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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 30 DE MARZO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Me quedé de piedra
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Semana atrás, creo que me referí a que el hombre pasa por tres fases: juventud, mayoría de edad y “tener un aspecto sensacional”. Lo último es lo que nos suelen decir los demás, en plan caritativo, a quienes hemos cumplido muchos años.

Ayer, cuando me topé con un conocido a quien no veía desde los tiempos en que Francisco Fraiz iba de alcalde conquistador, éste no tuvo el menor inconveniente en largarme la frase tan de moda: “Tienes un aspecto sensacional, Manolo”. Y se quedó tan pancho.

Hablo de una persona que debe de andar bordeando los sesenta años. Y que cuando nos presentaron, allá en los tiempos de Maricastaña, pesaba lo suyo; es decir, pesaba lo suyo no porque disfrutara de un cargo destacado, sino porque comía con avaricia y trasegaba whisky sin medida; y, claro es, dejó de pesarse para no asustarse. Ahora, al verle tan delgado, tan escurrido de carnes, mi conocido tuvo que ver la sorpresa reflejada en mi cara, y no dudó en contarme el motivo del cambio físico que se había operado en él.

“Mi nueva imagen se la debo a que me dio un infarto hace tres años. Desde entonces, me impuse un régimen draconiano. Nada de grasa, nada de sal, nada de alcohol excepto un vasito de vino tinto con el queso. ¡Al principio, qué depresión! La idea de que tenía que privarme de todo a mi edad para tener una oportunidad de envejecer vivo me parecía absurda. Y me decía: prefiero cascar en seguida que vivir como un asceta. Obraba como un niño: incluso entraba en un bar para engullir un bocadillo de manteca con lomo con dos o tres vinos. Me di cuenta de mi infantilismo cuando empecé a recuperarme físicamente. He recuperado el gusto de la actividad, del trabajo, el sabor de las pequeñas alegrías de la vida. Y comprobé, sobre todo, que yo representaba una catástrofe para mi familia. No tenía por qué destrozar la vida de mi mujer y de mis hijos con mi mal humor perpetuo. Además, mi irresponsabilidad hacía correr a todos unos riegos absurdos”.

Tras oírle atentamente, y mostrarle mi satisfacción porque hubiera sido capaz de sortear su dolencia con enorme sacrificio y con tan buenos resultados, mi conocido y yo nos fuimos a comer. A fin de poder hablar de nuestras vivencias en esta ciudad. De una ciudad que él abandonó hace ya bastantes años, aunque nunca ha dejado de estar al tanto de cuanto ha venido aconteciendo en ella. Pues me dice que es asiduo lector de los periódicos locales, por medio de Internet.

Y a fe que pronto entendí que decía verdad. O sea, que se sabía vida y milagros de todos los políticos y hasta no tuvo el menor inconveniente en contarme hechos relacionados con la clase política e ignorados por mí. De manera que la comida, frugal para él, por necesidad; y también para mí, para evitarle al conocido cualquier tipo de tentación, transcurría por cauces tan divertidos como agradables. Incluso quise apreciar en mi conocido un punto de cordura que nunca antes había sido muy dado en él. Ya que otrora, cuando menos se esperaba, se ponía a disparatar como un poseso.

Pues bien, en esas estábamos, cuando de repente va el tío y me dice, repleto de hieratismo:

-Manolo: debo asegurarte que tu nombre aparecerá en la lista electoral que ha confeccionado el Partido Popular. -Y me quedé de piedra.
 

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