Uno lleva tantos años escribiendo
la columna en periódicos de ciudad pequeña, aunque con
problemas de urbe grande, que sabe ya las dificultades que
semejante ejercicio entraña. Y, desde luego, pecaría de lelo
si no hubiera asumido, hace ya la tira de tiempo, que haya
personas dispuestas a mantener su aversión hacia mí contra
viento y marea.
Lo cual es lógico. Como es lógico, también, que uno esté de
acuerdo con quien dijo que una verdadera columna sólo consta
de letra impresa y mala leche. Y fue más lejos aún, quien
así se expresó, al escribir lo siguiente: “La democracia a
la española, más dialogante que ninguna, a veces demasiado,
está viva en la calle y los periódicos gracias al columnismo,
que incluso ha sido imitado por otros medios posteriores,
como la radio y la televisión”.
Mantener una columna diaria en Ceuta, donde los
protagonistas de todas ellas, salvo excepción, sean
personajes de la ciudad y salgan sus nombres pintorreados de
negro, es tarea que reúne muchísimas dificultades. Tantas,
créanme, como para que uno no desdeñe el conocer la voz de
los lectores, que es la voz de la calle; pero asimismo tener
la suficiente calma para no confundirse con quienes sacan a
relucir los tópicos correspondientes al caso.
Cuando a mí me dicen, por ejemplo, que escribiendo de Fulano
voy a conseguir que éste termine siendo más conocido que
nunca, les digo a quienes me aconsejan, que no hacerlo sería
ignorar a una persona que lleva impartiendo lecciones de
moral y escribiendo de política desde que se pateaba la
calle disfrazado de revolucionario distinguido. Y no entra
en mis cálculos, por más que uno esté repleto de defectos,
discriminar a un sujeto que si hubiera asumido ya la gloria
del perdedor, por sistema, seguramente estaríamos pidiendo
para él un cargo destacado.
Algo así como ser quien se entendiera en todos los sentidos
con los directivos de la Empresa Urbaser. Aunque con una
condición: nunca podría reunirse en ninguna dependencia del
Hotel Parador La Muralla, como aquel sindicalista y político
que sí lo hizo, cuando Ciudad Limpia, con un delegado
–murciano- de la empresa que sabía sobradamente pactar
acuerdos suculentos con los políticos. Y es que aquel
sindicalista, cuando fue sorprendido en aquella dependencia
del establecimiento, buscando recursos económicos para
bienestar de… su tierra, salió corriendo como alma que lleva
el diablo. Y con su huida para eludir a los fotógrafos, tan
precipitada cual alocadamente, causó la hilaridad de cuantos
estaban en el hotel.
Así, díganme cómo es posible que (a pesar de que haya no
pocas personas recordándome que el sujeto está acabado y que
la gente no le votará y que yo debería olvidarme de él) les
haga caso. Pues sé por experiencia que a los pocos días de
no referirme al perdedor por sistema, con nombres y
apellidos, las mismas personas cambiarían de opinión. Y
pasarían a interesarse por los motivos que tendría el
escribidor para haber dejado de mentar al innombrable. Y
hasta harían mil conjeturas al respecto. Y estarían en su
derecho.
El mismo derecho que yo tengo a escribir de lo que toca
cuando se aproxima la campaña electoral. De cualquier
manera, sepan ustedes que en estos momentos tengo personajes
nuevos que se han ganado el derecho a figurar en esta
columna. Aquí no se discrimina a nadie. Faltaría más.
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