Precios especiales para militares’, anunciaba un cartel en
la puerta del bar ‘La fuentecita’, ubicado entonces (y hoy)
en el ‘Mercado de Abastos’. Cuarenta mesas llenas de quintos
comiendo huevo frito con filete y patatas. Pascual era el
dueño entonces; Antonio, que ahora tiene 45 años, rondaba
entonces los 14. Ayudaba a su padre a servir la comida a los
soldados. “Aquello parecía un cuartel”, recuerda. Algunos
años después fue a él a quien le tocó hacer la mili. Le
enviaron a la Unidad de Ingeniería y un día fue, “como un
soldado más”, a comer allí, con la diferencia de que no
pagó. Recuerda “el compañerismo que se vivía”, como lo más
gratificante del servicio militar. “La vida estaba en la
calle, la gente se quedaba en los bares”, añade Carmelo, del
bar que lleva su nombre, ubicado a unos metros, también en
el Mercado.
Tras la comida, tarde de cine. El cine África, el Cervantes,
el Astonia y el Terramar. La sesión de las cuatro era
conocida como ‘la hora de las botas’: llena de militares,
famosa por su olor... Aunque cuando la vida militar se
echaba en la calle era a las 18.30 horas. El Monovar, en la
calle Canalejas; el Niza y el Nido, en la Plaza de los
Reyes; el Bar Astorga, la Casa Pepe... Fin de jornada y
paseo por la ciudad. “¡Pelón!, gritaba alguno, y todos se
volvían. Regulares 3 con el cinturón verde, Regulares 1 con
el azul, Legionarios con la camisa abierta... Los soldados
desparejados buscaban el amor en Ceuta. Calle Real arriba,
calle Real abajo... buscando a la mujer perfecta. Si no,
siempre quedaba la cuesta de la Parisina, en Hadú, zona de
los burdeles.
Los que tenían novia se contentaban con comprarle regalos:
muñecas vestidas con el traje militar que compraban en los
bazares, normalmente indios. Y con enviarle la foto. Las
tiendas de fotografía montaban escaparates con imágenes de
soldaditos. “Ellos venían y se hacían el retrato para
mandárselo a sus madres”, recuerda Jorge Arbona, fotógrafo
de la tienda que lleva su nombre.
Imágenes que probaran que el niño se estaba haciendo un
hombre. “Había colas larguísimas. También se traían el
carrete para revelar las fotos que se habían hecho en el
cuartel. 1.400 pesetas costaba el de 36; el de 24, 1.000
pesetas. Ocho estudios han cerrado desde que ya no hay
mili”.
Aunque cuando Ceuta alcanzaba su esplendor era a partir de
las siete. Tiempo de paseo. Bailes en el ‘Candelario’, y en
la ‘Masmorra’. Lejos de los malos recuerdos, la mayoría de
los civiles evoca su mili con una sonrisa.
El 9 de marzo de 2001 finalizó el servicio militar
obligatorio. Si en el resto de España se notó, en Ceuta,
ciudad con una gran tradición militar, afectó más. Así lo
relata el experto en temas militares, colaborador de este
medio, y empleado de ‘Electrodomésticos Marisol’, Javier
Chellaram. Calculadoras, radios, despertadores... Ya
entonces ayudaba a su padre en la tienda. Cuando su
progenitor le hacía una seña en el hombro significaba que el
soldado que acababa de entrar “traía mochila”, es decir,
“que le atendiese bien, que tenía espacio para llevarse
cosas a la península”. Además, para que no pagasen aranceles
aduaneros, siempre se podía ‘arreglar’: “Les hacíamos
facturas antiguas, porque si lo habían comprado seis meses
antes de cruzar el Estrecho, no tenían que pagar en la
aduana”.
Aunque cuando los negocios hacían su agosto, era en las
juras de bandera. A los 5.000 soldados de remplazo que
transitaban habitualmente por Ceuta, se le sumaban sus
familiares; los cuales, aprovechaban su visita a Ceuta para
adquirir todo aquello que, entonces, costaba mucho más
barato que en la península: “Se llevaban un walkman por
20.000 pesetas, o una cámara de vídeo por 200 mil”.
La radio y el reloj de oro
Otro artículo que todos los familiares compraban en Ceuta
era el reloj de oro. Así lo recuerda Paco Rodríguez, que
entonces trabajaba en la joyería ‘Omega’, ya desaparecida.
“El oro era mucho más barato que en la península. Se vendían
muchos relojes, aunque lo que se vendían por cientos eran
los cordones de oro”. Eran los noventa.
Los recuerdos de África, del bazar ‘Andrés’, van atrás en el
tiempo. 1975. “A los familiares de los soldados los
conocíamos como los ‘paraguayos’, porque siempre se llevaban
paraguas”, explica. “Éramos muchos bazares: Tokio, Pepe
Indio, La Chiquita, Mora... pero se vendía muchísimo.
Porcelana, figuras, mecheros... Todo lo que a la península
no se exportaba, llegaba aquí”.
Rafaél Pérez, tesorero de la Confederación de Empresarios de
Ceuta, ratifica como “el comercio y la hostelería han sido
los sectores más afectados”. “Los años 80 fueron los de
mayor bonanza económica. Los quintos salían a pasear y los
bares se llenaban. En las juras de bandera, la ciudad
rebosaba de gente”, añade. El Hotel Ulises, la residencia
África, la residencia Skol, el hotel Murallas... Aforo
completo.
También los taxistas se beneficiaban del servicio militar.
“Recogíamos a un grupo en el puerto, lo llevábamos al
cuartel, volvíamos a bajar, y aún quedaban quintos
esperando”, rememora un taxista de finales del último siglo.
“El último barco del domingo llegaba lleno de los militares
habían pasado el fin de semana de permiso. Y aún con todos
los taxis no éramos suficientes”.
Otro sector que también se lucraba con los militares fue el
de las lavanderías. “Cinco duros costaba la bolsa -receurda
el José, dueño de al tintorería ‘Eureka’- con la ropa,
lavada y planchada, de cada soldado; y hacíamos unas treinta
o cuarenta al día. De aquello hace veinte años, ahora los
militares que hay son profesionales que se lavan la ropa en
su casa, la supresión de la mili ha estropeado mucho el
trabajo”.
Historias de la mili
La playa Benítez, el barrio de Villajovita, el casino de
Ceuta y el bar ‘El pellejo’. Son los recuerdos de Rafael
Franco, nacido en Pina de Ebro, Zaragoza, hace 68 años.
Tenía 22 cuando, en 1965, recibió la llamada para servir a
la Patria. Lo mandaron a Ceuta, al destacamento de
Caballería ‘La Remonta’, desaparecido en los 80. Su peor
recuerdo: “Que no teníamos casi agua”. Lo demás, fueron 16
meses de buenos momentos: “La mili es como se lo quiera
tomar cada uno”. Aunque a pesar de los buenos momentos, fue
una alegría coger, de vuelta a casa, ‘La Paloma’, el barco
que cruzaba entonces a la península.
Las imágenes que perduran en la memoria de Alberto Sotillo
son de años más tarde. Los de la Ceuta “del año en que
legalizaron el partido comunista”, recuerda. Era 1977, él
tenía 22 años y la carrera de Periodismo, en Madrid, a
medias. Adora viajar, así que la idea de hacer la mili en
Ceuta no le disgustó. Estuvo en Caballería ‘Montesa’. La
llegada al cuartel la recuerda como “una pesadilla: pasar de
un mundo familiar a uno del que no conocías nada, la
sensación de claustrofobia de Ceuta”.
Pero a partir de entonces, todo (o casi) fue diversión. “El
conocimiento humano que te aportaba, que conocías a gente de
todo el mundo, desde un pastor de cabras a un aristócrata”,
destaca, y añade: “Me divertí mucho. Vivíamos como una
realidad onírica”. Sotillo no tenía novia a la que enviarle
cartas de amor desde la mili, pero suspiraba por “el amor
imposible” de la chica que lo había dejado plantado en
Madrid al enterrase de que se iba a la mili, así que se
pasaba los anocheceres en un cafetín de Hadú, que recuerda
como “psicodélico” .
Además, era conocido entre sus compañeros como ‘el
fotógrafo’, as que se pasó media mili captando imágenes,
entre otras, de los reconocimientos topográficios de Ceuta.
A pesar de sus buenos recuerdos, considera que suprimir el
servicio obligatorio fue lo más correcto: “El ejército en el
que yo estuve estaba mal concebido, y nada de la
profesionalidad con la que después, durante mi trabajo de
corresponsal en Bosnia e Irak, vi a los soldados trabajar”.
El ‘cervezótromo’
Años más tarde hizo la mili Jacinto Benito, quinto de los
90, en Caballería ‘Montesa número 3’. Guarda muy buenos
recuerdos y destaca “las fiestas” de Ceuta, ciudad que fue
para çel todo un descubrimiento: “Muchso creíamos que Ceuta
era como desértica, a mí me sorprendió tanto monte”.
Recuerdas las marchas y cada vez que le tocaba “limpiar los
cacharros, sartenes hasta las dos de la madrugada”.
Poco después, en 1993, le tocó el turno a José. Aunque con
una diferencia: él es de Ceuta. Entró en en el tercer
remplazo de la unidad de ‘Artillería número 6’. Dos meses de
instrucción, la jura de bandera, y de destino, a la
Comandancia de Obras de la sección topográfica. Aprendió
mucho de armamentisca, pero nada que pudiese aplicar después
en su vida civil, así que ahora, a sus 38 años, se alegra de
que su hijo no vaya a tener que hacer la mili cuando se haga
mayor, de que ellos ya no tengan que “liar” la que algunos
para librarse de la mili: “Hubo uno que quemó un colchón y
se dio puñetazos a sí mismo para que le declararan locura y
se librara de la mili... y lo consiguió”. Y añade: “Es muy
bonito quien se siente llamado, pero no puede ser impuesto.
La vida militar tiene que ser vocacional, no por
obligación”.
A pesar de ello, lo pasó bien: “Me pasé la mili jugando al
ajedrez con los soldados y los mandos, y nos inventamos el ‘cervezótromo’,
un barril que luego pagábamos entre todos a unas 20 pesetas
la caña”. De aquella mili de cañas, hizo además algunos
amigos que aún conserva, como “Iván , asturiano, o Jesus, de
Sevilla”.
Diez años sin servicio militar obligatorio. Sin pelones, sin
quintos, sin novatadas. Y aquí, en Ceuta, también sin aforos
completos, sin relojes de pulsera, sin muñequitas
disfrazadas de soldado y sin fotos con un ‘te quiero’
escrito en el resguardo.
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