Era algo distintivo, especialmente
, en Ceuta. Había otros lugares en los que, también, se
hacían notar, pero “el paisaje” de Ceuta, a lo largo de dos
siglos iba unido, indefectiblemente, a aquellos soldados,
que en el sorteo de cada daño tenían que cumplir el servicio
militar “en África”.
Aunque parezca curioso, y conozco a muchos de mi tierra que
cumplieron aquí o en Melilla el servicio militar, no me he
encontrado con ninguno, joven aún o ya entrado en años, que
haya renegado de aquellos dos años, año y medio o nueve
meses, que tuvieron que estar “alejados” de los suyos para
venir a cumplir con sus obligaciones militares.
Ahora eso ya es historia, y cada día, cuando paso al lado de
lo que es mi residencia habitual y veo el monumento al
soldado de reemplazo, sin querer, añoro aquella imagen,
especialmente de las cinco o las seis de la tarde, cuando
salían de sus cuarteles y ponían una nota especial, de
juventud, en la ciudad.
Y es que eran jóvenes y como todo lo de la juventud era algo
diferente. Había, entonces, quienes se quejaban de que esos
jóvenes rompieran la “aparente tranquilidad” de la Ceuta de
sus días, pero hoy, casi diez años después de que se acabara
aquello, en Ceuta, especialmente, más de uno tiene que echar
de menos aquellas horas del “paseo” de los soldados, horas
en las que compraban, consumían y animaban, de otra forma,
el ritmo de la Ciudad.
No conozco a ningún comerciante del gremio que sea, que no
lamente esta pérdida. No hay un solo bar o restaurante que
no eche de menos aquellas horas. Unos y otros lo lamentan,
porque los soldados de reemplazo daban vida y hacían que
pudieran seguir existiendo bares, restaurantes y comercios
de todo tipo.
Eso se perdió y eso ya no volverá. Ahora se piensa en la
llegada de turistas, llegada que no llega. Entonces no se
esperaba la llegada del nuevo reemplazo, porque uno seguía
al otro, y a dos mil “mozos” de Toledo, Albacete, Salamanca
o Gerona seguían cuatro mil de Sevilla, Almandralejo, Orense
o Avilés. Era algo seguro, con o sin levante, con lluvia o
sin ella y además atraía, cuando menos cuatro veces al año,
un turismo de verdad, de un día solamente, pero asegurado,
en las juras de bandera.
Eso sí era seguro y los que venían, una vez en su vida, no
escatimaban gastar las mil, tres mil o diez mil “pesetillas”
que, desde hacía meses, habían apartado para venir a Ceuta a
la jura de bandera del hijo, del sobrino o del hijo del
vecino de toda la vida.
¿Quién no recuerda aquellos días?. Los hoteles a tope, los
bares con más movimiento que de ordinario y todos los demás
establecimientos por el estilo.
No hay más que hablar sobre el asunto y no hay que darle más
vueltas, porque incluso los más humildes hacían todo lo
posible para que su hijo, en todo ese tiempo, tuviera lo
necesario, todo lo que necesitara, para poder tomarse una
cerveza y los que menos podían hacían un poder, especial,
para ellos poder estar cerca de su chaval, fuera el mayor o
el más pequeño, el día de su jura de bandera en Ceuta.
Ceuta hoy tiene otra imagen. Más moderna, más bonita, acaso,
pero más irreal de cómo era hasta hace diez años,
especialmente en las tardes de todos los días del año. Ahora
hay más tranquilidad, pero menos clientes en los
establecimientos. Es la historia y sus cambios.
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