entre velas que alumbran y saetas que deslumbran.

¿Lágrimas? Todas. Pero son buenas porque vienen del alma. Del alma que se para acompañando a la piel de nuestra tierra cuando reluce con lunas de tambores y cornetas y si el peregrinaje hermoso se viste de mantilla y de hombre nazareno, entonces… ¡Entonces, es que no se puede aguantar!. Y es España y somos nosotros y es “nuestro”.

* (Dedicado a Antonio Gómez)
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto