La manera superficial de
considerar la vida nos enraíza, más pronto que tarde, en la
desesperación. La realidad ya nos muestra un clima de
consternación y aburrimiento, donde la desconfianza
instintiva de unos hacia otros, nos debilita como seres
humanos. Los nuevos escenarios con los que la humanidad se
enfrenta exige una transformación de actitudes y una
transmisión regeneradora de valores hacia la especia humana.
La persona no ha nacido para debilitarse, sino para crecerse
con el tiempo. El mundo tiene que ser humanizado, con nuevos
métodos a causa de la globalización y del movimiento de las
poblaciones. Los retos que el contexto cultural y social,
del momento presente, plantean a cada uno de los moradores
del planeta, en parte surgen de los crecientes
desequilibrios y desigualdades entre mundos y personas. A
ello se añade un idealizado y dominador ambiente técnico que
esclaviza el mundo de las ideas, junto a una mediatizada
cultura que todo lo relativiza y aborrega, sin importarle la
persona que es la que ha de tomar las riendas de su destino.
Frente a estos hechos, cada ciudadano está obligado a
cultivar el discernimiento y a dar sabor humano a la
liberación de los pueblos, al desarrollo y a la salvaguarda
del medio ambiente.
Desde luego, hay que buscar positivamente todos los caminos
para enhebrar formas de entendimiento. Debemos transmitir a
las nuevas generaciones los valores de fondo, que son los
que realmente nos humanizan. El mundo tiene que tomar
conciencia de que la verdadera educación no es aquella que
sólo transmite conocimientos, sino la que es capaz de
obtener con cada ser humano lo mejor de uno mismo. Por otra
parte, está visto que cualquier proyecto de anuncio y de
transmisión de actitudes, no puede prescindir del testimonio
de hombres y mujeres que con su conducta de vida han
injertado el compromiso humano que viven. El ejemplo de las
abuelas de Plaza de Mayo, que por cierto reciben este año el
Premio Félix Houphouet-Boigny de Fomento de la Paz,
propiciado por la UNESCO, por “su incansable combate a favor
de los derechos humanos y la paz, y por su levantamiento
contra la opresión, la injusticia y la impunidad”; no cabe
duda que son un claro testimonio de fuerza humana: han
permitido a un centenar de jóvenes recuperar su identidad.
La humanidad no puede liberarse de sus debilidades más que
por medio de la fortaleza de los valores humanos. Uno se
cansa de vivir toda la vida arrodillado. Tampoco es lícito
ceder a las presiones de una cultura deshumanizadora. Como,
de igual manera, resulta bochornoso que ciertos poderes se
instalen en los deleites y en los vicios, sin importarles
para nada que sus súbditos vivan en la pobreza. Ciertamente,
cuando una sociedad se siente humillada por sus gobiernos,
no le queda otro remedio que espantar el miedo del cuerpo e
iniciar la revolución del cambio. Ante estos hechos, las
instituciones internacionales tienen que intervenir, al
menos para dar seguridad y asistencia humanitaria. No se
puede negar el auxilio de vida a ningún ser humano. Todos
merecemos vivir en condiciones de dignidad, algo que
deberíamos tener más en cuenta en el plan de globalización
que nos hemos trazado.
La población mundial ascenderá este año a 7.000 millones de
personas y, de cada cien nacimientos, 97 ocurrirán en los
países pobres, acaba de señalarlo el Fondo de Población de
las Naciones Unidas (UNFPA). Evidentemente, cada una de esas
personas debería gozar de derechos humanos y dignidad,
además de oportunidades para desarrollar su potencial, pero
la realidad es bien distinta y bien cruel para muchos. ¿Cómo
no actuar ante estos hechos? Tal vez porque nos han saciado
de una cultura basada en el vivir para nosotros mismos y por
nosotros mismos, obviando que en cada vida nace la sociedad,
puesto que el instinto social de las personas es algo
innato. El día que nos afecte cualquier amenaza contra la
vida humana, contra las familias y las naciones, habremos
ganado el cambio social que el planeta necesita.
Esta sociedad del conocimiento superficial no tiene
sentimientos, multiplica las ramas del saber por las ramas
del poder, en vez de dar sentido y valor a las cosas. No se
educa para servir, sino para servirse egoístamente de un
conocimiento interesado, adoctrinado por el poder de turno,
que conlleva el servilismo en lugar de la rectitud. El mal
es indudable, pero el remedio no lo es tanto, sin
continuamos instruyendo en la banalidad. La familia humana
necesita conocerlo todo, toda la realidad, la realidad en su
globalidad, para saber qué hacer y cómo hacer para que el
mundo se humanice. Uno quiere llegar a la fuente de la vida,
beber de esa fuente, encontrarse de frente con la vida, pero
las prisiones son muchas y las libertades pocas, que se lo
digan a esos ángeles que son los cooperantes de asistencia
humanitaria, cuya vida a veces pende de un hilo por el
simple hecho de socorrer al que lo necesita. Ellos ostentan
lo mejor de la condición humana. Son los grandes sabios que
el mundo ignora inconcebiblemente.
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