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OPINIÓN - DOMINGO, 3 DE ABRIL DE 2011

 
OPINIÓN

De la Identidad Nacional y Ceuta

Por Juan Manuel Pecero


Llevamos siglos intentando ponernos de acuerdo en lo que es España y en quiénes la componen. El estado de las regiones y posteriormente el de las autonomías se ha quedado corto, y en muchas ocasiones la discusión acaba llegando a los más altos estamentos judiciales para discernir qué comunidad tiene competencias sobre otra o sobre el gobierno central en asuntos no siempre trascendentales. Pero al final la cuestión política acaba traspasando este ámbito y se adentra en el puramente financiero. La crisis económica actual ha desvelado una realidad que era evidente: los españoles no podemos mantener una pluralidad de gobiernos complementarios a un gobierno nacional con sus múltiples organismos y legiones de funcionarios. Llegados a este punto nos encontramos con unas aspiraciones políticas que se encuentran coartadas por unos presupuestos generales.

Lo cierto es que la unidad en torno a un himno y a una bandera sólo se ha conseguido, y no siempre con el mismo énfasis en todo el territorio “nacional”, por un mundial de fútbol. Tenemos no sé si vergüenza de sentirnos españoles o simplemente somos herederos de una historia de separaciones y reencuentros obligados que nos han hecho diferentes. Pero, ¿merece la pena todo esto? Los pactos de estado, entre la mayor porción posible del arco parlamentario, tan necesarios en tantos órdenes de la vida política, deberían sentar las bases de lo que queremos ser para los próximos 30 o 40 años; sin miedo, afrontando las consecuencias y siendo serios con nosotros mismos y con nuestro futuro. Los movimientos independentistas, federalistas, el terrorismo que cohabita con gobiernos democráticos, o los intereses económicos obtenidos por apoyos a los gobiernos centrales, todos, podrían ser la representación de una sociedad dividida, pasiva y sin conciencia nacional; sin identidad nacional.

La pluralidad partidista de otros tiempos se ha convertido en bipolar y la existencia de unos partidos menores que obtienen una representatividad, en influencias, que no es producto de las urnas aparece con fuerza. Este bipartidismo real refleja en gran medida una idea de conciencia nacional diferente; para uno, España es una nación con peculiaridades territoriales innegables, y para otro, no se podría decir a fecha de hoy qué será España a medio plazo.

A nivel nacional esto puede ser hasta “pasable”, pero en Ceuta y Melilla las discusiones ideológicas sobre el futuro y presente de una conciencia o identidad nacional se convierten en algo que realmente nos afecta, porque en esta tierra, casi todo, es política internacional. Las declaraciones hechas hace unos días por el exembajador de Marruecos en España acerca de la futura integración de Ceuta y Melilla en Marruecos hay que darles el valor que tienen: simple declaración de intenciones; lo mismo que las emitidas por el príncipe Felipe con motivo de la visita a España del príncipe Carlos acerca de Gibraltar. Es, por todos, conocido que cuando Marruecos tiene problemas internos distrae a su población con sus ansias expansionistas sobre esta parte de España. Si bien podemos estar de acuerdo en esto, también lo debemos estar en que hay que actuar en dos ámbitos diferentes.

Por un lado, exigir una postura conjunta y firme de “España” ante Marruecos. Este país tiene sus problemas y nosotros los nuestros, pero no somos su solución. Sí podemos ayudarle en sus problemas políticos, sí podemos ser su valedor ante la Unión Europea y sus aspiraciones, pero no se deben admitir declaraciones de este tipo que puedan otra vez calentar el ambiente en la frontera internacional de Europa y Marruecos. Hay una gran diferencia entre España y Marruecos en muchos órdenes, y esto hay que decirlo y demostrarlo.

En este mismo estado de la cuestión, también nosotros tenemos una responsabilidad. Dar una imagen de unidad ante el gobierno español, políticamente, es obligado; y sería muy conveniente una publicidad a nivel nacional (televisión o radio) acerca de las peculiaridades de Ceuta (como Teruel hizo en su día) –también nosotros existimos y no somos tan conocidos–. De esta forma reivindicaríamos lo que nosotros sí tenemos claro: ser españoles y Ceutíes; para nosotros no hay federalismo que valga. De paso, vendría muy bien como reclamo publicitario a efectos turísticos.

Conozco desde hace mucho tiempo la frontera de Gibraltar y su entorno, y allí las aspiraciones políticas nacionales no tienen nada que ver con el pensamiento de la población limítrofe. Gibraltar crece y se expansiona día a día frente a un entorno muy castigado por la situación actual, y la zona española más deprimida lo ve como una fuente de ingresos que para nada cuestiona. Es cierto que no se pueden comparar ambas fronteras por el tipo de poblaciones que viven al otro lado; pero Ceuta y Melilla necesitan, sin duda alguna, “fidelizar” a la población del otro lado de la frontera; hay que conseguir aflorar el componente de admiración hacia lo español, hacia lo ceutí, de lo que puede representar para su nivel de vida la cercanía a estos polos de desarrollo como efecto diferenciador entre ellos mismos también.

Quizás por ahí se pueda continuar, y quizás, otro día, hablemos de Gibraltar, si la coyuntura nos deja.
 

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