Tienen cara de sueño. Será porque han dormido una hora
menos. Sus niños corretean por el nuevo parque infantil. Son
las doce del mediodía de un domingo por fin soleado y en el
parque de San Amaro no hay demasiadas personas. Una niña
intenta mantenerse en pie sobre un monopatín rosa mientras
su hermana mayor se coloca los patines. África lleva media
vida viendo a niñas como éstas. Desde hace 26 años regenta
el kiosco de chuches que se sitúa a la entrada del parque.
“Ahora me vienen aquellos niños que se criaron corriendo por
este parque con sus hijos”, recuerda. “El parque en estos
años ha cambiado mucho, siempre para mejor, lo que pasa es
que la gente nunca está conforme”, añade.
Se quejan, por ejemplo, de que hay pocos animales. Tras
atravesar el paseo de palmeras y las fuentes, aparecen los
primeros animales. Son un oso y un caballo, pero de bronce.
Un poco más arriba, otro conjunto escultórico se alza. Es un
homenaje al día de la mochila. Apenas hay más humanos por el
parque más allá de estos inmortalizados. Una señora anda
buscando a alguien que le preste un bolígrafo. Es un buen
día para, como hace ella, dar un paseo a solas. Tras ella
empiezan las obras. Aún no han terminado las reformas de los
senderos de San Amaro. Desde ese punto se ve la bahía. Qué
azul está el mar. A la derecha, una ladera de cactus. Una
pena que ‘Juan Ma Chota’ se haya dedicado a marcar su firma
sobre ellos rompiendo el equilibrio natural.
Canta un gallo. Los animales reales deben estar cerca.
También se oyen voces infantiles. Son Adán y Neira, dos
niños que observan los ciervos. Sus padres, Agustín y
Fátima, están muy contentos con los cambios que ha sufrido
el parque pero protestan porque “hay muy pocos animales”. “A
los niños lo que le gustan son los patos y no hay ninguno”,
explica la madre.
La banda sonora del parque
Tras ellos, el rumor del viento. Hace unos días protestaba
un vecino porque le habían dicho que en el parque de San
Amaro iban a poner hilo musical. “Pero qué barbaridad”,
decía, “si no hay mejor banda sonora que la de la propia
naturaleza”.
Precisamente, “que ahora está muy artificial”, es lo que
critica Larbi, otro padre de familia. También demanda más
animales. “Canguros”, pide su niña. “Antes había tortugas,
cabras, jirafas... El parque estaba menos bonito, pero era
más natural; más viejo, pero más vivo”, evoca Larbi.
Escaleras arriba sube corriendo una pareja. A ella, Gloria,
le encantan las jaras y “lo bien que ha quedado el jardín
botánico”. Es la primera vez que suben el sendero. En otras
ocasiones, como la mayoría, se quedaban junto a los
columpios, las fuentes “y los bancos de diseño”. “El cuidado
de las plantas y los columpios”, los puntos a favor según
los paseantes. “Que hayan quitado los merenderos y que no
puedan entrar las bicicletas”, lo negativo. Escalera abajo,
los monos, en dos celdas. Han quitado las verjas y han
acristalado sus casas. “Cuando yo era una niña me tiró un
mono de la trenza”, contaba una señora. El mono la mira y se
rasca la barriga.
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