Decía la reina de la literatura
latinoamericana, Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy
Alcayaga, conocida por el seudónimo de Gabriela Mistral, que
“donde haya un árbol que plantar, plántalo tú”. No le
faltaba razón. Desde luego, aquel que no haya plantado un
árbol que lo haga antes de que se le acabe el camino. Aquí,
en este planeta, todos somos caminantes y todos debemos ser
del camino verde, de la biodiversidad, no del camino de la
sinrazón, que nos lleva a la deforestación y degradación de
los bosques, amortajándonos así nuestra propia existencia.
Está visto, que la vida del ser humano es una vida que se
entrelaza a los bosques y se entremezcla con los árboles.
Conviven y viven con nosotros, entre nosotros, por nosotros
y para nosotros. Les requerimos como el agua que bebemos; no
en vano, sus verdosos macizos, aparte de contribuir al
equilibrio natural, nos alegran el espíritu y nos asisten en
la salud. Buena parte de los medicamentos proceden de los
bosques. Forman parte de ese aluvión de sorpresas que a
diario nos injerta la vida. Una existencia sin árboles en
quien sustentarse es como caminar sin garbo, arrastrado por
el suelo como una serpiente. Por ello, considero, que es una
exigencia instintiva, cuidar esas frondosas arboledas, que
nos preceden y nos protegen, puesto que son como nuestro
salvavidas, el verso preciso y necesario para vivir, el
hogar de la poesía y el corazón de los poetas, fuente de
creencias y tradiciones espirituales, manantial de
confesiones y arranque de nuestra existencia.
Por cierto, la ONU nos llama a celebrar, (este año 2011),
que los bosques cohabiten entre toda la gente. Sin ellos no
sería posible respirar, ni vivir, nos dan el aire y el agua.
A mi juicio, lo importante de la celebración es hacerlo
antes cada uno consigo mismo y luego con los demás. Sin
duda, el compromiso es individual, pero la acción práctica
ha de ser conjunta, a la hora de aumentar la concienciación
de una gestión de conservación y desarrollo sostenible hacia
todos los tipos de bosques. Los ciudadanos tienen un papel
fundamental, la de ser conscientes del impacto que sus
decisiones tienen a través de sus pautas de consumo. Lo de
sé tú el que aparta la piedra del camino es una obligación.
Por desdicha, la gama de servicios ambientales que
proporcionan los bosques aún no es suficientemente valorada
por los mercados; y, bajo estas mimbres, resulta complicado
que se produzca el giro en su gestión.
También decía Mistral que “donde haya un error que enmendar,
enmiéndalo tú; y que donde haya un esfuerzo que todos
esquiven, hazlo tú”, algo muy actual para ponerlo en
aplicación. La humanidad no puede seguir perseverando en los
errores del pasado, y por mucho esfuerzo que parezca, hay
que cambiar modos y maneras de vida. El diálogo, sustentado
por el abecedario de la ética y sostenible por el lenguaje
de la estética, es la única manera de facilitar la solución
a los conflictos que se nos han venido encima. Nada se
consigue sin diálogo, mal que nos pese. Para acallar las
armas hay que retomar el camino de la plática y de la mano
tendida. Para afrontar la crisis cultural también debemos
purificar la memoria, dialogar desde la verdad y pedir
clemencia. Para desafiar la crisis financiera hemos,
igualmente, de parlamentar más y ser capaces de poner la
economía al servicio de la humanidad. El bien común, ha de
ser un bien conversado, hablado entre todos, sin destierros,
y debe ser responsabilidad y objetivo de cada ciudadano o
grupo social y no sólo de los poderes públicos. Lo de sé tú
el que aparta la piedra del camino, me parece una buena
lección para que se produzca realmente la transformación,
que hoy el planeta precisa con urgencia.
Pienso, evidentemente, que el desarrollo del mundo debe
abarcar a toda la humanidad, a todas las personas. Junto a
esa universalidad, también hemos de preguntarnos qué
progreso queremos. Las energías renovables tienen que entrar
en acción, son un elemento esencial de corrección. Asimismo,
la voz de los sin voz ha de contar, debe ser considerada en
todos los foros para buscar una noción de desarrollo
aglutinador, lejos de ideologías sectarias, para que, en
verdad, sea sostenible en todo el hábitat. A mi manera de
ver, difícil tenemos la evolución si seguimos instalados en
una cultura excluyente, de abundancia inmoral, consumista a
más no poder, que tampoco ve más allá de usar y tirar,
individualista y trepa, de mucho saber y poco pensar. Para
colmo de males, la justicia distributiva suele estar en
manos de quien concentra el poder económico, que por ende
también concentra el poder político, que lo aplica de
acuerdo a sus intereses y a la de sus seguidores.
Resultado de todo ello, que el individuo sigue siendo una
cosa, no una persona, sin capacidad de decisión, porque su
situación es la de servilismo y de ahí no debe salirse. El
cambio en el mundo, por consiguiente, también tiene que
llegar haciendo progresar la democracia (con más
democracia), que tampoco avanza, en parte por la
desconfianza ciudadana, por más que se nos llena la boca a
diario de demócratas. Cuántas veces, por desgracia, países
que se constituyen como Estado social y democrático de
Derecho, aplican la ley del silencio, o sea, la ley del
poder (ordeno y mando). A pesar de todo, siempre uno puede
ser el que aparte la piedra del camino, porque existe en
todos nosotros un fondo de humanidad que puede mover
montañas, quizás sea cuestión de ejercitarlo.
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