Volverán a intentarlo. El camino de vuelta es imposible y la
estancia en Ceuta, demasiado larga e “improductiva”. Cuando
se les habla del riesgo que supone ocultarse en camiones de
basura para tratar de alcanzar la península, Coulibaly
Mamadou y Amara Kamara se encogen de hombros: “Y qué voy a
hacer, aquí no puedo quedarme”, replica el primero al final
de la entrevista con EL PUEBLO, a las puertas del Centro de
Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), donde saben que
pueden permanecer hasta dos años antes de que se resuelvan
sus expedientes de solicitud de asilo, les permitan ir a la
península o les devuelvan a sus países de origen, en este
caso, Costa de Marfil y Guinea Conakry, respectivamente.
Como el de tantos africanos de la moderna diáspora, el
destino de estos dos jóvenes, de 23 y 22 años, se ha cruzado
en Ceuta, en el borde de África y, dentro de este borde, en
el extremo que representa la Planta de Transferencia de
Residuos Sólidos Urbanos de Santa Catalina. El pasado 8 de
marzo, este diario relataba la historia de los inmigrantes
“al borde del abismo”. A Kamara, un guardia civil le ayudó a
salir de una difícil situación, a un metro de precipitarse
por los acantilados del Hacho cuando huía de los agentes.
-“¿Qué pensabas que iban a hacerte?”, -“Pegarme”, responde,
para explicar que en su país la policía tiene esa costumbre
“en general”.
Desde la mentalidad de un europeo hay que esforzarse para
comprender la percepción de las cosas, de las instituciones
e incluso de las personas, del mundo, que puede tener un
joven nacido en Kerawani, al norte de Guinea, en un lugar
donde nunca fue al colegio, “porque estaba muy lejos” y en
el que no había electricidad, por lo que tampoco conoció
Europa a través de la televisión. La mirada de Amara se
pierde en el relato de un viaje hacia ningún sitio en
particular, un viaje de pura supervivencia.
Los relatos de los hombres y mujeres que atraviesan África
en busca del sueño europeo se repiten, pero ninguno es
igual. El viaje de Amara Kamara comenzó a finales de 2008,
cuando su padre, transportista, fue con su camión a Liberia
y, a causa de la guerra, dice, no regresó. Antes había
fallecido su madre, que, según cuenta, murió al caerle
encima la rama de un árbol durante un temporal. Amara quedó
solo con un hermano pequeño del que no ha vuelto a saber
desde que emprendió camino, en el coche de un hombre que iba
en dirección a Mali, el país limítrofe de Guinea más cercano
a su pueblo. La frontera con Mauritania la pasó a pie “por
el desierto”. En Nuakchot, capital del país vecino de
Marruecos y ya en la costa atlántica, aprendió el oficio de
mecánico; trabajaba a cambio de comida y de un lugar en el
que dormir junto al taller. A finales de 2010 emprendió
viaje, otra vez a pie, de Nuadibou a Dakhla, la Villa
Cisneros de la época del protectorado español en el Sáhara
Occidental. No fue hasta llegar a Marruecos que oyó hablar
de España, a un grupo de malienses a los que se unió. Llegó
a Castillejos, en un coche que alquiló, de madrugada, a las
6 de la mañana, y diez horas después estaba en el agua, en
la bahía de Beliones, con un chaleco inflable que “encontró”
en el bosque. Era el 30 de diciembre de 2010, el día en que
en Ceuta se enterraba a Paul Charles, el camerunés que murió
aplastado por la carga de uno de los camiones en el que,
como intentaría Amara tres meses después, se había escondido
para cruzar el Estrecho.
El intento de este guineano por ocultarse en un contenedor
de basura era el primero, pero para Coulibaly Mamadou fue el
segundo. La primera vez, la Guardia Civil le descubrió en
los bajos de un camión en el puerto. El destino quiso que él
llegara a Ceuta el 28 de diciembre, cuando Charles terminaba
su viaje vital en la carretera del Monte Hacho.
El relato de Coulibaly es el de una persecución política.
Salió de su país a los 15 años y como Amara es analfabeto
porque sus padres no le mandaron al colegio. Desde niño
trabajó en el campo y al “conflicto” familiar, con un padre
que pegaba a la madre, se sumó la muerte violenta del
progenitor, militante de una “coalición” de partidos que
identifica con las siglas RDE. Según su relato de una escena
de la que afirma haber sido testigo, miembros de otra
organización, el FPI, entraron a casa, ataron a su padre las
manos a los reposabrazos de una silla y le pegaron una
paliza. Murió en el hospital y la madre, tres meses después,
cuenta apretándose el pecho para tratar de describir la
causa de su muerte.
Para entonces, con apenas 16 años, Coulibaly estaba casado:
su madre le había buscado una esposa de su pueblo y ella y
su padre se trasladaron a vivir con el nuevo matrimonio a
Abidján. Allí nació, en 2004, su hijo, Coulibaly Ibrahim. Al
quedarse solos y a causa también de las “amenazas” de
quienes habían matado a su padre, Coulibaly, que asegura no
encontraba trabajo, decidió dejar a su mujer, Mariam, y al
niño a cargo de unos vecinos y partir hacia Mali. Esto fue
en 2006 y no ha vuelto a saber de su familia.
En Marruecos, trabajó como recolector de patatas y dormía en
una tienda de campaña con otros 20 inmigrantes, todos
malienses. En su caso, el viaje hasta territorio marroquí
fue a través de Argelia desde Gao y, después, hasta Ouxda,
atravesando la frontera a pie e un “despiste” de los mehanis
marroquíes. De allí, a Rabat, oculto en el maletero de un
autobús cuyo conductor le ayudó desinteresadamente, afirma,
cuando le contó su historia. En Rabat, el mismo chófer le
presentó a otro que le trajo hasta Castillejos, oculto en la
litera de su camión. También llegó a Beliones de madrugada y
en el bosque se encontró con otros subsaharianos organizados
en pequeños grupos. Un compatriota murió “de frío”: “Llevaba
una semana sin parar de llover”, explica. Cuando se le
pregunta qué hicieron con el cadáver cuenta que se lo
dijeron a la policía marroquí y se lo llevó. No conocía su
nombre.
En su caso, el paso a Ceuta fue igualmente a nado, pero
valiéndose de la cámara de un neumático, a las dos de la
madrugada. La Guardia Civil alertó a los gendarmes de que
iba a lanzarse al agua, y cuando fueron a atraparle, corrió.
Llegó, exhausto, a la orilla, donde un agente español le
sacó del agua. Dos días después, se escondía en los bajos de
un camión. En el contenedor de la Planta de Transferencia
donde le localizó la Guardia Civil estuvo escondido desde
las 9 de la mañana hasta la una de la tarde.
Amara Kamara quiere ir a Madrid a trabajar en el único
oficio que aprendió, como mecánico; Coulibaly Mamadou desea
llegar hasta Barcelona, donde dice que tiene “conocidos” con
los que se encontró en 2006 en la frontera de Argelia.
Aunque confirma que tiene la dirección de la casa en la que
dejó a su mujer y su hijo, no quiere escribirles desde
Ceuta, porque no tiene nada que ofrecerles: “No les puede
ayudar”, traducen.
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