Inmediatamente después de que la Liga Árabe urgiera para el
establecimiento de una zona de exclusión aérea sobre Libia,
lo que no es más que un eufemismo para designar la
destrucción de la fuerza aérea de ese país y todas sus
infraestructuras de apoyo y defensa en tierra, el señor
Mustafa Gheriani, a la sazón portavoz del Consejo Nacional
para la Transición en Libia, manifestaba: “Ojalá los
europeos se decidan ahora”. Lo cual, evidentemente, era
mucho pedir porque con opiniones divergentes y estrategias
militares vacilantes no se puede decidir.
La crisis Libia viene de nuevo a demostrar que Europa no
tiene envergadura internacional. Durante años, un marasmo de
burócratas han intentado hacer de la Unión Europea una
tercera potencia capaz de competir con Estados Unidos y
China.
Durante años la Unión Europea ha tenido conversaciones y ha
desarrollado todo tipo de planes para forjar una política
exterior separada de la de Estados Unidos. Incluso se han
llegado a planificar estrategias y unidades militares
comunes.
Todos estos esfuerzos se han visto coronados por el más
absoluto fracaso. En la actualidad nadie en el plano
internacional cree capaz a la Unión Europea de afrontar
problemas geopolíticos. Charles Grant, director del Centro
para la Reforma Europea, se lamenta y dice: “en la mayoría
de los principales problemas mundiales de seguridad, la
Unión Europea es prácticamente irrelevante. Hable usted con
personas con capacidad de decidir la política exterior rusa,
china o india, y a lo más que llegan es a considerar a la
Unión europea como un bloque comercial, con pretensiones
fracasadas de poder internacional a causa de su división y
de su escasa vertebración interna”.
La respuesta, según dicen los burócratas, fue el Tratado de
Lisboa, que entró en vigor a finales de 2009 y que consolida
el poder de la burocracia de Bruselas en materia de política
exterior, arrebatando estas competencias a los parlamentos
nacionales. Creando de facto, un presidente y un ministro de
asuntos exteriores.
Este tratado, ratificado por un procedimiento de dudosa
calidad democrática, es calificado por el presidente Sarkosy
como necesario, debido a que:”Europa no puede continuar
siendo un enano en términos de defensa y un gigante en
asuntos económicos”.
Libia, en el área sur de Europa con lazos intensos de
comercio exterior con la misma ofrecía una ocasión magnífica
para demostrar la capacidad de actuar de la Unión Europea. Y
efectivamente lo ha demostrado, ofreciendo un espectáculo de
bochornosa inoperancia en el terreno internacional. Ya lo
hizo en los Balcanes y lo vuelve a repetir con Libia a pesar
del genocidio, de la resolución de la ONU y de la opinión
pública internacional.
Los Estados Unidos, después del trato recibido por sus
“aliados”en las guerras de Irak y Afghanistan, no están por
la labor de liderar una intervención que, al final, pagarán
los contribuyentes americanos y la sangre de sus soldados.
Los europeos permanecen profundamente divididos a cerca de
la revuelta popular en el mundo árabe. Muchos paises
europeos, especialmente aquellos con un pasado colonial como
Gran Bretaña, Francia e Italia; mantienen provechosas
relaciones comerciales con desacreditados dictadores. En
París la ministra de asuntos exteriores, Michelle Alliot-Mari,
tuvo que dimitir a causa de sus conexiones con el depuesto
dictador tunecino, a quien el gobierno francés ofreció ayuda
en temas de seguridad;Italia apoyó a Hosni Mubarak antes de
su caída y, David Cameron, realizaba una gira de ventas por
la región en el momento de estallar las manifestaciones: God
save the queen.
Mientras el Presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel
Barroso, dice de manera teatral: “ es nuestro deber
manifestar al pueblo árabe que estamos de su lado”;la
principal preocupación de de la mayoría de los miembros de
gobiernos de la UE no es otra que el comercio, el petroleo,
el terrorismo y el control de la emigración.
Incluso ahora con la resolución de la ONU a favor de crear
la zona de exclusión aérea, los líderes europeos se tiran la
pelota unos a otros para determinar quien empieza el juego,
por supuesto mirando de reojo a la sexta flota.
Es hora de que, ya que se ha querido así, cada palo aguante
su vela. Los políticos europeos deben entender que si
quieren ser internacionalmente considerados como un poder al
que hay que tener en cuenta, deberán asumir los costes
políticos, económicos y humanos que eso conlleva.
Para los Estados Unidos hoy no existe una razón geopolítica
para provocar su intervención en Libia; incluso una supuesta
guerra generalizada en el norte de África tendría más
consecuencias para Europa que para los Estados Unidos.
Es el momento de afrontar decisiones sobre bases sólidas y
decir la verdad al electorado. La UE quiere marcar la
diferencia; pues bien , si quiere hacerlo debe superar su
falta de unidad continental y su escasez de medios militares
para apoyar sus decisiones. De otro modo nadie la tratará
como la superpotencia que pretende ser.
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