Definitivamente no. No está el
tiempo para cánticos ni para elegantes bailoteos en plan
Ginger Rogers y Fred Astaire, mayormente por los peligros
intrínsecos que supone el circular por las aceras ceutíes.
Sí, por las aceras, algo que me ha sorprendido
desagradablemente ya que de donde yo vengo hace mucho que
los conductores, por mor del civismo, la convivencia, los
derechos humanos y la prudencia más elemental, tienen muy
asumido el que, cuando llueve al estilo del sur, que es
siempre un poco en plan “gota fría” hay que “extremar las
precauciones” y rodar a velocidades mínimas, no para evitar
accidentes, hacer acuaplaning y tal, sino para no duchar a
los viandantes que van por las aceras cuando el vehículo
pasa, a marcha regular, sobre los charcos.
En Málaga, al menos y en Marbella, doy fe, el conductor
trata de no salpicar, cierto es que durante años las broncas
incalificables y los altercados entre el transeúnte empapado
y el responsable del baño, eran de órdago. De perseguir al
coche para pillarle en un semáforo y liarse a pelear con el
conductor, llegando en ocasiones a las manos. Y también a
los pies. Y también a los cabezazos y todo salpimentado por
los insultos más escabrosos y con reclamaciones sobre el
terreno de dinero para llevar la ropa mojada al tinte.
Bueno, Andalucía es Andalucía, auténtica, racial y
coherente. Porque educar a los ciudadanos en la más genuina
conciencia cívica es un imperativo ético para la sociedad. Y
se conduce a ritmo de tortuga, por civismo y por no meterse
en grescas. Pero aquí la gente es más educada y más
paciente, será por las loas a esa preciosa y lacrimosa
virtud que es “la tolerancia”, así que parece que ha de
“tolerarse” para evitar “la crispación” que los
automovilistas ignoren los baches convertidos en estanques,
los desniveles que son lagos de agua sucia y cualquier otro
accidente topográfico que pudiere aparecer en la calzada y
fuera susceptible de llenarse de agua y convertirse en un
charco.
Nada de nada. La marcha no se aminora, se supera el
obstáculo acuático a velocidad “normal” y quienes van por la
acera, malamente resguardados de la lluvia por un paraguas
que oscila a los embates del levante, acaban comprendiendo
que, ni el paraguas, ni la capucha, ni la madre que los
parió, sirven para nada. Porque lo que no consigue la
borrasca lo culmina el primero que pasa pisando el
acelerador y el transeúnte va a acabar, de cualquier forma,
empapadito y corriendo en busca de un paracetamol.
¿Experiencia directa? El pasado fin de semana, en la esquina
del parador, de cara al precioso paseo marítimo y esperando
el verde en el semáforo, fueron dos chapuzones consecutivos
antes de huir y esperar al semáforo a una distancia
prudente. Y ayer martes, ola de salpicadura de charco en
plena Gran Vía.
Cierto es que, la gente, aprende con la experiencia, pero no
se puede incitar a la ciudadanía a una política de respuesta
visceral y de bronca ; tampoco concienciar a los conductores
es cosa de un par de días. Por eso lo más adecuado sería
rellenar los baches, tapar con firme los agujeros, espiar
los lugares donde se forman charcos, charcas e incluso
lagunas en miniatura y parchearlo como buenamente se pueda.
Sobre todo de cara al turismo y a los visitantes, porque si
mojan a un autóctono siempre puede resignarse y alargarse a
su domicilio para un cambio de look, pero si le pilla a un
turista se tiene que pasar el día entero chorreandito, sobre
todo si es un visitante de los que voy-que vengo en el barco
grande y en estos días, poniéndose a morir con el levante.
En estos días y lo que nos queda, porque tenemos la borrasca
y el sistema nuboso metido en lo alto de los inexistentes
cuernos del toro de Osborne (los melillenses lo tienen,
nosotros no porque no nos deben considerar lo bastante
guapos) la borrasca mediterránea con ramalazos atlánticos
dando lugar a escenas de gran belleza cromática en el
exterior y escenas de inenarrable cabreo y hartazgo
psicológico, irritación por aquello de que el tiempo no nos
es favorable, anhelo de primavera y encima saliendo a
airearse como quien sale a las trincheras, semiagazapados y
espiando con desconfianza a los vehículos que se acercan.
¿Aminorará la marcha en el charco? ¡Parece que aminora, no
me aparto! Pero no aminora y aunque te apartes todas las
aceras de Ceuta no son las de la Gran Vía y los pronósticos
apuntan a que, mas de uno y más de dos, retornaremos a
nuestro hogar helados y enfurecidos tras la ducha de agua y
de barro. ¿Comprenden como resulta inadecuado cantar bajo
“esta” lluvia? Y menos aún bailar a los Fred Astaire, es
que, esta lluvia no motiva artísticamente, a la vista está.
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