El mensaje de la última Convención del Partido Popular
celebrada el pasado fin de semana en Mallorca ha sido claro
: todos somos necesarios.
Y en ese genérico “todos” cabemos exactamente “todos” sin
distinción alguna. De hecho el término abarca a la
ciudadanía al completo, a los votantes, a sus familias, a
los cargos públicos y al equipo de los futuros gobernantes.
No hay exclusión de tipo alguno, tanto la vale la propuesta
del jurista o del leguleyo, como la opinión del trabajador,
tanto los saberes de los padres en su condición de
progenitores, como las aspiraciones y los quereres de los
jóvenes y de los adolescentes. Si para restaurar las ruinas
de una catedral hacen falta arquitectos, aparejadores,
albañiles, pintores, restauradores y un sinfín de oficios;
para restaurar España hacemos falta todos, el conjunto
íntegro de la sociedad civil. Y también los medios de
comunicación en su labor de mensajeros de la opinión
pública; como si de expositores de una gran superficie nos
tratáramos es nuestra labor y aportación a esta regeneración
radical que se avecina la de poner tanto el grano de arena
como las manos a la hora de arrimar la mezcla a la obra.
Pero para ello, para que nuestra labor común sea fructífera,
hemos de asumir el protagonismo esencial que la ciudadanía
tendrá en esta Nueva Transición porque, la legitimidad de
los que gobiernen reside íntegramente en nuestras
voluntades. Si optamos por ellos les legitimamos, si
defraudan nuestras expectativas, dejan de ser legítimos y se
convierten en okupas de lujo con derecho a despacho
enmoquetado. Como “estos” que están ahora, agónicamente
aferrados e indignamente indiferentes al rechazo unánime del
pueblo español. Es por ello por lo que, en el nuevo periodo
que se avecina, será necesario legislar y reformar todo el
sistema, eligiendo cuidadosamente a los legisladores y
palpando la opinión ciudadana ante leyes o medidas que
puedan ser controvertidas.
El truco de la Transición Democrática, que constituyó una
etapa delicada políticamente, fue que muchos de los que
participaron activamente en el proceso, venían del anterior
régimen y otro puñado de lo más arrebatado del totalitarismo
marxista. No hay que olvidar que el gran estadista Adolfo
Suárez fue, antes de reciclarse en demócrata, el último Jefe
Nacional del Movimiento y franquista hasta la médula, otro
de los de la Transición fue Santiago Carrillo, empapado
hasta la cintura por la sangre inocente de sus víctimas de
Paracuellos del Jarama, Felipe González y sus sevillanos,
marxistas convictos y confesos hasta que en un rapto de
oportunista lucidez y en un Congreso renegaron del marxismo.
Tal vez por ello los más coherentes en todas las etapas han
sido los nacionalistas vascos y catalanes, surgieron siendo
unos mierdas y así se han mantenido lealmente hasta el día
de hoy, a eso se le llama en política coherencia
escatológica. Pero el “truco” no fue la convivencia de buena
voluntad entre seres tan dispares, sino el que se limitó
hasta extremos inauditos un elemento clave para la
participación democrática como es el referéndum. Democracia
y libertades, pero hasta un punto, tampoco quisieron dar
“demasiado” ni hacer la democracia “excesivamente”
participativa. Mucho cantar “Habla pueblo habla…” y
“Libertad sin ira…” pero dotar al pueblo español del
instrumento clave para expresar legítimamente su voluntad,
“eso” con cuentagotas, racionado, mayormente porque debían
pensar que éramos unos analfabetos democráticos y podíamos
convertirnos en unos abusones ávidos por opinar y hacer
valer nuestras opiniones.
Realmente tampoco España tenía la tradición de otros países
europeos, donde las consultas son frecuentes y se respeta la
libertad popular expresada en las urnas sobre cualquier tema
relevante. ¡Eso es cosa de los suizos! Decían por aquel
entonces.
Pero ya no estamos en ese “aquel entonces”, llevamos más de
treinta años demostrando la mayoría de edad, no todos los
gobernantes nos han salido buenos, por dos veces el
socialismo nos ha llevado a la ruina y a la indigencia
moral, se han sucedido buenos gobernantes y malos
gobernantes “a la española”. Es decir que, cuando un
gobernante sale bueno es “buenísimo” y cuando sale malo es
“horroroso”. Pero aún ahora, al día de hoy, nos faltan
mecanismos para poder expulsar a los malos-malosos antes de
que cumplan sus cuatro años de estropicios. Para eso el
sistema es excesivamente rígido y carece de instrumentos
alternativos, de hecho, todo el que ha ido legislando lo ha
hecho con la mirada fija en permanecer en su lugar el mayor
tiempo posible, eternizarse… Todos menos José María Aznar
que se fue tras ocho años, nos dejó con el culo al aire y se
convirtió en su nueva andadura en un inmenso estadista
internacional. No quiso continuar. Mala cosa. Cuando uno
sale bueno hay que contar con mecanismos para presionarle
moralmente y que cumpla con sus obligaciones para con
España, por muy atractivo y muy lucrativo que sea erigirse
en hombre de confianza de Murdoff y mucho que se sublime el
ego cuando, defendiendo los valores y los principios de
Occidente, se pone en pie al aula magna de una Universidad
al completo. ¡Que bonito, que bonito! ¿Y España qué?. Muchos
nunca le perdonaremos a Aznar la deserción, para él nuestras
fulminaciones y para FAES, la fundación, nuestros
decepcionados sentimientos ante el hecho de que, a día de
hoy, no han parido ni doctrinas interesantes, ni ideas
rompedoras, ni propuestas de mejoras espectaculares.
Pues mejor. Lo que no se les ocurra a ellos se nos ocurrirá
a los españoles que madrugamos, nuestro ADN lleva intrínseca
la creatividad, forma parte de nuestra memoria genética
desde aquel entonces cuando nuestros antepasados curetes, en
la noche de los tiempos, competían con sus vecinos atlantes
para erigir la mejor escultura en forma de dolmen bien
erguido, siempre mirando al poniente y adorar en la piedra a
la madre tierra universal. Somos un pueblo antiguo, cuando
Dios Nuestro Señor dijo aquello de “¡Hágase la luz!” el
pueblo español ya debía tres recibos de electricidad a
Endesa.
Un pueblo convertido, en aras a nuestra adorada regeneración
democrática, en un inmenso “laboratorio de ideas”, en un
paridor de doctrinas, en un contingente de millones de
personas metidas a operarios a la hora de reparar, arreglar,
escamondar, dejar como los chorros del oro, reajustar,
modernizar, programar, restaurar y regenerar un sistema
democrático que se nos había quedado estrecho y nos tiraban
las sisas.
Todos somos necesarios, a la hora de dar el callo, de hincar
los codos, de doblar el espinazo, de invocar a los hados y a
las musas, de poner a trabajar a los subcontratados que mean
ideas entre las neuronas de nuestros cerebros. Somos
necesarios hoy para crear y llevar adelante el reto de la
regeneración. Y queremos ser imprescindibles mañana, cuando
la regeneración vaya a toda pastilla, para dar nuestra
opinión y expresar nuestro parecer en cada tema fundamental
o trascendental siendo convocados periódicamente a las
urnas.
No cada cuatro años para otorgar el poder. Periódicamente,
para “sentir” que el poder somos todos, que es nuestro y que
aquí manda y decide el Pueblo Español. ¿No queremos
regeneración? ¡Pues a regenerar!.
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