Cuantos años nos costó a las hoy abogadas que rondamos el
medio siglo sacar adelante una ley contra el maltrato?
¿Cuánta violencia tuvimos que encajar durante los años
ochenta y los noventa, cuanto horror hasta que nos hicieron
caso? Fueron años de evolución progresiva y me remonto a la
década de los noventa, las primeras denuncias publicitadas
en televisión, el que cientos de mujeres fueran capaces de
vocalizar ese liberador “soy una mujer maltratada”. Y el
desconcierto inicial porque, quienes defendíamos a mujeres
maltratadas ¡estábamos tan perdidas!. Hubo de entrar bien
avanzado el siglo XXI para que toda una sociedad se
movilizara y tomara conciencia de las duras leyes del
silencio que habían imperado hasta ese mismo momento.
Comencé en la abogacía en 1979. “¿Qué su marido la ha
pegado? ¡Algo habrá hecho!” la mujer te miraba y tu, su
defensora, comprendías la indiferencia y hasta una cierta
ironía por parte de quienes se suponían llamados a
defendernos. A no ser que hubiera sangre. Con sangre de por
medio la cosa cambiaba. Ahora es distinto. Pero lo hemos
luchado duramente. Todas las de mi generación, todas las que
iniciamos nuestra andadura en plena Transición. Tal vez por
eso no puedo soportar que se utilice el tema de “la
violencia de género” de forma apresurada.
La Coalición Caballas pide ayuda a las víctimas y yo
respondo que existen todo tipo de mecanismos de ayuda. Desde
el mismo momento en que se interpone la denuncia. Están las
órdenes de alejamiento. Hay casas de acogida. Control por
pulseras. Apoyo psicológico para las mujeres y los niños.
Ayudas económicas. Todo está hecho. Por ese camino sí está
hecho.
Pero queda un mundo por conseguir y lo digo como abogado
penalista. Por ahí tienen que ir las mujeres de Caballas,
por reivindicar la reforma de las leyes del maltrato en el
sentido de idoneizarlas y conjugarlas con una realidad que
va más allá de la orden de alejamiento y de la pulsera de
control e incluso de la privación de libertad con programas
penitenciarios para maltratadores charlas psicológicas
incluidas en el lote. No va la cosa por ahí.
El tema tiene raíces más profundas y carencias más
específicas y todas ellas tienen un denominador común que es
el estado miserable en el que se encuentra la psiquiatría y
todo lo referente a la salud mental en España. Muchos lo
hemos venido denunciando, casi a la desesperada, durante
años. Y un portento como Rojas Marcos, ha tenido que hacer
carrera en las Américas y acabar siendo Director General de
Salud Mental de Nueva York, porque aquí, en España más de
uno y más de dos catetos siguen mirando con recelo la
neuropsiquiatría y llamándola “cosa de locos”. De hecho, si
los mamarrachos volaran los mosquitos tendrán que hacerse
sedentarios por falta de espacio aéreo. Yo he comprobado
que, un gran número de maltratadores ,son personas que
presentan patologías mentales graves, patologías que no son
el coco de la psiquiatría española : la esquizofrenia, pero
sí lo suficientemente serias como para hacer imprescindible
el diagnóstico, la medicación, el control o incluso el
internamiento del individuo.
Los estallidos de violencia inaudita nos hablan de un
probable trastorno bipolar o de crisis psicóticas, quienes
padecen trastornos severos de conducta ,adicciones graves el
psicópata y el sociópata sin controlar no pueden andar
sueltos. Porque representan un riesgo para la sociedad en
general y para sus familias en particular. Los imputados no
se curan con medidas de alejamiento ni con estancias
provisionales en prisión con un psicólogo dándoles la vara.
Los enfermos no se curan con charlas, se medican y se
internan. Y si se curan se les suelta y si no se curan no
salen.
Hay que atacar con dureza el sistema de salud mental español
y modernizarlo a partir de una serie de elementos, en primer
lugar desdramatizando las enfermedades mentales de cara a la
sociedad y eso se consigue con información. En segundo lugar
reabriendo los psiquiátricos y no solo para caso de agudos.
En tercero explicar que un neuropsiquiatra es como otro
médico cualquiera tan solo se distingue en que suele ser más
sabio y trajina con partes del cerebro que son, por regla
general, grandes desconocidas. El objetivo es conseguir que
los psiquiatras alcancen tanto predicamento como los médicos
de atención primaria y que su presencia y su diagnóstico sea
esencial y exigible en comisarías, cárceles, centros de
internamiento de jóvenes, escuelas y juzgados. Si no
alcanzamos el nivel preventivo americano en salud mental y
en diagnóstico precoz no nos vamos a comer ni un colín.
En el caso de la violencia de género nos encontramos frente
a muchos individuos con terribles problemas de
comportamiento, patologías, adicciones y una serie de
factores en contra que hacen que cualquier medida intermedia
sea una pamplina. Salen así de los juzgados sin
diagnosticar, sin tratamiento, sin determinar el grado de
peligrosidad y reinciden. Y matan. Salen de las cárceles sin
tratamiento ni diagnóstico y terriblemente ofuscados y
reinciden y matan.
Si no se les cura ni se les controla psiquiátricamente
siempre serán peligrosos. Y al tiempo el diagnóstico
evitaría también la esporádica aparición de denuncias
falsas, ese despreciable comportamiento que es una ofensa
para todo el género femenino. El perfil del violento no se
le escapa a los especialistas. ¿Un tema largo y farragoso?.
Sí, pero fundamental en la futura regeneración democrática
si queremos acometer el problema de frente.
Por eso, porque conozco el asunto me irritan las vaguedades
y las alusiones genéricas a “la violencia de género” y la
coletilla de “La protección y el apoyo a las víctimas” y la
consiguiente petición de ayudas. Sí, todo eso está. Y bien
organizado. No han dicho nada nuevo las mujeres de Caballas,
pero sí han dejado de decir algo : la imperiosa necesidad de
neuropsiquiatras especializados para diagnosticar desde un
primer momento y para determinar in situ los factores de
riesgo. Para proteger a las víctimas hay que neutralizar a
los verdugos por todos los medios. De lo contrario seguirán
muriendo mujeres. Por ahí , que tiren por ahí.
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