El que yo haya dicho repetidas
veces que veo poca televisión, y que la poco que veo es para
ver al Madrid, a Nadal, la Feria Taurina de San
Isidro y la Asociación Deportiva Ceuta, o una película
adecuada a mis gustos, ni es para darme pote de que me paso
la vida leyendo ni tampoco para demostrar mi desafecto por
un medio en el cual los hay que se pasan las horas muertas
delante de la pantalla y hasta darían media vida por
aparecer en ella.
No obstante, en algún momento ha llamado mi atención el
anuncio de una serie televisiva y no he dudado en prometerme
que la vería. Así, exigiéndome voluntad, en ocasiones he
conseguido darme la satisfacción de ver la serie completa.
De modo que mediante esa disciplina, les puedo asegurar que
aún no me he perdido un solo capítulo de ‘La República’;
serie que viene dando la 1. Y que, como no podía ser menos,
está generando polémicas. Pues los hay que vienen poniendo
el grito en el cielo al acusar a los mandamases de la
televisión de volver a recordar historias de un pasado que
solamente les interesa a las personas mayores de 60 años. Y,
de paso, la serie ha recibido las críticas desde amplios
sectores de la derecha española y parece ser que el Partido
Popular está estudiando a ver de qué manera le pueden decir
de todo a Alberto Oliart, presidente de RTVE.
Yo no tengo 60 años, sino setenta y dos. Y admito que la
serie me agrada. Me agrada sobremanera porque sé las
dificultades que debe entrañar darle vida a ese momento
crucial de ‘La República’ que fue el fallido golpe de Estado
que intentó Sanjurjo desde Sevilla. Visto,
principalmente, a través de la familia de un marqués y que
cuenta con unas tierras donde los caseros forman parte
primordial de la trama.
Uno, que no se cansa de leer la Historia de España, sigue
acudiendo a los libros donde se cuenta la vida de ‘La
República’: sus aciertos, sus errores, y cuanto dio de sí un
régimen que generó grandes ilusiones y acabó provocando un
conflicto social, político y militar, que desembocó en una
Guerra Civil, en la que hubo una cifra mareante de muertos.
Pero dejaré la tragedia a un lado, pues ya viví sus
consecuencias en la niñez, para contarles algo que se me
vino a la memoria mientras veía el capítulo del lunes
pasado. El que se refiere al fallido golpe de Estado de
Sanjurjo y de cómo monárquicos y falangistas tratan de
unirse a fin de salvarles la vida a los implicados en el
golpe que han sido detenidos. Por cierto, Azaña, el
hombre que ha sido siempre tenido en el ejército cual si
fuera Satanás, fue quien hizo todo lo posible y más para que
el general Sanjurjo no se viera frente a un pelotón de
fusilamiento.
A lo que iba: que mientras asistía al revolcón entre
Jesús y Mercedes, en plena era, se me vino a la
memoria el nombre del primer hippie que hubo y que bien
podría formar parte de cualquier secuencia de la serie. Se
llamaba La Cerda. Y era un general que participó en
el complot. Y el informe que recibió Azaña de él, por parte
de los militares afectos a la República, decía lo siguiente:
“La Cerda es incapaz y loco. Un desastrado, hasta en el
vestir. Tiene una finca en la sierra de Ávila, en Las Navas.
El general practica el naturismo y se pasea desnudo por el
pinar. A cierta distancia va el asistente advirtiendo a los
veraneantes: “Apártense, que viene el general en cueros”. El
general, como pueden ustedes comprobar, vio claro que el
futuro estaba en Ibiza. Todo un visionario.
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