En estos días hemos asistido a una declaración de
intenciones del rey de Marruecos en torno a la aspiración
popular sobre la democratización de la situación política y
mejoras sociales en este país. Este movimiento es
ligeramente diferente al resto de los que están aconteciendo
en otros lugares del mundo árabe y musulmán como ya hemos
defendido en otro momento. Pero ya sea por los vínculos
históricos con Estados Unidos, Francia y España, o por sus
pretensiones, también económicas, ante la Unión Europea, lo
cierto es que Mohamed VI ha reaccionado con rapidez.
En su discurso, el monarca recordó los valores constantes,
que gozan de unanimidad nacional: el Islám como religión del
Estado, el Emirato de los creyentes (su papel como líder
religioso en Marruecos), el sistema monárquico, la unidad
nacional y territorial, y la opción democrática. Hasta ahora
el rey nombra a los jueces de la Corte Suprema, nombra y
destituye al gobierno, y disuelve en cualquier momento las
cámaras.
La reforma constitucional anunciada incluye, entre otros
puntos, la renuncia del rey a nombrar al primer ministro,
que saldrá de elecciones libres y tendrá plena
responsabilidad sobre el gobierno, un incremento de
protagonismo de la cámara baja y de la oposición, la
justicia como poder independiente o una regionalización de
la administración defendiendo al mismo tiempo la soberanía
marroquí sobre el Sáhara.
Pero analicemos las luces y sombras de la situación de
Marruecos Un índice muy alto de analfabetismo, una tímida e
incipiente burguesía, un sistema que se mueve entre una
oligarquía cercana a la casa real y la miseria, y un frente
islamista radicalizado en ciudades como Casablanca sería un
simplista análisis de su realidad. Mohamed VI “el bonachón”
como le han llegado a llamar, empezó haciendo reformas como
la de la mudawana o código de familia, ha abierto al turismo
nuevas zonas geográficas olvidadas por su padre, pero ha
sido incapaz de frenar la escalada de pobreza, y esto ha
parecido insuficiente a esa parte del pueblo, joven, muchas
veces universitario, en contacto con Europa y simpatizante
con los movimientos de sus vecinos. Además, la crisis
económica y financiera internacional se ha cebado también en
la emigración marroquí que vive fuera de sus fronteras y que
tendrá que acoger nuevamente.
Estados Unidos, la Unión Europea o España han visto con
buenos ojos estas medidas iniciadas por el rey. La situación
de proximidad geográfica no sólo con Ceuta y Melilla, sino
con el continente nos debe hacer estar muy pendientes de su
evolución –y esto no se está haciendo- ya que no nos es
indiferente el mayor o menor radicalismo en su gobierno o en
su sociedad. Marruecos siempre ha visto a Ceuta o Melilla
como la válvula de escape ante los problemas internos del
propio reino. En estos momentos, la índole de sus problemas
me lleva a decir que nosotros no somos su solución. Aun con
tenues demandas como las del pasado verano, quizás vivamos
una tranquilidad relativa en nuestras ciudades, pero no en
el resto de España. Como nación debemos implicarnos en la
evolución de este tránsito a la modernidad.
Y, se debe hacer desde la modestia, no somos ejemplo de
nada. Estamos vendiendo una imagen modélica y romántica de
nuestra transición política. No lo voy a escribir, pero
quiero que hagamos, ustedes y yo, en estas líneas un
ejercicio en un tono de complicidad y sinceridad –sin
palabras-, pero ¿podemos decir que nuestro movimiento hacia
la democracia ha sido lineal, sin altibajos, o “sustos”?
¿Hemos tenido “suerte” hasta hoy? ¿El estado de nuestras
autonomías nos satisface? ¿Qué pensamos de la corrupción
política? ¿Nos gusta España como está?, ¿se está desuniendo
y hasta dónde?; y volviendo a la primera pregunta ¿somos un
ejemplo de algo?
Marruecos necesita, por su bien y el nuestro, una transición
en calma que, como alentadores o asesores “modestos” debemos
reforzar, el pueblo marroquí se lo merece y nosotros
también. Ellos mismos son los únicos que pueden tener
controlados a esas facciones más radicales, seguramente
integrándolos en su primavera, en su despertar a la
democracia. No veo la posibilidad de un Marruecos
fundamentalista, seguramente ellos tampoco lo quieran. Los
marroquíes quieren una primavera democrática de corte
occidental y europeo –con todas sus imperfecciones en cuanto
a funcionamiento- pero necesitan progreso social, cultural y
económico, y esto no es cuestión de manifestaciones, esto es
un proceso histórico que, con suerte y nuestro apoyo,
conseguirán “con el tiempo”.
La reciente entrevista a solicitud del embajador de
Marruecos con el líder del partido popular da una idea de lo
que también ellos piensan sobre su futuro y sobre nuestro
próximo gobierno. Queramos o no, estamos obligados a
entendernos, y tenemos más puntos de unión que de desunión;
Ceuta también debe representar la posición histórica de
avanzadilla de Europa, y poder ser la perceptora in situ de
cualquier alteración en los fenómenos políticos, migratorios
o terroristas del Magreb.
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