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OPINIÓN - DOMINGO, 20 DE MARZO DE 2011

 
OPINIÓN / LUCES Y SOMBRAS

De la primavera marroquí y Ceuta

Por Juan Manuel Pecero


En estos días hemos asistido a una declaración de intenciones del rey de Marruecos en torno a la aspiración popular sobre la democratización de la situación política y mejoras sociales en este país. Este movimiento es ligeramente diferente al resto de los que están aconteciendo en otros lugares del mundo árabe y musulmán como ya hemos defendido en otro momento. Pero ya sea por los vínculos históricos con Estados Unidos, Francia y España, o por sus pretensiones, también económicas, ante la Unión Europea, lo cierto es que Mohamed VI ha reaccionado con rapidez.

En su discurso, el monarca recordó los valores constantes, que gozan de unanimidad nacional: el Islám como religión del Estado, el Emirato de los creyentes (su papel como líder religioso en Marruecos), el sistema monárquico, la unidad nacional y territorial, y la opción democrática. Hasta ahora el rey nombra a los jueces de la Corte Suprema, nombra y destituye al gobierno, y disuelve en cualquier momento las cámaras.

La reforma constitucional anunciada incluye, entre otros puntos, la renuncia del rey a nombrar al primer ministro, que saldrá de elecciones libres y tendrá plena responsabilidad sobre el gobierno, un incremento de protagonismo de la cámara baja y de la oposición, la justicia como poder independiente o una regionalización de la administración defendiendo al mismo tiempo la soberanía marroquí sobre el Sáhara.

Pero analicemos las luces y sombras de la situación de Marruecos Un índice muy alto de analfabetismo, una tímida e incipiente burguesía, un sistema que se mueve entre una oligarquía cercana a la casa real y la miseria, y un frente islamista radicalizado en ciudades como Casablanca sería un simplista análisis de su realidad. Mohamed VI “el bonachón” como le han llegado a llamar, empezó haciendo reformas como la de la mudawana o código de familia, ha abierto al turismo nuevas zonas geográficas olvidadas por su padre, pero ha sido incapaz de frenar la escalada de pobreza, y esto ha parecido insuficiente a esa parte del pueblo, joven, muchas veces universitario, en contacto con Europa y simpatizante con los movimientos de sus vecinos. Además, la crisis económica y financiera internacional se ha cebado también en la emigración marroquí que vive fuera de sus fronteras y que tendrá que acoger nuevamente.

Estados Unidos, la Unión Europea o España han visto con buenos ojos estas medidas iniciadas por el rey. La situación de proximidad geográfica no sólo con Ceuta y Melilla, sino con el continente nos debe hacer estar muy pendientes de su evolución –y esto no se está haciendo- ya que no nos es indiferente el mayor o menor radicalismo en su gobierno o en su sociedad. Marruecos siempre ha visto a Ceuta o Melilla como la válvula de escape ante los problemas internos del propio reino. En estos momentos, la índole de sus problemas me lleva a decir que nosotros no somos su solución. Aun con tenues demandas como las del pasado verano, quizás vivamos una tranquilidad relativa en nuestras ciudades, pero no en el resto de España. Como nación debemos implicarnos en la evolución de este tránsito a la modernidad.

Y, se debe hacer desde la modestia, no somos ejemplo de nada. Estamos vendiendo una imagen modélica y romántica de nuestra transición política. No lo voy a escribir, pero quiero que hagamos, ustedes y yo, en estas líneas un ejercicio en un tono de complicidad y sinceridad –sin palabras-, pero ¿podemos decir que nuestro movimiento hacia la democracia ha sido lineal, sin altibajos, o “sustos”? ¿Hemos tenido “suerte” hasta hoy? ¿El estado de nuestras autonomías nos satisface? ¿Qué pensamos de la corrupción política? ¿Nos gusta España como está?, ¿se está desuniendo y hasta dónde?; y volviendo a la primera pregunta ¿somos un ejemplo de algo?

Marruecos necesita, por su bien y el nuestro, una transición en calma que, como alentadores o asesores “modestos” debemos reforzar, el pueblo marroquí se lo merece y nosotros también. Ellos mismos son los únicos que pueden tener controlados a esas facciones más radicales, seguramente integrándolos en su primavera, en su despertar a la democracia. No veo la posibilidad de un Marruecos fundamentalista, seguramente ellos tampoco lo quieran. Los marroquíes quieren una primavera democrática de corte occidental y europeo –con todas sus imperfecciones en cuanto a funcionamiento- pero necesitan progreso social, cultural y económico, y esto no es cuestión de manifestaciones, esto es un proceso histórico que, con suerte y nuestro apoyo, conseguirán “con el tiempo”.

La reciente entrevista a solicitud del embajador de Marruecos con el líder del partido popular da una idea de lo que también ellos piensan sobre su futuro y sobre nuestro próximo gobierno. Queramos o no, estamos obligados a entendernos, y tenemos más puntos de unión que de desunión; Ceuta también debe representar la posición histórica de avanzadilla de Europa, y poder ser la perceptora in situ de cualquier alteración en los fenómenos políticos, migratorios o terroristas del Magreb.
 

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