El domingo pasado, en la
Miscelánea semanal, recordé cuando Rafael Alcalde Crespín,
más conocido en el mundo del fútbol por el hipocorístico de
Crispi, llegó a esta ciudad para ser entrenador de la
Asociación Deportiva Ceuta. Y que, cuando apenas llevaba
unos días en la ciudad, le dijo a José Manuel Gallardo,
entonces redactor deportivo de un medio local –digo
entonces, porque no sé si ahora es ya redactor jefe-, que
deseaba verme para comer juntos y hablar de ciertas cosas
pasadas, concernientes al mundo del fútbol. Pues bien, hoy
he creído conveniente extenderme.
Quedamos citados en Casa Navarro. Y fue allí, en ese
restaurante, donde comer pescado es una delicia, sitio en el
cual Crispi le contó a JMG un hecho en el cual él no salió
bien parado debido a que yo me negué rotundamente a que se
le contratara como futbolista en un equipo que era entrenado
por mí.
Llevaba Crispi una recomendación del que era en aquel
momento el periodista que más poder tenía en el fútbol
español: José María García. Y, por si fuera poco,
Miguel Vidal, otro periodista de los que hacían uso y
abuso de micrófono, tratando de intimidarme por si acaso yo
no daba el sí.
Crispi, en un alarde de sinceridad, le contó a Gallardo de
qué manera afronté aquel problema, que no era moco de pavo,
y remató la faena alabando mi manera de tratarle a él. Con
la verdad por delante. Es más, Crispi me permitió recordar
lo que le dije: “Mire usted, Crispi, para mí sería muy fácil
dar mi consentimiento a su fichaje y así ganarme la voluntad
del poderoso García y su correveidile MV; pero nuestra
economía es mala y, además, no es usted la clase de jugador
que yo necesito para ocupar una plaza en el medio campo.
Antes prefiero a un juvenil de los que vengo viendo”.
Y Crispi cogió sus bártulos y se fue de la capital a la que
había llegado total y absolutamente convencido de que
recomendado por El Butano era imposible que yo me opusiera a
su contratación. Pues los directivos, dado el miedo que le
tenían al gran señor de las ondas, estaban dispuestos a
firmarle.
A pesar de esa conversación, Crispi entendió que seguía
expuesto a mis críticas por ser entrenador de la ADC. Y
aseguro que fue capaz de soportarlas con una profesionalidad
digna de encomio. Desde entonces procuré no tener más
contactos con los entrenadores que fueron llegando a esta
tierra. Con unos, porque más que entrenadores parecían
señores revestidos de un poder omnímodo; con otros, porque
decían y hacían cosas que me causaban hilaridad; y, desde
luego, porque no me daba la gana de hablar con ellos. Y
mucho menos con los directores técnicos.
Con el último, es decir, con Julio Peguero, que acaba
de dimitir por cuestiones familiares, hablé en dos ocasiones
-más bien para complacer a alguien- y comprendí que era
persona muy pagada de lo suyo.
Con Goikoetxea y Carretero, en cambio, cada
vez que acordamos reunirnos para pegar la hebra de cuanto se
encarte, me siento la mar de bien. Así que mi mayor deseo es
que la ADC se clasifique en el sitio que le otorga el
derecho de jugar la siguiente fase. Lo deseo de verdad. Y
espero que los jugadores dejen los remilgos a un lado y se
involucren en una tarea corta y apasionante.
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