Hace treinta años que vivo yo en
esta ciudad. Y, durante ese tiempo, no he dejado de ver la
llegada de peninsulares que vienen convencidos de que van a
cumplir una misión muy principal: la de enseñar a los
nacidos en esta tierra. Se presentan hechos a la idea de que
en Ceuta prevalecerán sus normas y sus ideas.
Peninsulares que aparecen por esta tierra atraídos por un
deseo: el de ejercer como lumbreras. Los tales irrumpen en
la ciudad con enormes bríos, encaminados a hacerse notar
entre unos pobladores a los que suelen mirar por encima del
hombro. Casi siempre suelen terminar haciendo el ridículo.
Una situación que les hace incluso salir de esta ciudad con
el rabo entre las piernas.
No todos los que vinieron a esta tierra para trabajar,
porque gozan de mejores retribuciones y además se aprovechan
de los beneficios fiscales, han conseguido hallar el camino
que los sitúe en la mejor disposición para que no sigan
desprendiendo ese aire de sabelotodo que dejan ver a cada
paso.
Quedan, sin duda alguna, destacados personajes que se hacen
notar como si estuvieran en posesión de unos conocimientos
que les permite enjuiciar a los demás desde una atalaya
inalcanzable. De modo que no se cortan lo más mínimo en
hablar con una suficiencia rayana en el no va más.
Semejantes personajes, miembros de una minoría que aún queda
en esta ciudad, son inconfundibles. Gozan de varios empleos
y encima, en sus ratos de ocio, que son más que los que
invierten trabajando en su empleo principal, se dedican a
tratar de mancillar la vida de quienes pueden presumir de
tenerla limpia como los chorros del oro.
Es el caso de José Aureliano Martín. Un tipo raro, de
quien se habla lo que se habla y que, sin embargo, uno nunca
prestó oídos a lo que se dice de él. Porque jamás me
interesó la vida de un cateto que decidió venirse a Ceuta
para exhibir sabiduría con la que ilustrar a los ceutíes.
Eso sí, a partir de ahora estaré dispuesto a escuchar
atentamente cuanto se me diga acerca de un tipo que está
siendo observado desde distintos puntos de la ciudad.
-Manolo, ve con cuidado, que el Fulano a quien
mencionas es un tío con varios títulos.
Bien. Pues a partir de ahora el tal Aurealiano Martín será
para mí un tonto con títulos. Aunque no un tonto cualquiera,
no; sino un tonto con balcón a la calle. Que es la
aspiración máxima de todo tonto que se precie de serlo. Y,
además, le viene muy bien aplicarle el viejo adagio de lo
que la naturaleza no da, Salamanca no añade.
Aurealiano Martín, licenciado en Derecho y Economista por la
UNED, no deja de ser un paleto refinado a quien habrá que
seguirle los pasos, por si acaso incumple sus… obligaciones
profesionales. Y, desde luego, desde este momento le invito
a que me diga quién se ha metido, como él ha denunciado, en
la vida íntima del hombre de sus amores: el secretario
general de CCOO. A quien distingue como persona ácida. Tan
áspera cual tendente a la mentira, al insulto, y a la bronca
por sistema.
A no ser que cuando se habla de mestizaje, al sindicalista
le moleste que se propale que las sangres se mezclen para
evitar lo que dicen que producen los grupos “puros”, las
razas “puras”, las naciones “puras”: aburrimiento… o
crímenes. Si es por semejante comentario, bien haría
Aureliano Martín en confirmarlo.
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