Ayer fui testigo de dos situaciones que quiero compartir con
ustedes. Una en la barriada del Príncipe por la mañana y la
otra en pleno centro de la ciudad por la tarde. Ambas,
juntas, me dejaron una sensación extraña; sensación que
cabalgaba desde el ánimo hacia el desaliento y también
viceversa.
Al mediodía subía a la barriada del Príncipe junto a una
compañera del periódico para comprobar los preparativos que
se estaban realizando para la visita del presidente Vivas,
que va a tener lugar hoy. Allí varias brigadas de limpieza y
otras de ejecución de obras trabajaban a destajo con la
maquinaria necesaria. Montañas de basura que habían estado
hasta el día anterior iban desapareciendo bajo los grandes
cazos de las máquinas excavadoras. Acciones rápidas,
contundentes y efectivas como si una brigada de nuestros
queridos Ingenieros de la Comandancia de Obras estuviesen
actuando bajo el uniforme de Obimace o la Federación de
Vecinos. Así estábamos cuando de repente apareció por la
calle Fuerte una furgoneta aparentemente blanca y que se
movía más que un ferry con el Levante. Aquella cosa avanzó
hacia mi renqueante, con una sinfonía de motor y chapa más
acompasada que la del Nuevo Mundo de Inma Shara en el
Auditorio el pasado día 24 de marzo. Cuando el vehículo
llegó a mi altura frenó en seco y un nuevo sonido, esta vez
intenso y agudo producido por el frenazo se unió al que
generaban el motor y la carrocería. Fue una experiencia
acústica y extrasensorial única.
Por unos momentos también llegué a pensar que aquel vehículo
circulaba solo, dado que el deteriorado estado del cristal
frontal impedía ver si alguien lo iba conduciendo. En medio
de esa duda apareció por una de las ventanas laterales de la
furgoneta un vecino de la barriada que transmitía alegría y
buen humor. Eran unos chatarreros del Príncipe a quienes
algunos meses antes había visto cómo se llevaban con mucho
esfuerzo toda esa morralla de metal que tanto abunda en
algunos vertederos ceutíes y que está formada, en gran
parte, por restos de coches quemados o deteriorados por el
abandono. Ellos cargan la furgoneta con sus propias manos y
llevan el hierro hasta Marruecos para venderlo y, de esta
manera, se sacan un dinero para mantener a sus familias,
algo de lo que se sienten orgullosos.
Cuando tuve cerca la furgoneta pude comprobar que su negocio
ya estaba en Internet y que lo habían ampliado a ‘24 horas
con servicio a domicilio’. Me quedé impresionado y así se lo
hice saber. No era para menos dado que aquella actividad ya
tenía nombre: “Tafo y Ali Chatarreros a domicilio sin
compromiso”. Además con un dibujo de una lavadora y una
nevera de estilo naif o de 2º de ESO que daban muy bien en
la furgoneta. Pero lo que más me llamó la atención es que el
servicio llevara implícito el “sin compromiso”, palabras que
tanto rentabilizaron los grandes almacenes de los años 70.
Lo que no creo es que pudieran hacer eso de si no está de
acuerdo con nuestro producto “le devolvemos su chatarra”.
Todo se andará. Pero esa buena gente el paso más importante
que ha dado es el de quedarse con un dominio impresionante
como es el de ‘www. chatarra.com’ eso sí que puede dar
dinero. Ayer entré en su dominio y la verdad es que no vi el
domicilio ceutí, pero quizás sea una globalización por
etapas. Sobre el capó también llevan pintado el enlace de
Internet de la marca aunque pone solo ‘www.com’ seguramente
porque los clientes ya saben que con esa entrada les basta
para contactar con Tafo y Ali. Personalmente creo que
ingenio no les falta. En todo caso lo que les falta es algo
de producto para ampliar la flota de vehículos, pero todo se
andará dado el crecimiento de coches abandonados por la
ciudad. Nada, nada, ...¡ánimo! Microsoft, Youtube y Harley
Davidson, entre otros, empezaron en un garage de forma
modesta. El negocio de la ‘Chatarra.com’ no tiene límites.
El niño ladrón
La experiencia matinal en la barriada del Príncipe con ‘Tafo
y Alí Chatarreros’ me dibujaba un mundo mas onírico que
real. Una lucha entre los sueños y las realidades complejas
que conviven con nosotros en el día a día. Un mundo, mi
mundo, que está ahí y que parece burlarse de nosotros como
venganza a ciertos cachondeos económicos.
Así transcurría mi día laboral cuando otra labor informativa
me llevaba caminando por la calle Antíoco en dirección al
edificio de los sindicatos en pleno centro de la ciudad
sobre las seis de la tarde. Cuando estaba a la altura de los
almacenes San Pablo vi correr desaforadamente hacía mí por
el medio de la carretera a un chino de edad adulta y alto
que perseguía a un niño de unos 10 años más bien bajito y
que también corría desaforadamente un par de metros delante
del chino. Cuando llegaron a mi altura el oriental dio
alcance al pequeño y le agarró por la mochila que llevaba a
la espalda. El niño se sintió mal por la detención y
balbuceaba al mayor unas palabras que ninguno -yo como
testigo cercano- interpretábamos. De repente, el adulto
chino le dijo al pequeño una sola palabra: ¡Dámelos! El
infante abrió el puño de la mano derecha y dejó entrever
unos caramelos. El joven se los cogió con firmeza de la mano
y con la mirada muy seria soltó al muchacho y le dejó irse
calle abajo en dirección al paseo del Revellín. Una mujer
mayor también testigo y asombrada por el suceso le preguntó
al joven chino si se los había robado..., el adulto dijo un
escueto sí y se volvió para la tienda.
Me pareció increíble haber visto a un niño robar unos
caramelos. Me acordé de Charles Dickens y de su novela
‘Oliver Twist’, donde se burlaba de la hipocresía de su
época con dosis de humor negro y sarcasmo. Cosa que, en mi
caso, me dejó ayer sumido en un mar de dudas sobre el futuro
que estamos construyendo.
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