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OPINIÓN - DOMINGO, 10 DE ABRIL DE 2011

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

La magia del 3, 4 y 5
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

En una de mis visitas a Barbate, lugar donde me “estrené” como “maestro nacional”, además, como propietario provisional, en la terraza de una céntrica cafetería, me encontré con un antiguo alumno. Fue él el que me reconoció. Habían transcurrido muchos años desde que él formó parte de la matrícula de mi grupo.

Gratos recuerdos vinieron a nuestras memorias. Anécdotas curiosas, que él tenía más grabadas que yo, pero que poco a poco se fueron incorporando a mi “colección”.

Era obligado, por mi parte, recabar información sobre su “curriculum” después de dejar la escuela. Me comentaba que cuando nos dejó, por imperativo legal, al cumplir la edad reglamentaria –catorce años- se planteó que cuál sería su ocupación laboral. No quería incorporarse a la mayor actividad de los jóvenes en aquellos momentos: la pesca, todavía una ocupación floreciente, que movía a gran número de trabajadores. Pero, a partir de los 70, se vive en el pueblo una gran crisis económica. Las embarcaciones tradicionales de pesca se tienen que sustituir por barcos de hierro. Los caladeros de Marruecos se reducen. Ya no es rentable la pesca. Buena parte del pueblo opta por abandonarlo, en la búsqueda de nuevos asentamientos: Alicante, Castellón, Tarragona, Barcelona… aunque, en general, con la actividad de la pesca.

Mi interlocutor me comentaba que, felizmente, él tuvo mucha suerte, porque un vecino que era albañil le propuso el puesto de ayudante y no se lo pensó. Así, que se vio incorporado al mundo de la construcción, donde a la sombra de su vecino, llegó a dominar los secretos de la misma.

Cuando el azar me pone en contacto con este antiguo alumno, habían transcurrido unos cuarenta años, así que él superaba ya los cincuenta. Se había casado y tenía varios hijos, Posiblemente fuese, en esos momentos, hasta abuelo.

Continuamos hablando, siendo testigo de nuestra conversación mi esposa, que en algunos momentos, a requerimientos de mi interlocutor, respondía a algunas cuestiones presentadas por él.

A juzgar por el entusiasmo que ponía en los temas que se presentaban, se notaba que era una persona muy feliz. Muy satisfecho con su profesión, gracias a su maestro, que le había enseñado todos los entresijos de la misma, por lo que llegó a ser un cualificado albañil. Por tal motivo opositó a una plaza de mantenimiento en el Ayuntamiento de la ciudad que, debido a su horario de jornada única, por la mañana, por la tarde podía atender a aquellos trabajos (chapuces) que le salían.

Haciendo un paréntesis en su exposición, de lo bien que le había salido todo, profesional y personalmente, vuelve a su etapa de alumno –él lo dejó en 6º Curso-, y me recuerda algunos conocimientos adquiridos, en particular, en el campo de las Matemáticas, que, en parte, le sirvieron también para adiestrar a su maestro –albañil. Se trataba del Teorema de Pitágoras y volúmenes de cuerpos geométricos.

Para él, los números 3,4 y 5 eran “mágicos”. Quise descubrir sus razones: “Se trata de tres números consecutivos, y son modelos para la explicación del Teorema de Pitágoras, que en la construcción es fundamental tener en cuenta. Cumplen satisfactoriamente el Teorema. El tres y el cuatro se consideran los catetos; el cinco, la hipotenusa. Observemos que el tres y el cuatro elevados al cuadrado y sumados sus valores, nueve más dieciséis (catetos), nos da veinticinco, es decir, suma de los dos catetos elevados al cuadrado igual a la hipotenusa elevada al cuadrado”. Hasta aquí, todo correcto, le dije, pero siendo así el “invento” queda muy limitado, es decir, en principio serían de tres, cuatro y cinco centímetros, las losetas para utilizar. Él me contestó: “Pero yo no me quedo ahí, ya que –usted puede comprobarlo- al duplicar, triplicar, cuadruplicar… esos valores “mágicos”, también puedo obtener otras combinaciones para los azulejos que yo quiero utilizar, teniendo en cuenta que serán pocos, en la práctica”.

En cuanto se refiere a volúmenes de cuerpos geométricos, que él llamaba “cubicar”, también tienen mucha aplicación en la construcción, en particular cuando hay que calcular los materiales que se van a utilizar al realizar un proyecto de obra. También mis conocimientos adquiridos en la escuela me sirvieron para enseñar a mi maestro albañil, ya que él lo hacía por “tanteo”.

Es muy satisfactorio este tipo de encuentros con antiguos alumnos, después de muchos años transcurridos. En este caso, con lo positivo que resulta saber que, gracias a la escuela, sus conocimientos adquiridos y reconocidos le sirvieron para “abrirse” paso en la vida, en una actividad que le llenó plenamente de satisfacción y el sentirse, al mismo tiempo, aprendiz y “maestro” de la persona que le brindó la oportunidad, bien aprovechada, y alejarlo de lo que irremediablemente le hubiese conducido a ser uno más de aquellos jóvenes que, sin tener otras opciones, se veían obligados a realizar las duras y nobles tareas de pescar.

Llegó el momento de la despedida. Intercambios de saludos y buenos deseos. Y, por parte de él, la invitación de que pasáramos por su casa, a conocer a su familia y un ¡adiós! y ¡hasta pronto! Y, otra invitación: que nos acercáramos por aquellos lugares donde contemplaríamos algunos de sus trabajos, que se han perpetuado en su querido pueblo, consistentes en artísticas combinaciones de azulejos.
 

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