Dicen los que saben de las
enfermedades del alma que siempre es mejor caer en la
desesperación que en la desesperanza. De lo cual deduzco que
es mejor salir de un campo de fútbol despotricando contra
jugadores y directivos que abandonar el recinto sin ganas de
hacer el menor comentario sobre lo sucedido en el césped.
Sin decir ni pío salieron los aficionados del Alfonso Murube
el domingo pasado. Ni siquiera los cuatro goles marcados al
Alcalá fueron capaces de alegrar a la concurrencia. Síntoma
evidente del desencanto que reina alrededor del equipo.
Antes, el aburrimiento se había adueñado de los
espectadores. Y había una desilusión generalizada. Debido a
que la gente tenía asumido lo siguiente: como juega este
equipo es casi imposible ganarle al Murcia en su estadio. Y
si perdemos en la Nueva Condomina, apaga y vámonos. Es
decir, nos podemos despedir de jugar la siguiente fase.
No pocas personas me siguen preguntando por qué la plantilla
de la ADC no está rindiendo acorde con la ilusión que se
había depositado en todos sus componentes. Y a fe que me
cuesta lo indecible responderles. Si bien me niego a echar
mano de la tan manida mala suerte. Ya que con los
contratiempos, en todas sus versiones, hay que contar desde
el principio.
Dicho ello, sigo insistiendo que los técnicos hicieron una
pretemporada equivocada. Tengo la impresión de que la
resistencia no fue trabajada. Y que el equipo estuvo jugando
los primeros partidos con las fuerzas naturales de cada
futbolista. Sí, ya sé que habrá quien me pueda decir que la
culpa de semejante decisión fue motivada por los partidos de
la Copa del Rey. Lo cual, de haber sido así, tampoco
eximiría del error a quienes planificaron los
entrenamientos.
La ADC es un equipo que deambula por el césped con una
tristeza infinita. La que le ha ido produciendo la
desconfianza que cada futbolista se ha ido generando a
medida que las actuaciones, tanto individuales cual
generales, no han dejado de ser mediocres tirando a malas.
El bajo rendimiento mostrado por unos jugadores que fueron
contratados al estar en posesión de un historial que avalaba
el interés que los directivos habían depositado en ellos, ha
sido tan inesperado como difícil de comprender. Aunque a mí
me consta que hay personas que no se adaptan a vivir en
Ceuta. Pues dicen padecer de claustrofobia. Y reconocen la
ansiedad que sienten al no poder trasladarse de una ciudad a
otra cuando les plazca. Y, sin duda alguna, entre los
futbolistas suelen darse esas situaciones.
Por lo tanto, aunque parezca absurdo, no se debe ignorar lo
que estoy diciendo para futuras ediciones. Los futbolistas
que quieran venir a jugar a esta ciudad han de saber a qué
sitio vienen y lo que se les va a exigir. Y, sobre todo,
debe haber un cuadro técnico que genere entusiasmo desde el
primer día. Unos técnicos capaces de hacer que los jugadores
vibren. De modo que el Murube se convierta en un campo donde
los contrarios lleguen cohibidos por saber que enfrente van
a tener a once hombres dispuestos a correr cual posesos.
Ahora bien, yo sigo confiando en los jugadores y en los
técnicos. Y tengo asumido que el equipo puede ganarle al
Murcia como ya lo hizo en la primera vuelta. Una victoria en
la que debemos creer.
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