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OPINIÓN - DOMINGO, 3 DE ABRIL DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

El viernes pateé la calle


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El viernes decidí salir de mi reclusión domiciliaria deseada, tras miércoles y jueves dedicados a reflexionar sobre el estado de aburrimiento que ha de soportar uno viendo cómo transcurren los días en los que solamente se viene hablando de listas electorales y de propuestas políticas que nunca se verán cumplidas. Verborrea electoral.

Parafraseando a Enrique Tierno Galván, diré que yo estoy convencido de que las promesas electorales son, mayoritariamente, mentiras electorales. O bien lo que decía un articulista afamado: Cuando un político promete algo, hace como los niños: añade mentalmente, “si puedo”. Y el hombre se queda tan tranquilo. Más o menos con la cabeza “bajeando”…, es decir, vaheando. O sea, expeliendo vaho o vapor, como si fuera una olla de presión, debido al esfuerzo realizado para pronunciar el si puedo…

Quien se ponía de los nervios cuando llegaban las campañas electorales, y con ellas las promesas, era Julio Anguita González: el conocido como El Califa de las Tendillas cordobesa no se paraba en barras a la hora de definir a los políticos en sus tiempos de actividad como dirigente de primera fila: “La mayoría de los políticos son analfabetos”. Y se quedaba tan pancho. En realidad, Julio Anguita era un exagerado. Porque le hubiera bastado proclamar que político puede ser cualquiera. Basta que acredite estar en posesión de un título, aunque esté guardado en el cajón de la mesita de noche, o que haya sido animador de vecinos en cualquier barriada, o bien que demuestre que lleva pegando carteles en el partido desde que vestía pantalón corto o siendo faldicorta; entiéndase que las mujeres también tienen derecho a medrar por medio de ese sistema tan socorrido: el de pegar carteles…

Como siga largando se me va olvidar continuar diciendo, que es el motivo de esta columna, que el viernes salí de la cueva para patearme la mañana, convencido de que habría mucho ambiente por el centro de la ciudad. Y a fe que acerté de pleno. Pues por delante de mí fueron desfilando lo más granado de la política popular ceutí y melillense.

Y lo primero que se me vino a la memoria, viendo a ambos presidentes, con sus respectivas comitivas, por aquello de que uno es un poco retorcido, fue la figura de José Fernández Chacón. A quien la presencia de Juan José Imbroda en Ceuta no le habría hecho mucho tilín. Y es que, según tengo entendido, Fernández Chacón e Imbroda mantuvieron tan malas relaciones, siendo el primero delegado del Gobierno en Melilla, como la madre de Andreíta mantiene con Jesulín de Ubrique.

Desde entonces, vamos, desde que yo me enteré de semejante desavenencia, y debido a lo bien que me cae el delegado del Gobierno, empecé a mirar torcidamente al presidente de la Ciudad de Melilla. Y el viernes, cuando me tropecé con los dos presidentes, Vivas e Imbroda estuve tentado de acercarme al segundo para disculparme por algunas columnas repletas de malaleche que tuve a bien dedicarle. Pero me fue imposible. Porque cuando estaba dispuesto a abordar a Imbroda, se vino hacia mí mi siempre estimado Abdelhakim Abdeselam, número nueve de la lista electoral del PP, para saludarme y de paso presentarme al vicepresidente melillense, Abdelmalik El Barkani. Y terminamos hablando de Aróstegui. Para variar.
 

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