Algunos, incluso, el reloj, pero
pocos son los que cambian el paso, en sus formas de actuar,
de comportarse y de saber ser uno mismo.
Hace unos 35 años, comenzó esta moda del cambio de la hora,
dos veces por año, pensando y discurriendo (entonces también
se pensaba, aunque de otra forma) que sería la forma de
ahorrar energía.
Lo que son las cosas, han pasado esos 35 años o más y
seguimos con las formas de actuar de la época de Franco, en
menudencias como ésta.
Lo del ahorro de energía no sé si habrá sido algo real, o ni
siquiera ficticio, pero el fastidio que produce este cambio
de horario, al menos los primeros días, es considerable y
con ello seguimos.
No he llegado a entender en qué podía haber ahorro
energético con este cambio de la hora, simplemente con ello,
de la misma forma que no comprendí, tampoco en la época de
Franco, el paso de la velocidad libre a un máximo de 120
kilómetros por hora, en autovías y autopistas, con lo que
ahora voy a comprender menos esa reducción a tan sólo 110,
que me parece una solemne gilipollez, con todo lo que
conlleva esta palabra y el cambio.
Dándole vueltas a todos estos asuntos, llegamos a una
conclusión:” lo que interesa es la reducción, por medio del
cambio”.
Y menos mal a que con el cambio de la hora no hay reducción
de los días a 20, 18 o 16 horas, cosa que no me extrañaría
que tratara de establecerlo algún iluminado de la política,
de los que están ahora o de los que puedan llegar después.
Pero, a lo que íbamos, el cambio de la hora, dejando de lado
la idea de reducción de energía, nos adentra estos días en
lo que es la primavera. Es la tónica, convencional, que
establecieron en su día, pero que fue de tan dudosa eficacia
que, mientras este adelanto lo han mantenido en las mismas
fechas, desde que se implantó, en el otro cambio, en el del
retraso, no han seguido una regularidad desde el primer año
y hemos visto como, hubo tiempos en los que se hizo por el
12 de octubre, en otras ocasiones en el último domingo de
septiembre y ahora, desde hace algunos años en el último fin
de semana de octubre.
Está claro, no es algo fijo, estable y concluyente, sino
caprichoso y sin base sólida para su puesta a punto.
Con el cambio ya realizado, trasnochar el que trasnoche lo
va a seguir haciendo como antes, mientras que para quienes
tienen que madrugar les supone una hora menos de sueño, no
sé si también de trabajo, para producir más con menos
gastos.
Es a lo que hemos llegado y es donde nos encontramos, con
una Semana Santa, este año, un poco alejada del día del
cambio, con un tiempo que sigue, tan sólo, regular y con la
mirada puesta en los días largos, como pasa al revés, con
los cambios de octubre para adelantar una hora.
Lo artificial, pues, se impone a la propia naturaleza, pero
se impone parcheando la realidad, que lo mejor sería no
tocarla, para no tener que ir, por delante o por detrás,
pero sin sentido, ni utilidad alguna.
A los que iniciaron estos cambios ya no les podemos hacer
reproches directamente, porque la mayor parte de ellos ya no
estarán entre nosotros, a los que han seguido y están ahí,
todavía, yo les diría que las reducciones de gastos habría
que buscarlas en otros sitios, como en la reducción de
organismos, administraciones que nada aportan, por ejemplo,
las Diputaciones, sin más.
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