Desde el inicio de la vida, la
adquisición de conocimientos y habilidades se realiza a
través del juego. Todo lo que llega a las manos de un niño
es utilizado para jugar, y así aprende a conocer las
propiedades de los objetos, sus formas, tamaños, semejanzas
y diferencias, además de conseguir las destrezas necesarias
para manipularlos. El juego es un lugar intermedio entre la
realidad y la fantasía y, en ausencia de un lenguaje
elaborado, se convierte en la principal herramienta del niño
para comunicarse, para formar sus sentimientos, para
explicarse el mundo y para hacerse con él.
(Manuela Michelna, autora del libro “Un año para toda la
vida)
Con respecto al juego, considerado como un hábito ancestral,
conviene tener en cuenta los siguientes puntos de vista: A)
Neurológico: El juego es una parte central del crecimiento y
el desarrollo neurológico, y contribuye a la formación de un
cerebro completo, dotado, responsable, socialmente adaptado
y cognitivamente flexible. (Experimentos en animales han
probado que, privados del juego, no desarrollan
completamente el cerebro), (lo mismo ocurre al revés: si
sufren daños cerebrales, su habilidad para jugar disminuye).
B) Psicológico: El juego sirve para comunicarse, para
elaborar los conflictos, para explicarse al mundo y para
hacerse con él. Se plantea la posibilidad de usarlo como
terapia para niños con hiperactividad (aunque algunos
especialistas cuestionan estas terapias) y se cree que el
juego libre mejora la capacidad de resolver problemas para
los niños. C) Pedagógico: El juego es una herramienta útil
para adquirir y desarrollar capacidades intelectuales,
motoras y afectivas. Desde la hipótesis de la preparación,
el juego se usaría como entrenamiento o ensayo, en un
entorno más seguro de las maniobras musculares y
psicológicas, que luego repetimos en entornos potencialmente
peligrosos. El juego nos da un “vocabulario” más amplio en
términos de comportamientos, más variedad de respuestas y
más adaptación. D) Físico: Se calcula que los niños gastan
entre un 2 y un 15% del presupuesto diario de calorías en el
juego. En una sociedad en la que cada día los menores
tienden al sobrepeso, jugar es tan importante como hacer
deporte. F) Social: El juego es una de las fuerzas
socializadoras cruciales en el desarrollo. De hecho, en el
juego motor, hay un vínculo íntimo entre la exploración del
mundo y las primeras interacciones con individuos de la
misma edad. Los peques aprenden a cooperar y a alternar con
un compañero de juego, adoptando el papel de líder o
seguidor como en secuencias imitativas donde reproducen el
modo de manejar un objeto. F) Evolutivo: El juego parece
estar asociado con la capacidad de ciertos animales, en
especial los mamíferos, de adaptarse a las normas
cambiantes. Cuando más flexible es un animal más probable es
que juegue. Los que defienden esta hipótesis, dicen que, el
juego es una forma de guardar en la memoria muscular los
movimientos necesarios para sobrevivir, y lo ven como una
oportunidad para los animales jóvenes de aprender y ensayar
las habilidades, que necesitarán para el resto de sus vidas.
La capacidad de “ensayar” la realidad, o de mejorarla según
los propios deseos, sin las limitaciones de la vida ni las
consecuencias del mundo real, es una de las características
fundamentales del comportamiento lúdico. La libertad para
ejercitar sin riesgo nuevos comportamientos es lo que hace
pensar a los etólogos (expertos en la conducta animal) que
desde el punto de vista evolutivo, el animal que más juega
es el que más posibilidades tienen de sobrevivir.
Los evolucionistas creen que, si el juego ha permanecido en
los mamíferos, es porque funciona como una preparación para
la edad adulta y que, el juego físico en grupo, en especial
al que imita la lucha, sirve para aprender en la memoria
muscular los movimientos de la supervivencia: esconderse,
perseguir, correr, forcejear… Esta hipótesis parece
irrefutable pero, recientemente en Estados Unidos, algunos
zoólogos han empezado a cuestionarla, preguntándose cómo es
posible que los animales se permitan “desperdiciar” recursos
en el juego, cuando la naturaleza no suele tolerar los
despilfarros. Los científicos están de acuerdo en que todos
los mamíferos juegan, pero no entienden por qué ni para qué
gastan el 15% de su consumo calórico en actividades lúdicas
exponiéndose al ataque de los depredadores, que suelen
lanzarse contra ellos en los momentos de ocio.
¿Tan necesario es jugar para los animales inmaduros? Se
preguntaba un zoólogo de una universidad norteamericana.
Este científico que había dedicado muchos años al estudio de
las travesuras lúdicas de ciervos, cabras y antílopes, ya
había podido observar por sí mismo la caída en el acantilado
de las crías más juguetonas. Cada vez era más reticente a
dar por buena la teoría del juego como ensayo conductual,
así que, cuando una tarde de invierno encontró por
casualidad un gráfico de crías de ratón que mostraba la
curva de crecimiento del cerebelo, se dio cuenta de que era
casi idéntica a la curva de juego (una U invertida) y pensó
que había encontrado la respueta a sus dudas. Según comprobó
el citado zoólogo, en la época que los ratones dedicaban más
tiempo al juego, el cerebelo crecía, pero cuando descendía
este tipo de actividad, también lo hacía el desarrollo de
esta importante región del cerebro. Después comprobó,
también, el desarrollo del cerebelo en ratas y gatos y
descubrió la misma sincronía.
Su hipótesis abrió nuevas líneas de investigación a los
neurocientíficos, que desde entonces, tratan de determinar
qué parte del cerebro se ve más afectada y qué es lo que se
pierde cuando se juega lo suficiente.
Aplicado estos estudios a nuestros alumnos, cabe la
pregunta: ¿juegan lo suficiente? Es preocupante que la
respuesta sea negativa. En un reciente estudio, el tiempo
que dedican nuestros alumnos al juego libre se redujo un 30%
y ha sido sustituido por clases de inglés, música, ballet,
judo,… además de la televisión, los videojuegos, Internet….
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